17 de diciembre de 2011     Número 51

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Producción de leche en México

Dependencia, polarización y baja eficiencia


FOTO: Alejandro Castro

Adolfo Álvarez Macías
Profesor-investigador del Departamento de
Producción Agrícola y Animal, Universidad
Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco
[email protected]

La crisis alimentaria de 2008 representó para México un reiterado anuncio de que su apuesta por depender de alimentos básicos importados era un fracaso; la crisis de 2010, que prácticamente se extiende hasta la fecha, lo vuelve a confirmar. ¿Seremos capaces de leer tantas advertencias? ¿De cambiar un rumbo que se ha revelado pernicioso para la mayoría de productores y consumidores mexicanos?

México ha dependido históricamente de leche y derivados importados, aprovechando precios internacionales reducidos, por los altos subsidios incluidos. Dichas subvenciones han disminuido, y además la demanda de lácteos por parte de países en fulgurante desarrollo, como China e India, ha agotado los excedentes que existían en el mercado mundial. Por ello, el precio de la leche en polvo, que en el mercado internacional no rebasaba los dos mil dólares por tonelada durante los 80s y 90s, llegó a alcanzar en los meses recientes hasta cinco mil dólares y en la actualidad se estabiliza en torno a tres mil 200 dólares por tonelada. En este nivel de precios no sólo se anulan los incentivos para importar leche, también se compromete el abastecimiento interno.

El encarecimiento de los granos forrajeros en el mercado internacional, de los cuales también existe alta dependencia y que son esenciales para los sistemas intensivos de producción de leche, complica más el desarrollo de la lechería nacional bajo el actual modelo.

La producción de leche en México sumó alrededor de diez millones 700 mil toneladas en 2010, pero la demanda llega a casi 15 millones, es decir, se importa poco más de 28 por ciento de la disponibilidad nacional. En años anteriores ese porcentaje llegó a ser de hasta 35; el que hoy sea menor no significa un dinamismo de la producción primaria, pues a pesar de que en los 50 años recientes se ha registrado una tasa de crecimiento media anual de poco más de 3.2 por ciento, en 2006-2010 tuvo un avance promedio de 1.5 por ciento anual, inferior al crecimiento de la población. Además la productividad media es modesta, de menos de dos toneladas por vaca al año, contra 9.6 en Estados Unidos y 5.1 en Argentina.

En la estructura productiva se distingue un desarrollo polarizado, ya que los ganaderos más capitalizados, que detentan entre 15 y 20 por ciento del hato lechero nacional aportan alrededor de la mitad de la producción de leche. Los productores de tipo familiar, con 60 por ciento del inventario animal, proporcionan menos de 30 por ciento de la leche. Esta distribución revela diferencias tecnológicas y organizativas marcadas; destaca que los productores capitalizados funcionan bajo el modelo Holstein, intensivo en el uso de alimentos concentrados y agua y con una amplia gama de innovaciones tecnológicas, de las cuales México también es dependiente.

Además, este modelo productivo es gran demandante de agua para los cultivos forrajeros como la alfalfa y para el propio mantenimiento de los establos, e incide de manera extraordinaria en el agotamiento de los mantos freáticos en cuencas tan relevantes como las de Aguascalientes, Valles Centrales de Querétaro y, en especial, La Laguna; en esta última zona se están afectando gravemente los valiosos mantos de la Ciénega, con la aparente complicidad de las autoridades correspondientes.

La degradación y contaminación que provoca, directa o indirectamente, la ganadería vacuna de leche de las mismas fuentes de agua y del suelo, deberían generar una urgente alerta para los responsables del desarrollo productivo y ambiental del país.

En este contexto, la participación de Liconsa como una especie de regulador del sistema lácteo mexicano es notable y brinda opciones a consumidores y productores, especialmente los de bajos ingresos. Por un lado, por medio del Programa de Abasto Social (PAS), se distribuye leche subsidiada a cerca de seis millones de consumidores. Por otro, dispone del Programa de Compras de Leche Nacional, para sustituir la leche importada, adquiriendo leche a más de 11 mil 500 pequeños y medianos ganaderos (3.5 por ciento del total nacional), de 17 entidades federativas, que en 2011 han provisto alrededor de 70 por ciento del PAS. Para ello, ofrece un precio atractivo a los productores (hasta 5.60 pesos el litro en la actualidad) que ha servido como referente en múltiples mercados regionales.

