17 de diciembre de 2011     Número 51

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Precios de los insumos pecuarios

Francisco Alejandro Alonso Pesado, Beatriz Acevedo Rivera, Gretel Iliana Gil González, Valentín Efrén Espinosa Ortíz y Randy Alexis Jiménez Jiménez
Departamento de Economía, Administración y Desarrollo Rural. FMVZ- UNAM [email protected]

En lo que va del siglo XXI, la actividad pecuaria mexicana ha logrado un crecimiento que no ha satisfecho las necesidades del mercado interno (la avícola es la que ha presentado entre 2000 y 2009 el mayor dinamismo con una tasa media anual del 4.3 por ciento). Las importaciones de leche y sus derivados, así como las de carne de ovino, cerdo, pollo y bovino siguen siendo un componente significativo de la oferta global mexicana.

Su relativo crecimiento se sustentó en integraciones verticales y horizontales; en incorporación de innovaciones tecnológicas; en economías de escala que configuraron costos medios de largo plazo descendentes; en importación de granos alimenticios baratos, subsidiados de Estados Unidos (EU), y en el esfuerzo de productores pecuarios nacionales.

Uno de los factores de primer orden que “explicó” el crecimiento pecuario fue la importación barata de insumos alimenticios, favorecida, entre otros aspectos, por la ley federal llamada Farm Bill de EU.

Desde 1929 se viene revisando periódicamente esta ley federal orientada al fomento y ordenamiento de la producción de básicos, incluyendo a los granos, denominados commodities. Entre 1929 y 1995, la Farm Bill estuvo orientada a mantener un sistema de control de la oferta de los commodities. El sistema se sustentó en crear reservas de commodities, de tal forma que cuando los precios de éstos se deprimían, se sacaban ciertos volúmenes del mercado para constituirlos en reservas, y cuando se detectaba una amenaza de alza de precios se vendían los granos en reserva, generando estabilidad de precios y certidumbre en los negocios agrícolas y pecuarios. Los apoyos del gobierno estadounidense consistían en pignoración de los costos financieros y de almacenaje a favor de los productores.

El 1996 la Farm Bill sustituyó el esquema de control de oferta por los precios de garantía de los insumos alimenticios. Cuando los precios del mercado sumados a los apoyos directos eran inferiores al precio de garantía (target price), el gobierno otorgaba a los productores pagos compensatorios. La Farm Bill de 2002 se expandió a diez títulos, incluyendo temas de conservación, comercio, sanidad, investigación, recursos forestales, nutrición y otros; sin embargo, el título principal con influencia en los demás siguió siendo el referente a los apoyos directos y el target price para los granos básicos.

Fue así como se generaron en más de una década (finales del siglo XX y primeros años del XXI) excedentes de commodities, tales como maíz amarillo, trigo, frijol, sorgo, soya y otros productos, que fueron desplazados, sobre todo desde EU, por medio de exportaciones baratas, pues incluían los subsidios de los pagos compensatorios. Asimismo, la propia Farm Bill incorporó créditos para los commodities a tasas de interés muy competitivas, que fueron usados por importadores.

En el caso del maíz amarillo, la política fue beneficiosa para los compradores mexicanos pecuarios: obtuvieron el insumo alimenticio a precios altamente competitivos. El adquirir del exterior uno de los insumos (maíz amarillo) de mayor impacto en costos de producción pecuarios “alimentó” la expansión de satisfactores ricos en proteína animal de alta calidad.

Actualmente las condiciones son diferentes, las rentabilidades de los productores pecuarios nacionales se han visto afectadas negativamente.

Estados Unidos es el principal productor de maíz amarillo y participa con 62 por ciento de las exportaciones mundiales del grano. La prohibición del uso de metilterbutil- éter (MTBE) en las gasolinas en diversas regiones de aquel país y la consecuente sustitución del MTBE por etanol obtenido del maíz amarillo generaron una demanda en el mercado interno estadounidense de tal magnitud que se redujeron los inventarios de ese grano en 35 por ciento y se incrementaron sus precios internacionales en 52 por ciento en el 2008 con respecto a 2007. Ello condujeron al alza a los precios del sorgo.

