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Reporte Económico

Crisis sistémica. Reflexión final (IV)

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poco más de tres décadas de su irrupción, el modelo neoliberal del capitalismo ha dado sobrada evidencia de que lejos del progreso y el bienestar ofrecido por sus impulsores, lo que ha traído es bajo crecimiento, concentración, desempleo, desigualdad, regresión social, inestabilidad y crisis.

Queda claro que ya no estamos ante crisis parciales, coyunturales o pasajeras como insisten en mostrarlas gobiernos, organismos internacionales y medios masivos, sino ante una Crisis Sistémica, estructural, del capitalismo neoliberal.

Si bien el capital corporativo trasnacional logró, con su enorme poder económico, cambiar la ruta del capitalismo social, regresarnos al siglo XIX, y transformar en su beneficio el sistema con el soporte de los gobiernos neoliberales y las tecnocracias en todo el orbe, lo que no ha logrado eludir es que, como era inevitable, las desatadas "fuerzas del mercado" recrearan los desequilibrios, fracturas y crisis del pasado, sólo que ahora a escala global.

Hoy el mundo es de las corporaciones, pero éstas no tienen soluciones para los problemas del mundo. La apertura indiscriminada de las fronteras al libre tránsito de mercancías, servicios y capitales les abrió un inmenso horizonte de expansión, negocios y acumulación que se reproduce y potencia a sí mismo, pero sin reglas ni instancias de poder mundiales capaces de regular su concentración, acciones, descontroles y abusos.

Permitir el predominio absoluto de las corporaciones ha estancado la generación de empleos en el mundo, pues su tecnificación, fusiones y economías de escala casi por definición desplazan al trabajo humano. De ahí que el desempleo franco, el subempleo y la marginación laboral en todas sus formas sea ya un problema de primera magnitud no sólo en las economías atrasadas, sino también en las avanzadas, donde el desempleo abierto promedio ha pasado de 2.3% de la población económicamente activa (PEA) en 1970 a 8.2% en 2010, con casos extremos en Francia, 9.4%; Estados Unidos, 9.6; Portugal, 10.8; Grecia, 12.6; Irlanda, 13.6, o España, 20.1. Este desempleo se ha vuelto crónico y creciente, y al capital corporativo ni le interesa corregirlo ni podría hacerlo aunque le interesara. Su corrección sólo es posible por la intervención de los estados con políticas específicas que limiten el desplazamiento laboral por un lado y por el otro incentiven, protejan y den viabilidad a las actividades productivas generadoras de empleo. Para el neoliberalismo la competitividad va antes que el empleo; para la economía social que propugnamos el empleo tiene prioridad y la competitividad debe verse en su adecuada dimensión y en los espacios económicos pertinentes.

Pero si para el neoliberalismo corporativo el desempleo es una resultante que no les atañe, para los gobiernos neoliberales se ha convertido en un problema mayúsculo tanto por la presión social cada vez más exacerbada y acre, como por las presiones económicas que implican millones de desempleados que ya no pagan impuestos al ingreso, reducen su consumo (y los impuestos a éste), y sí reclaman pagos al seguro de desempleo y servicios de la seguridad social.

Ante ello, tales gobiernos están cada vez más atrapados entre la espada y la pared, pues por un lado están comprometidos con el capital a disminuirle los impuestos al ingreso (el ISR sobre las utilidades de las empresas era en 1985 de 48.1% promedio en las 10 economías capitalistas más representativas y hoy es de sólo 28.4%), y por el otro la sociedades que ya no aceptan mayores cargas a los ingresos medios, ni mayores impuestos al consumo, ni nuevas elevaciones a los precios y tarifas de los bienes y servicios públicos, ni más recortes al gasto social, ni disminuciones en las pensiones, ni...

Tal situación ha generado crecientes desequilibrios fiscales entre los gastos cada vez más irreductibles de los gobiernos y los ingresos proporcionalmente cada vez más limitados por no gravar con lo justo a quienes concentran el ingreso y la riqueza. Actualmente (2010), casi todos los países avanzados registran un déficit fiscal que rebasas el tope acordado de 3% del PIB, con extremos en Portugal, -9.1%; España, -9.2; Japón, -9.2; Reino Unido, -10.2; Estados Unidos, -10.3; Grecia, -10.4, e Irlanda, -32.0%.

