Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de diciembre de 2011 Num: 875

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Una señora suspendida
Kikí Dimoulá

Una flauta mágica
de Peter Brook

Andrea Christiansen

Soy ojo que mira,
soy puente

Alessandra Galimberti

Tomás Segovia
y la plenitud

Xabier F. Coronado

Una vida honrada
y de trabajo

Raúl Olvera Mijares entrevista
con Tomás Segovia

Cuarto rastreo
Tomás Segovia

Poema
Francisco Segovia

25 años de Casa Silva
de Poesía de Bogotá

José Ángel Leyva

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Alejandro Michelena

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

25 años de
Casa Silva de
Poesía de Bogotá

José Ángel Leyva

A Colombia y a México los une la paradoja. Pueblos sensibles a la cultura son también víctimas de la barbarie; el optimismo y la tragedia se revuelven en su historia con semejante furia; la palabra y su contradicción con la realidad nombran la imaginación impresa en su literatura. Quizás por ello mismo la fundación de la primera casa o centro dedicado al culto y al cultivo de la poesía en América Latina haya tenido lugar en Bogotá, con sus muchos y relevantes significados en una época en la que recaían sobre Colombia estigmas de desesperanza. Cinco años después, a propuesta de José Emilio Pacheco y por iniciativa de Alejandro Aura, por entonces director del Instituto de Cultura de Ciudad de México, se fundaría aquí la Casa del Poeta Ramón López Velarde, bajo diferentes circunstancias, pero con propósitos similares y un simbolismo muy aproximado. Luego vendrían otras Casas en diversos países, inspiradas en el modelo colombiano.

Los acervos bibliográfico y fonológico son quizá los contenidos de mayor envergadura que posee la Casa de Poesía Silva, que registra la presencia de cientos de poetas de numerosos países del mundo. Las voces de poetas consagrados y noveles, de conferencistas, forman parte del enorme coro de la historia de un cuarto de siglo de este centro cultural dedicado al padre de la poesía colombiana, que por época y poética corresponde al modernismo, pero cuya vida encaja más en la leyenda romántica. Su naufragio, la pérdida de la obra en tal percance, y la decisión de consagrar la belleza de su juventud a la muerte por decisión propia, son hechos que reafirman tal vocación.

Casa Silva, a diferencia de la López Velarde, aglutinó desde sus inicios a poetas de distintos perfiles estéticos e ideológicos en torno a la figura de la poeta María Mercedes Carranza. Vínculos que se han roto y unido de manera intermitente. Pero las causas de tales veleidades no atienden a otras razones que a las propias del ser humano y en este caso de la dinámica de las vanidades, de las disputas propias del gremio versificador que no está exento de las tentaciones del poder, los privilegios, el olor de la fama o por lo menos de la notoriedad.

La Casa de Poesía Silva, tras la muerte, también por voluntad propia o movida por el desaliento, de María Mercedes Carranza, en el contexto social aún desgarrado de su país, vino a recaer en Pedro Alejo Gómez, diplomático y abogado, hijo de una de las luminarias de la narrativa colombiana, Pedro Gómez Valderrama, y él mismo escritor y poeta. La Casa Silva, junto con el Festival de Poesía de Medellín, es expresión genuina de la sociedad colombiana para mantener vigente el espíritu de los Alzados en Almas contra el horror y la muerte.

Complicada gestión de recursos financieros para mantener a flote esta nave cultural, no sólo ante las instancias gubernamentales, sino en la elaboración de programas que produzcan autogenerados para sostener el rumbo y la movilidad, la asistencia de públicos fieles a los recitales, las conferencias, los conversatorios, los performances de carácter poético, la revista anual Casa Silva, que funge como memoria y referente imaginativo de las actividades que se realizan y presentarán en sus instalaciones. Pedro Alejo Gómez, me consta, ha empeñado su voluntad en desplegar todo tipo de posibilidades que atraigan recursos y den nuevos vientos a esta casa insignia de la poesía iberoamericana, universal, diría yo. Una visibilidad más nítida, quizás, para quienes no somos colombianos, pero profesamos un profundo amor por este país y sus virtudes expuestas o inhibidas.

Contrababel es uno de esos inventos de Pedro Alejo Gómez que nos permiten asomarnos no sólo al compromiso de la búsqueda, de la sobrevivencia, sino a la exploración de posibilidades de crecimiento y diversificación de la poesía con otras disciplinas, otros discursos, otros lenguajes, distintos modos de nombrar la vida, el hábitat natural de esa criatura expulsada del paraíso, que anhela construir un ámbito que lo ponga a salvo de la intemperie, de la inseguridad y el miedo, es decir, no sólo nombrar sino poner los cimientos, las bases, la perspectiva inagotable de la Casa de la Poesía.

Casa Silva es ya patrimonio cultural de Colombia y de América Latina, parte de la memoria y de los significados de una sociedad que no se resigna a ser identificada por la violencia que la asuela, sino por la fuerza de su imaginación y sus afanes de paz, de justicia, de belleza.