Es difícil compensar la oferta exportable del maíz de EU, porque los otros países productores importantes tienen escasa presencia exportadora, como el caso de China, segundo productor mundial de maíz amarillo, cuyas exportaciones son marginales. El tercer productor mundial es Brasil, que coloca ciertas cantidades del grano en el mercado internacional porque sus políticas de producción agropecuarias, adoptadas desde hace más de dos décadas, son acordes con la base fundamental de su economía pecuaria, es decir, “engarzar” los eslabones de su agricultura con los eslabones ganaderos y así configurar la cadena de valor agropecuaria.

La premisa de las ventajas comparativas en el libre comercio se manejó como un supuesto beneficio para el país. De acuerdo con esta idea, la agricultura mexicana presenta ventajas geográficas y climáticas que permiten exportar a precios altamente competitivos hortalizas y frutas. Y, dadas las asimetrías respecto a los socios comerciales en cuanto a la producción de granos y oleaginosas, es mejor importar estos productos, es decir comprar barato del exterior pues internamente salen más caros, y estimular aquellos cultivos que se venden caros en el mercado internacional y se producen baratos en el país.

Es evidente que las condiciones geográficas y climáticas son hasta cierto punto constantes (ya no tanto); sin embargo, no ocurre lo mismo con las políticas públicas y las condiciones de mercado: un cambio de política pública ambiental en EU motivó la vertiginosa demanda de maíz amarillo como materia prima para la producción de etanol. Además, el aumento de la demanda de maíz amarillo, sorgo, frijol soya y otros, por parte de China e India, como una tendencia estructural, determina hacia el futuro un aumento sostenido de precios de estos commodities en el mercado internacional. El aumento de esta demanda echa por tierra las supuestas ventajas comparativas de importar granos básicos baratos.

Del primer trimestre del 2006 al tercer trimestre del 2011 el alza del precio para el grano (maíz amarillo y sorgo) fue del 175 por ciento (de 1.46 a 4.01 pesos por kilo), y para la pasta de soya, de 99 por ciento (de 2.76 a 5.50 pesos por kilo), aunque en el 2009 llegó a ubicarse en un precio más alto (un incremento de más del 200 por ciento con respecto al precio del primer trimestre de 2006).

El efecto que tuvo el alza de precios de los ingredientes alimenticios (granos, oleaginosas y pasta de soya) se reflejó en el costo de alimentos balanceados para los animales. Por ejemplo, el alimento para gallina de postura se elevó en ese mismo periodo un 139 por ciento (de 2.43 a 6.68 pesos por kilo).

Hay otras variables que explican el aumento constante de precios de los insumos alimenticios, entre ellos cambio climático (inundaciones y sequías), problemas de agua y precios altos del petróleo (energéticos y fertilizantes más caros).

México produce cantidades de insumos alimenticios por debajo de las necesidades de su mercado interno. La mayor diferencia entre la producción de maíz (sobre todo amarillo) y el consumo nacional se concentra en este grano, a pesar de un crecimiento sistemático de las cosechas. En 1995, en el país, se produjeron 18.5 millones de toneladas de maíz (blanco, para consumo en tortillas), pero la demanda nacional fue de 20.9 millones; el déficit fue de 2.4 millones de toneladas que tuvieron que importarse. Para 2000, la oferta interna maicera se ubicó en 3.4 millones de toneladas por debajo de los requerimientos del mercado doméstico, y en 2010 el déficit entre oferta agregada interna de maíz y consumo nacional fue de siete millones de toneladas; en ese año, la producción nacional de maíz fue de 22 millones de toneladas, que cubrieron 75 por ciento del consumo interno.

La mayor cantidad de maíz que se compra del exterior es amarillo. Para el consumo animal, en 2007 se importaron 5.4 millones de toneladas de grano amarillo, 1.6 millones de maíz quebrado y dos millones de toneladas de sorgo. En el 2008 México importó 95 por ciento de su consumo de frijol soya; sólo produjo el cinco por ciento de esta oleaginosa; esas importaciones sumaron 955 mil toneladas y un año después, en 2009, totalizaron 897 mil toneladas.

Se subraya que el insumo que tiene el mayor peso porcentual en el costo para producir unidades de producto pecuario (leche, carne y huevo) es el alimento (forrajes y granos); va de 50 al 80 por ciento. Por ejemplo, en el caso de huevo para plato, el porcentaje promedio nacional es de 64.5, de acuerdo con la UniónNacional de Avicultores.