Sin embargo, se detecta que los precios de la leche crecen a ritmos más acelerados que los salarios, pues con un salario mínimo del Distrito Federal se podía comprar 15.5 litros de leche pasteurizada en 1980 y en 2011 no se llega a cinco. Ello explica en parte que el consumo de leche en México sea bajo, de alrededor de 125 litros per cápita, contra casi el triple en Estados Unidos.

En conclusión, existe una baja eficiencia de la producción de leche en México, expresada en un modelo dependiente del exterior, con una estructura polarizada, con bajos rendimientos promedio, con baja sustentabilidad y sin capacidad de responder a las características de la demanda de la población mexicana. Por tanto, se justifica plenamente un cambio de modelo productivo y organizativo, con un dispositivo institucional que privilegie un desarrollo endógeno, sostenible y eficiente, en el cual se podría aprovechar y potenciar la experiencia de Liconsa.


FOTO: Juan Fco. Marrero


Producción animal sustentable

Ramón Soriano Robles1, Ladislao Arias Margarito1,
Gretel Iliana Gil González2, Valentín Efrén Espinosa Ortiz2
y Randy Alexis Jiménez Jiménez2

1Departamento de Biología de la Reproducción. UAM Iztapalapa
2Departamento de Economía, Administración y Desarrollo Rural FMVZ-UNAM
[email protected]


FOTO: Archivo

El concepto de sustentabilidad es cada vez más utilizado; mucha gente lo identifica con el cuidado del medio ambiente y con el paisaje limpio (agua, tierra y aire), así como con la preservación de las formas de vida silvestre, animal y vegetal. Sin embargo, dicho concepto también es aplicado en la mayoría de las actividades productivas, dado que éstas son fenómenos complejos donde participan una serie de actores que transforman insumos para convertirlos en productos o satisfactores de las necesidades básicas del ser humano.

A partir de los años 50s, con la entrada de la “revolución verde”, las formas tradicionales de producción, basadas en el conocimiento local y manejo integrado de los agroecosistemas han ido reduciendo su presencia o desapareciendo. Esto se ha acentuado por el advenimiento de la llamada “revolución biotecnológica”. Ante este panorama, cada vez hay menos pequeños y medianos productores y más de los que concentran grandes extensiones de tierra, recursos y producción. Desde la perspectiva socioeconómica, esto ha generado migración, aumento de pobreza, concentración de la riqueza y desempleo. Desde el punto de vista ambiental, se ha perdido biodiversidad, se ha generado contaminación por el estiércol del ganado, y se han producido enfermedades nuevas y que han pasado del animal al ser humano (virus (A/H1N1).

Ante este panorama y para recuperar la viabilidad social, económica y ambiental de los sistemas de producción a escala nacional y mundial (y por lo tanto su permanencia o sustentabilidad a largo plazo), la Organización de las Naciones Unidas (ONU), por medio del reporte Bruntland, recomienda un “desarrollo sustentable”.

En esa misma línea de acción, en la Cumbre del Milenio la ONU planteó entre sus metas del milenio para reducir el hambre y preservar el ambiente, reforzar la investigación participativa con los productores de pequeña y mediana escala, ya que éstos son los que preservan biodiversidad, generan empleo y equidad regional.

En este contexto, en nuestro grupo de investigación hemos planteado dos líneas de trabajo para contribuir a un desarrollo rural sustentable. Una es la generación de indicadores para evaluar la sustentabilidad de sistemas agropecuarios, y otra, evaluar recursos forrajeros mexicanos que contribuyan a mejorar la sustentabilidad de la ganadería en pequeña escala en comunidades con índice de marginalidad alto.


FOTO: Manuel Rodríguez

Respecto al primer proyecto, se evaluó la sustentabilidad del sistema de chinampa y del sistema de producción de leche de pequeña escala en Xochimilco. En ambos casos se analizaron las dimensiones social, tecnológico- ambiental y económica. Resultó que poseen un 63 y 65 por ciento de sustentabilidad, respectivamente, y en consecuencia un 37 y 35 por ciento de no sustentabilidad. Esto indica que hay mucho por hacer, en especial en el ámbito económico en el caso de la producción chinampera, y ambiental en el caso de la producción de leche.

En el proyecto de recursos forrajeros, denominado “Recursos naturales y ganadería sustentable” se ha explorado un conjunto de plantas nativas mexicanas, en especial leguminosas, debido a su alto contenido de proteína, como recursos locales de bajo costo que puedan contribuir a mejorar la alimentación de los animales. Dado su carácter productivo estacional (verano) la propuesta que se maneja es recolectar recursos naturales y preservarlos para la época de sequía (enero a mayo).

