Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de diciembre de 2011 Num: 876

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Gira literaria
Vilma Fuentes

Correspondencia póstuma con Jorge Turner
Rossana Cassigoli

Efraín y María en
La Casa de la Sierra

Marco Antonio Campos

Gelman, el árbol
de la poesía

José Ángel Leyva

Santos Discépolo,
del teatro al tango

Álvaro Ojeda

La Banda Mágica
sin Beefheart

Juan Puga

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Enrique López Aguilar
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José Pascual Buxó, el poeta (II Y ÚLTIMA)

El poeta Pascual Buxó –igual que en sus identidades de académico, investigador y funcionario universitario– ha sido una persona de registro amplio, no sólo por los temas abordados, sino por las formas elegidas. Si la música mediterránea se deja escuchar en su voz, también lo han rondado otras músicas y exigencias derivadas de lo que el poema va buscando, como en el siguiente “Dos romances a España”: “Detrás del mar qué silencio/ de arenas y de montañas,/ qué torpe viento enconado,/ qué pesadez de las aguas/ encajonadas y mudas/ como lentas bestias mansas.”

La obra poética fue escrita paralelamente al proceso inicial de la formación y desarrollo académicos de Pascual Buxó –entre 1954 y 1974–, y parece haber cedido el lugar a las sucesivas actividades de docencia e investigación. En sus poemas, el autor jugó con formas tradicionales castellanas, como el romance, pero su temperamento poético fue desembocando en trabajos no demasiado nostálgicos de la España del centro (dicho esto, por lo menos, en términos de la métrica), puesto que la tradición catalana también se nutre de una rica fuente propia. Como con la poesía de Borges, la musicalidad no siempre es lo más llamativo de los versos de Pascual Buxó, sino la trabazón conceptual, como en las siguientes líneas publicadas en Materia de la muerte: “Recordé pocas veces, no es Maracaibo/ la tierra donde un hombre/ pueda quedar a solas con la luz del silencio./ Y sin embargo, alguna vez, de pronto,/ rescatada de no sé qué oleajes,/ una vieja palabra llegaba hasta mi boca/ con todo su sabor/ y me llenaba de aquella claridad/ con que sonó en un tiempo.” En todo caso, Pascual me parece mucho más “sorjuanesco” que “rubendariano”, lo cual no significa un poeta “neobarroco”.

(Hay un hecho curioso acerca de la segunda colección poética de Pascual: tiene el título Elegías, pero alguien lo confundió con Elegías mexicanas, de Francisco Giner de los Ríos. Hasta ahora, el error se mantiene en casi todas las menciones de la obra de Pascual Buxó.)

Lejos de las dimensiones “vivencialistas”, “exiliares” o “nostálgicas” con las que otros integrantes de su grupo literario han determinado parte de la producción poética, Pascual Buxó abordó de otra manera el tema de España y el exilio en su obra ensayística; cuando lo ha hecho en poesía, ha empleado tonalidades extremadamente mesuradas, intelectualizadas, casi distantes, como en el siguiente poema de Memoria y deseo: “[…] escribo soledad/ y escribo patria/ y cuento para todos mi fatiga/ y levanto tu nombre/ –tu extraño nombre, España–/ contra esta soledad donde nada se inicia.”

Eso lo coloca en las antípodas de poetas como Luis Rius, quien siempre mostró una gran sensibilidad para la nostalgia española. Cuando Pascual alude a evocaciones familiares, el tono cambia, como en el siguiente texto del poemario antes mencionado: “¿Recuerdas, madre? Simplemente vivíamos,/ maduraban los días, redondos como frutos,/ en aquella apretada tranquilidad de harina.”

De su libro Boca del solitario, siempre me acompañará el siguiente poema, “Vigilancia nocturna”,  que no deja de parecerme, dentro de su elegante erotismo, la deseante acechanza de un vampiro. El locutor poético mira el cuerpo tendido de la mujer amada-deseada, pero no lo hace voyeristamente, sino con la determinación de ir más lejos, poco a poco, tacto y dientes de por medio. Por otro lado, el cuerpo yaciente de la mujer no es un mero bulto dormido, sino que parece seducir deliberadamente, en el sueño y los tres versos finales, a quien la mira; en estos ocurre una anfibología anatómica del poema, tan inquietante para el lector como para quien contempla –sin indiferencia y nada desinteresadamente– desde adentro del texto:  “La noche está, sobre los dos, quemando./ Y tú tendida, amor, sola y tendida,/ blanca de sueño pálido.// Sobre los dos, amor, hierro y espuma,/ la noche como un potro/ reluciente y cansado.// Y tú tendida, amor, bajo la noche/ de metales y vahos.// Blanca y dormida, amor,/ sólo una rosa/ abre una llama tenue entre tus labios.”

La persistencia de hierro, metales, potros, espuma, vahos, sugiere la conquista de una plaza bien defendida por el sueño; sin embargo, el inminente asedio supone, en realidad, el sometimiento previo del conquistador, el yugo aceptado por estar mirando. Y, entonces, la mirada y la voz: ésta se encuentra en los ojos, que recorren un cuerpo y proponen a las palabras la sugerencia de lo decible. Al final, ambas se encadenan al ligero peso del cuerpo contemplado. Poesía.