Las ingentes importaciones de insumos alimenticios a precios elevados implican que los productores pecuarios vean disminuir sus márgenes de ganancias, o se coloquen en posición de quiebra afectando el empleo, rompiendo cadenas de valor y dejando de generar efectos multiplicadores y desarrollos regionales, además de debilitar el mercado interno.

Adquirir del exterior insumos alimenticios y alimentos bajo una dinámica sostenida y creciente coloca al país en un perfil de dependencia y pérdida de soberanía alimentaria. El país requiere de manera urgente una política alimentaria que tenga como objetivo prioritario lograr el abasto de insumos alimenticios para el mercado interno. Una política agroalimentaria que surja de grandes empresas y consorcios de países centrales, caracterizada por una apertura comercial indiscriminada de mercados de granos alimenticios para el ganado, puede parecer en el corto plazo viable, pero en el mediano y largo plazo coloca a países como México ante el riesgo de fuertes desabastos.

Urge nueva estrategia en la
producción de carne de res

Beatriz A. Cavallotti V.
Profesora-investigadora de la UACh

A finales del siglo pasado se acuñó la frase “revolución ganadera”, aludiendo al rápido e inusitado crecimiento de esta actividad en el orbe. Tal fenómeno estuvo estrechamente ligado a grandes cambios tecnológicos que acicatearon la producción intensiva en algunas especies, acompañados por la modernización en el transporte y el sacrificio y la innovación en la forma de empacar, conservar, transportar y comercializar la carne.

En años posteriores, el incremento de la demanda mundial, particularmente en los países en lo cuales la población mejoró sus ingresos, también constituyó un importante aliciente para esta industria.

En la actualidad, 26 por ciento de la superficie terrestre sin hielo se destina al pastoreo de ganado y 33 por ciento de las tierras de cultivo se emplean para producir forraje, según datos de 2009 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Paradójicamente, son pocos los países que realizan la mayor parte del consumo; de hecho Estados Unidos encabeza a un grupo de cuatros países responsables del 60 por ciento o más del consumo mundial de carne de res y no llegan ni a una docena los países que consumen 80 por ciento de toda la carne de esta especie que se produce en el mundo.

Estos países tienden a producir su demanda aunque prevalezca un margen del producto que deben adquirir en el mercado externo, lo cual permite obtener ingresos adicionales a los países que están en condiciones de abastecerla.

De todas maneras, una porción importante de la población mundial no accede al consumo de este y otros alimentos; persiste una cifra alarmante cercana a los mil millones de personas que no cuentan con los recursos suficientes para satisfacer esta necesidad básica para la vida.

Por otra parte, estudios realizados por expertos en la materia manifiestan que el impacto ambiental de la ganadería es bastante intenso en lo que respecta a deforestación, contaminación de mantos freáticos y, tal vez, el más importante de todos, el derivado de la emisión de gases de efecto invernadero que hoy por hoy promueve el cambio climático.

Con ello se amenaza la producción de alimentos, y consecuentemente a grandes sectores de la humanidad que continuarán sin acceder a ellos o que no obtendrán ingresos por la venta de sus cultivos y/o ganado –ya sea por sequías persistentes, heladas o bien por inundaciones–, y hay que considerar también a quienes sufrirán por la devastación de su hábitat o se verán privados de la vida misma.

Sin lugar a dudas, hay que repensar y replantearse las forma de producir el ganado, para que sus productos constituyan verdaderos satisfactores para la población, que proporcionen las proteínas necesarias, pero causando la menor cantidad posible de daño al ambiente.

En México, de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación la Política de Desarrollo Social (Coneval), la pobreza alcanza a 52 millones de mexicanos, o sea 46.3 por ciento de la población, y casi 20 millones de personas (18.8 por ciento) no tienen acceso a la alimentación necesaria, ni siquiera si emplearan el total de sus ingresos para ello. Paradójicamente, gran parte de estas personas viven en el campo, en donde se producen los alimentos.

¿Qué papel juega la ganadería en este contexto? Las condiciones en que se desarrolla actualmente la actividad son contradictorias y complejas.

En lo que se refiere a la producción de carne de res, va en ascenso y en 2010 superó con creces el millón de toneladas, toda vez que se produjeron más de un millón 700 mil toneladas, de las cuales se exportaron aproximadamente 72 mil, según datos de la Confederación Nacional de Organizaciones Ganaderas (CNOG) de 2011. A su vez, se importaron 285 mil toneladas de carne que representaron 21.8 por ciento del consumo nacional.

