Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de diciembre de 2011 Num: 875

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Una señora suspendida
Kikí Dimoulá

Una flauta mágica
de Peter Brook

Andrea Christiansen

Soy ojo que mira,
soy puente

Alessandra Galimberti

Tomás Segovia
y la plenitud

Xabier F. Coronado

Una vida honrada
y de trabajo

Raúl Olvera Mijares entrevista
con Tomás Segovia

Cuarto rastreo
Tomás Segovia

Poema
Francisco Segovia

25 años de Casa Silva
de Poesía de Bogotá

José Ángel Leyva

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Alejandro Michelena

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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La historicidad escénica de José Caballero

Horas de gracia es una compleja red de escenas en torno a una idea y un personaje, Iturbide, que bordaron con maestría cómplice Juan Tovar, en la dramaturgia, y José Caballero en la dirección. Este montaje tiene una factura de por lo menos veinticinco años. No se llega a este dominio sin una práctica continuada del género que, por su interés histórico, nacional y político, tiene sobre sí las miradas de los historiadores y de todos aquellos que levantan la mano para señalar que se omitió tal o cual detalle.

Desde Manga de clavo, montada en 1985, Tovar y Caballero han hecho una mancuerna sólida (sin descontar La madrugada, Las adoraciones y El destierro), de las más fecundas entre un director y un dramaturgo. No hay muchos ejemplos de esta manera tan contemporánea de hacer teatro. En el otro lado está De Tavira con Leñero, también una dupla excepcional, por la modestia y flexibilidad de Leñero y la audacia de Tavira, él mismo traductor y dramaturgo, que siempre ha renunciado a la “ilustración” de un texto dramático.

Es importante señalar este punto de llegada que hoy parece una naturaleza que fluye. Sin embargo ha costado muchos años conseguir esa esfericidad y enfrentar unas celebraciones tan cuestionadas, mediocres (la búsqueda y exhibición de huesos es un auténtico clímax) y de puntos administrativos tan oscuros.

La Compañía Nacional de Teatro se vio obligada a participar de las celebraciones oficiales del Bicentenario del inicio de la Independencia y el Centenario de la Revolución mexicana, entre otras obras, con Horas de gracia, que llega al final de 2011 liberándose de esa perniciosa reflexión.

Iturbide, ese napoleoncillo, es un personaje al que Tovar ha dotado de la posibilidad de mirar, ensoñar; un gran fresco histórico donde se presentan ideas que continúan en la discusión nacional, gestos, idiosincrasia, formas de colonizaje y religiosidad, e incluso laicidad, que tienen una actualidad avasallante.

Fascina la naturaleza crítica del drama porque hay un filtro inevitable en la mirada del dramaturgo, la Revolución mexicana, que hace de la interpretación un tamiz que nos devuelve muchos pasados: desde el seductor de la patria a Juárez, su laicidad y la contemporización de un mundo que va de la Constitución de 1857 a la de 1917.

Hay un contrapunto fundamental en la obra: la presencia de Antonio López de Santa Anna, joven y viejo, ofreciendo los matices de un antes y después, de un período que preludia la Constitución de 1824 pero que discute el origen y la consumación de la Independencia con toda una constelación de fantasmas insurgentes que comanda Hidalgo, dotado de una pericia discursiva y retórica que nos alcanza y hace visibles los intereses económicos, imperiales, coloniales y sociales que consolidaron la Independencia.

El trabajo y la investigación sobre la época son rigurosos: canciones, frases hechas, un orden pictórico que Enrique Florescano obsequió en Imágenes de la patria (Taurus, 2010) sobre las representaciones de la patria en el siglo XIX, el vestuario, con guiños postmodernos (¿humor involuntario?) es uno de los corazones del montaje. 

La belleza y coherencia del vestuario de Jerildy Bosch se disfrutan tanto como la gran capacidad poética para ofrecer grandes síntesis escenográficas con la elaboración de unos cuantos rasgos sobre el espacio que le debemos a Alejandro Luna, escenógrafo e iluminador de una plataforma inclinada que ilustra los niveles de realidad y sueño puntuados con la fineza de Ruby Tagle.

Un ejemplo: el regreso de Iturbide a México sobre una embarcación compuesta de una larga mesa, tripulada como La balsa de la Medusa de Géricault, con unos remos que abaten las olas conformadas por espumosas telas blancas como la vela que desciende y pende por detrás construyendo la imagen épica de una tripulación que no despega su mirada del horizonte.

Es profundamente grato ver en estas funciones que muchos púberes y adolescentes queden atrapados por una manera de contar. Si bien la comprensión y total disfrute de la pieza precisa de un conocimiento de la historia, también es posible entenderla con una “embarrada” de conocimientos sobre ese pasado, pues domina la transparencia de las ideas.

Es un sueño de la razón, son horas de gracia para pensar y repensar quiénes somos a la luz de un 2012 que promete ser también consumatorio, farsa y tragedia trenzadas y alternas, como este flujo de ideas que provocan por su actualidad tan amenazante como cómica.