La salida a estos desequilibrios fiscales no ha sido corregirlos en su origen sino recurrir al endeudamiento. Esto ha disparado la deuda pública a niveles sin precedente contemporáneo en países como España, 52% de su PIB en 2010; Irlanda, 61; Estados Unidos, 61; Francia, 67; Reino Unido, 86; Bélgica, 97; Italia, 109; Grecia, 148; o Japón, 184% de su PIB en 2009 (Gráfico 1), todos ellos antes cómplices y ahora rehenes de los bancos trasnacionales, los organismos financieros, y las inefables calificadoras.

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El libre comercio sin cortapisas, por lo demás, no ha llevado a las economías hacia un intercambio sano y equilibrado sino a una profundización de los desequilibrios externos (Gráfico 1); y el libre flujo de capitales, unido a la irrestricta libertad cambiaria han convertido a la economía mundial en el paraíso de una especulación financiera de tal magnitud que es capaz, bien lo sabemos, de colapsar economías enteras.

El conjunto de estos elementos: concentración - desempleo - regresión social - déficit fiscal - endeudamiento - desequilibrio externo y especulación financiera, configuran el núcleo de descomposición del capitalismo neoliberal. Son elementos degradantes y concatenantes que el modelo desregulador y su libre mercado son incapaces de corregir, y cuya acumulación configura ya una Crisis Sistémica que –sin ánimo alarmista– sin correctivos sólo puede desembocar en un colapso financiero y económico de alcance mundial y efectos impredecibles.

Conjurar el derrumbe y reencausar la economía mundial hacia un desarrollo sólido y equilibrado, con pleno empleo y equidad distributiva, seguridad y bienestar social, tecnologías positivas y adecuadas, y sustentabilidad ecológica, implica inevitablemente cambiar las reglas del juego, aceptar lo que todas las evidencias indican: que la fecha de caducidad de la aventura neoliberal ya venció, y que mantener su vigencia es un peligro global de primer orden.

Es preciso hacer acopio de las experiencias de la historia, de las realidades del mundo actual y de las expectativas de la humanidad para recrear un esquema económico que dé soluciones efectivas a las sociedades en cada nación y a la colectividad mundial; un esquema que cambie depredación por progreso, desequilibrios por estabilidad, desigualdad por equidad, incertidumbre por seguridad, desesperación por oportunidades, belicosidad por cooperación, y caos por civilización.

En el mundo actual, ni el Estado debe tratar de aplastar al mercado ni mucho menos el mercado debe sobreponerse al estado; hoy día no podemos verlos como elementos contrapuestos sino complementarios, aunque siempre bajo la rectoría del primero y con primacía del interés colectivo y nacional.

Cuando hablamos de mercado no nos referimos al que representa libertinaje, abuso, configuraciones monopólicas, acumulación excesiva, corrupción, especulación y depredación, sino a un mercado de competencia sana, inercias positivas, respeto laboral, creatividad, opciones productivas y beneficio social.

Y cuando hablamos del Estado no nos referimos a las configuraciones caducas, corruptas, ineficientes, demagógicas, prepotentes y represoras que conocemos, sino a un Estado moderno, eficiente, honesto, respetuoso de los derechos ciudadanos, transparente, sujeto al escrutinio público, la valoración de sus acciones, el juicio popular y la revocación de mandato.

Pero con el neoliberalismo en el poder ningún cambio es posible, y por ello extirparlo es el inevitable primer paso para emprender la restructuración económica y social en cada país primero y en el ámbito regional y mundial después.

Sólo con un gobierno y un congreso de pensamiento avanzado y corte social las posibilidades de salir del pozo e iniciar la reconstrucción son reales, así como una reinserción más sensata en la economía mundial que permita la revisión de acuerdos lesivos, la reincorporación a la dinámica comunidad latinoamericana y con los grupos de avanzada que forman la comunidad del futuro; y el emprender en el ámbito mundial una acción decidida en todos los frentes para reconstruir y renovar la institucionalidad internacional que deberá regular al corporativismo global y encauzar una mundialización democrática, eficiente, equitativa y civilizada.

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