En términos monetarios, las importaciones de bovinas totalizaron más de mil 600 millones de dólares e implicaron un déficit de casi 739 millones de dólares por concepto de balance comercial. Si restamos las exportaciones bovinas a las importaciones, los resultados muestran esta merma millonaria de divisas para el país, recursos que ya no regresan y que impactan a la economía en su conjunto.

En el primer semestre del 2011 las estadísticas reportaron cifras negativas en el balance del comercio exterior del sector alimentario, mientras que aproximadamente 42 por ciento de las importaciones agropecuarias fueron de maíz, sorgo y soya, productos que se orientaron básicamente a la alimentación animal. Entre tanto, diez por ciento de las importaciones agroindustriales estuvieron conformadas por carne (siete por ciento) y grasa de bovino (tres por ciento). En el caso del maíz, el valor de las importaciones superaron en 66.4 por ciento a las del mismo período del año anterior, las de sorgo lo hicieron en 57.6 y las de soya en 17.7 por ciento. Mientras, las de carne de bovino se incrementaron 5.4 por ciento y la de grasa de bovino 44 por ciento, de acuerdo con información de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa).

Según la misma fuente, el déficit del comercio exterior en cárnicos en el primer semestre de este año fue de mil 435 millones de dólares; en granos, de dos mil 832 millones; en oleaginosas, de dos mil 527 millones, y en forrajes y otras oleaginosas fue de 257millones de dólares.

¿Qué sucede con el consumo de carne de res en México? Del año 2000 en adelante el consumo anual per cápita rondó los 13 kilos, aunque en 2010 disminuyó a 11.6, según la CNOG. Sin embargo, de acuerdo con la Encuesta de Ingreso y Gasto de los Hogares (ENIGH), si en 2000 casi 98 por ciento de los hogares encuestados manifestaron consumir carne, en 2010 sólo un 50 por ciento de los hogares emplearon sus ingresos en este rubro.

Es decir que, a pesar de los costos económicos que representa para el país el sistema bovinos de carne, sin tomar en cuenta los subsidios que se dan por medio de diferentes programas de gobierno, el consumo de carne en las familias disminuyó.

Por otro lado, si se consultan las cifras de los dos censos agropecuarios más recientes, se observará que se perdieron aproximadamente 22 por ciento de las unidades de producción dedicadas a la producción de ganado bovino.

Por todo lo anterior, queda claro que es necesario plantear de inmediato alternativas para modificar sustancialmente las condiciones actuales de este sistema.

A grandes rasgos, se puede proponer que es necesaria una mejor distribución del ingreso entre la población. De lo contrario, la cantidad de personas en pobreza alimentaria persistirá o se incrementará y no aumentará el consumo de carne.

Se requieren recursos frescos para la producción ganadera, principalmente dirigidos a los productores de cría y de ciclo completo, con el fin de incrementar la producción para el consumo nacional de manera sustentable, con los menores costos ambientales.

Los recursos deben proceder del presupuesto gubernamental considerando también a la banca de desarrollo. En el caso de esta última, los créditos no deben estar dirigidos principalmente a la obtención de ganancias rápidas para el sector bancario sino a recuperar al sector productivo, con el fin de generar alimentos e ingresos para la población. ¿Qué significa esto? Qué el crédito se tiene que adecuar al ciclo productivo y a los tiempos de comercialización de los productos ganaderos.

Es necesario promover la organización de productores para optimizar el empleo de los recursos y las condiciones de comercialización del ganado.

Se requiere ampliar y modernizar la infraestructura productiva (producción, sacrificio y comercio) y fomentar el desarrollo de mercados locales.

Por último, pero no menos importante, es necesario que se canalicen vastos recursos a la investigación, de tal forma en que se modifique el modelo de producción, principalmente en la fase de engorda que se sustenta en el empleo de granos y oleaginosas.

Sin duda, adoptando estas líneas de trabajo en materia de política pública, sin tomar en cuenta las presiones externas e internas inmediatistas, se podrán lograr avances sustanciales en la producción y se coadyuvará a la mejora en la calidad de vida de los productores rurales y a la satisfacción de la necesidad de alimentos para la población.