Opinión
Ver día anteriorLunes 12 de diciembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Momento de peligro
H

ace un mes reflexioné en estas páginas sobre la situación radical en que vivimos: ese periodo de despertar colectivo cuando una condición adversa que afecta a todos en su realidad y en sus expectativas coincide con la evidencia de que los remedios en uso agravan las dificultades en vez de aliviarlas, y entonces se desgarra el velo que cubre la mentalidad dominante. Se produce así la ruptura que puede permitir la transformación radical.

Pero estamos también en un momento de peligro.

Las crisis que padecemos no fueron creadas solamente por la codicia irresponsable de unos cuantos y la irresponsable complicidad de sus administradores gubernamentales. Se gestaron también por la resistencia a todas las formas del crimen neoliberal, que limitó su expansión, y porque millones de personas empezaron a recuperar la iniciativa; muchas dieron a su resistencia la forma de rebelión, en iniciativas autónomas en todas las esferas de la vida cotidiana y en el desafío abierto al sistema que recorre el planeta, desde el levantamiento zapatista hasta la primavera árabe, los indignados de España o Grecia y los mil rostros de la ocupación en Estados Unidos. A medida que este viento rebelde se extiende, los gobiernos entran en pánico. Perciben cómo se desvanece su poder político, su credibilidad como gestores de la crisis, y recurren a la fuerza en forma cada vez más irracional y peligrosa.

Hace poco más de un año nos lo advertía Raoul Vaneighem: “No sólo el Estado no está ya en posibilidad de cumplir sus obligaciones en virtud del contrato social, sino que roe los presupuestos destinados a los servicios públicos, desmantela todo lo que al menos garantizaba la supervivencia… en nombre de esa gigantesca estafa bautizada con el nombre de deuda pública. Ya no le queda más que una función: la represión policiaca. La única función del Estado es hacer que se extienda el miedo y la desesperanza. Y lo consigue al acreditar una especie de visión apocalíptica. Esparce el rumor de que mañana será peor que hoy. La sabiduría consiste entonces, según el Estado, en consumir, en gastar antes de la bancarrota, en rentabilizar todo lo que puede serlo, aunque se sacrifique nuestra propia existencia y el planeta entero para que el robo generalizado se perpetúe”.

El Buen fin, ese atroz montaje del gobierno y las corporaciones en el que cayeron muchos miles de mexicanos, es copia fiel de lo que se hace en todas partes. Como si la única esperanza del capital fuese hoy estimular la complicidad consumista de las víctimas…

Es momento de peligro. Nada peor que la combinación de debilidad política e incompetencia en quienes aún pueden usar la fuerza, como es el caso. Pero no es momento de desesperación. Vaneighem dijo también que, sobrepasando las barricadas de la resistencia y de la autodefensa, las fuerzas vivas del mundo entero se despiertan de un largo sueño. Su ofensiva, irresistible y pacífica, barrerá todos los obstáculos levantados contra el deseo de vivir que alimentan aquellos que, innombrables, nacen y renacen cada día. La violencia de un mundo por crear va a suplantar la violencia de un mundo que se destruye.

Cuando Vaneighem busca ejemplos que apuntalen su esperanza los encuentra ante todo entre los zapatistas. Mientras aquí se les aísla cada vez más y la única visita asidua que siguen recibiendo es la de los paramilitares, otros ven ahí una experiencia que representa verdadero progreso humano. Los zapatistas, dice Vaneighem, “han emprendido la resistencia contra todos las formas de poder organizándose ellos mismos y practicando la autonomía. Estos ‘sin rostro’, que tienen la cara de todos, están a punto de devolver a la humanidad su verdadera faz”. Se pregunta por las lecciones que podrían derivarse de ellos y observa: “Esta pregunta –y eso es lo que le presta una resonancia universal– coincide, en la crisis de nuestras democracias parlamentarias corroídas por la corrupción en todos los sitios y manipuladas también en todos los sitios por las empresas multinacionales, con la urgencia en la que nos encontramos de inventar una democracia… que implique liberar la vida cotidiana de la empresa económica en la que se encuentra reducida a un objeto de transacción mercantil”. (L’État n’est plus rien, soyons tout, 2010; hay traducción de Raúl Ornelas).

De eso se trata hoy. Esa es la tarea. Entre nosotros el peligro se agrava ante la amenaza de los tres candidatos que afanosamente desvían nuestra atención para que en vez de hacer lo que necesitamos tomemos con ellos su camino hacia el abismo, ese nuevo gatopardismo que promete cambiarlo todo… para que nada cambie.