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Ver día anteriorDomingo 18 de diciembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los políticos de corazón
P

or muchos años en el medio académico hemos hablado de los trabajadores migrantes indocumentados. La razón era muy simple: los migrantes iban a trabajar, siempre a trabajar, por temporadas largas o cortas. El patrón migratorio a Estados Unidos era básicamente circular: iban y venían.

Pero a partir de 1993, con las operaciones Bloqueo y Guardián, pero sobre todo después del 11 de septiembre de 2001, con el ataque a las Torres Gemelas, la política fronteriza cambió radicalmente y se convirtió en un asunto de seguridad y prioridad nacional. El muro empezó a crecer y se militarizó la frontera.

Y en esa ola se subieron muchos políticos de derecha que encontraron en la inmigración un enemigo fácil a vencer y que justificaban con la defensa de la legalidad, sus actitudes discriminatorias, racistas y xenófobas. A muchos les ha redituado políticamente ser los duros en cuanto a política migratoria. Pero no en todos los casos.

En Nevada, Sharon Angle, candidata de ultraderecha del Tea Party, fue derrotada en 2010 por el demócrata Harry Reid, que contó con el apoyo del voto latino y era partidario de una reforma migratoria amplia, incluido el Dream Act, que legalizaría a los jóvenes de la generación uno y medio, quienes llegaron de chicos a Estados Unidos y se socializaron en ese medio. Por su parte, Angle apoyaba la ley Arizona SB 1070 y proponía una semejante para Nevada. Por añadidura contó en el apoyo del sheriff Joe Arpaio, de Maricopa, quien se ha distinguido como el principal persecutor y denigrador de migrantes de Estados Unidos.

El voto latino en Nevada representa 12 por ciento y fue suficiente como para inclinar la balanza hacia el lado de los demócratas. Una mayoría de latinos, no todos, le dieron el voto a Reid y le salvaron la gubernatura.

En Arizona sucedió lo contario. Ganó la gubernatura la republicana Jan Brewer, que había promulgado la primera ley antimigrante que castigaba por el delito de portación de cara o sospecha razonable de ser migrante indocumentado. La ley fue impulsada por el republicano Russell Pearce, quien ostentaba el cargo de presidente del Senado del estado de Arizona. Además de arrogante, Pearce se jactaba de ser un líder de dimensión nacional en cuanto a política migratoria.

Pero los ciudadanos de Arizona solicitaron, con miles de firmas, la revocación de su mandato y se realizaron nuevamente elecciones. En su campaña Pearce endureció sus propuestas antimigrantes, pero fue cuestionado por muchos empresarios que ya habían sido afectados en sus negocios por el boicot en contra de Arizona y la mala fama que había ganado el estado, y muchos de ellos habían perdido a sus mejores empleados.

Los latinos apoyaron al republicano moderado Jerry Lewis (sic) y el campeón de la lucha antimigrante se tuvo que ir a casa. Fue derrotado democráticamente por la sociedad de Arizona, incluidos muchos republicanos de buen corazón.

Ser compasivo a veces funciona en política, otras veces no. Se pretenden mover algunas fibras íntimas y personales de una sociedad como cualquier otra: con buenos y malos, con gente arrogante y decente, con personas arbitrarias y otras tremendamente justas. Pero se parte de la idea de que la mayoría de la gente, de los posibles votantes, son buenas personas.

Fue el caso del candidato a la presidencia Rick Perry, gobernador en Texas, quien defendió una ley vigente en su estado que considera a los estudiantes mexicanos, incluidos los indocumentados, como residentes de Texas y no tienen que pagar una cuota como extranjeros en las universidades públicas. Su argumento fue que cualquiera que no apoye esta ley no tiene corazón. Y le llovieron de tal modo las críticas, por ser demasiado blando, que en menos de 24 horas tuvo que dar marcha atrás.

La derecha controla los medios de comunicación y los extremistas republicanos no dejan pasar ninguna propuesta que pueda sonar a amnistía o favorecer a los migrantes. Pero las posturas extremas van muchas veces en contra de las posiciones o convicciones de un electorado masivo. Así piensa otro candidato republicano de derecha, Newt Gingrich, quien era considerado como un republicano conservador ejemplar pero en un debate reciente entre aspirantes republicanos a la presidencia afirmó que: No creo que los ciudadanos de Estados Unidos vayan a hacer que personas que han vivido aquí durante un cuarto de siglo, que han podido hacer algo hace 20 años... se separen de sus familias y los expulsen del país, declaró Gingrich. Y su argumento fue que él, como buen republicano, respeta a la familia y la unidad familiar. Por eso afirma que está preparado para que lo critiquen por defender que seamos humanos a la hora de aplicar las leyes. El aspirante republicano tiene varios blancos muy débiles y es errático e impredecible. Pero le va ganando en las encuestas a Mitt Ronney que la ultraderecha lo considera de centro.

Las posturas extremistas con respecto a la migración van cediendo terreno y algunas voces han empezado a dejarse oír. Los migrantes dejaron ya de ser trabajadores, se han convertido en residentes migrantes indocumentados. La mayoría son personas plenamente integradas, con un record impecable de trabajo y honestidad, que han pagado sus impuestos y que tienen familias estables integradas.

Este cambio profundo en el patrón migratorio, que ha convertido en inmigrantes a los que antes eran trabajadores, ha sido el resultado no esperado de las políticas migratorias llevadas a cabo a lo largo de los últimos 25 años. Y la ausencia de una reforma migratoria no hace más que profundizar esta tendencia y agudizar la situación. Lo único que ha hecho Gingrich ha sido reconocer una verdad incontrovertible.