Con los recursos recolectados hemos preparado bloques multinutricionales, complemento nutricional solidificado elaborado en moldes, que contiene rastrojo de maíz, melaza de caña de azúcar, urea, sales minerales, además de cal y cemento como compactantes. Hemos logrado fórmulas sin cemento utilizando recursos locales como el guácimo, huizache, mezquite, xoconostle, pitaya, manzana, camote, plátano, yuca y vainas de leguminosas. Con estos bloques encontramos mejores resultados en ganancia de peso en corderos destetados, lo que ha mejorado la sustentabilidad de los sistemas de producción evaluados a bajo costo.

Producción de leche orgánica

Luis Brunett Pérez1, Enrique Espinosa Ayala1, Ofelia Márquez Molina1,
Valentín Espinosa Ortiz2 y Francisco Alonso Pesado2

1Centro Universitario UAEM Amecameca. 2 FMVZ-UNAM
[email protected]

Hay información documental que afirma que los alimentos orgánicos constituyen una actividad comercial creciente y con buenas perspectivas a largo plazo. Así, se observa una tendencia mundial de reconversión de sistemas convencionales hacia sistemas de agricultura orgánica, con la intención de aprovechar los nichos de mercado conformados por consumidores que buscan una alimentación más sana e inocua, con mayores características organolépticas del producto, conscientes de que los sistemas agropecuarios deben proteger el medio ambiente y procurar una mejor calidad de vida para los animales.

Estos comentarios obligan a conocer en qué consiste la propuesta de la agricultura orgánica para la producción de leche de vaca.

Los términos orgánico, ecológico y/o biológico se aplican a los productos que se sujetan a una serie de normas en las fases de producción, manipulación, elaboración y comercialización, y que han sido avalados por alguna agencia de certificación (en México el 80 por ciento de éstas son de origen extranjero). Por consiguiente, el término “orgánico” se refiere más a un proceso que a un producto. Esto no representa estrictamente que los alimentos producidos sean más sanos, más inocuos o “totalmente naturales”. Simplemente significa que el producto se ajusta a las normas de producción y manipulación establecidas por la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica (IFOAM).

En materia de producción de leche orgánica, se identifican varias definiciones, todas alusivas a las prácticas que deben seguirse en la producción orgánica. En síntesis, las normas señalan: evitar o disminuir al máximo el uso de fertilizantes químicos, reguladores del crecimiento, aditivos para la alimentación, antibióticos, hormonas, etcétera. La inseminación artificial es admitida, no así la transferencia de embriones. Al respecto de las mutilaciones a los animales se aceptan la castración, el descorne y el anillado, pero minimizando el sufrimiento del animal.

No obstante estas restricciones, los sistemas orgánicos de leche deben producir alimentos de alta calidad y en cantidad suficiente. Para ello, se recurre al manejo del ciclo de nutrientes (nitrógeno, carbono, fósforo, etcétera) y a trabajar con un sistema cerrado, es decir, producir todo lo que se requiere de forrajes y animales de reposición.

Una conceptualización que permite entender mejor lo que es sistema orgánico de leche es la siguiente: asumir el compromiso implica una serie de transformaciones, no sólo en el sistema y en las instalaciones, sino en la percepción que tiene el productor de lo que es una explotación lechera; además, implica un cambio en los servicios de asistencia técnica y medicina veterinaria. En este sentido, es común el uso de medicina homeopática, medicina ayurvédica (hindú) y la acupuntura. Cabe señalar que el efecto de estos tratamientos es más lento y requiere de un servicio médico especializado.

Es conveniente mencionar que en la producción orgánica se asume que las prácticas de manejo promueven y mantienen la salud y el bienestar de los animales por medio de una nutrición balanceada, condiciones de vida libres de estrés y una selección genética apta para la resistencia a enfermedades parasitarias e infecciosas, todo lo cual en teoría propicia una mejor calidad de vida y en consecuencia las enfermedades disminuirán drásticamente.

La agricultura orgánica valora de gran manera el bienestar animal y una alimentación sana para las vacas, con lo que se asume que la producción, calidad de la leche y algunos parámetros zootécnicos se mejoran, situación que habría que evaluar científicamente. Se requiere de servicios médicos veterinarios especializados en medicina alternativa, lo que genera un reto para las universidades, ya que son pocos los profesionistas que conocen la medicina alternativa.