Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de diciembre de 2011 Num: 876

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Gira literaria
Vilma Fuentes

Correspondencia póstuma con Jorge Turner
Rossana Cassigoli

Efraín y María en
La Casa de la Sierra

Marco Antonio Campos

Gelman, el árbol
de la poesía

José Ángel Leyva

Santos Discépolo,
del teatro al tango

Álvaro Ojeda

La Banda Mágica
sin Beefheart

Juan Puga

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
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Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

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Artes Visuales
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Cabezalcubo
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De puerilidad irresponsable

Tiene que ser involuntario, pero el resultado de cierta elección en el trabajo cinefotográfico de Ella y el candidato (2010) acabó simbolizando la más honda de las improntas de éste, el segundo largometraje de ficción dirigido por el mexicano Roberto Girault, autor de un reciente y agridulce fenómeno de taquilla titulado El estudiante.

En virtud de dicha elección estética-formal, cada vez que la trama o el momento dramático lo requerían –e infinidad de veces también cuando no hacía ninguna falta–, se echó mano del recurso más que habitual del close-up, sólo que en este caso, e invariablemente, se dejó fuera del encuadre la parte superior de las testas de los actores. Lo anterior suena trivial y debería serlo, pues en el fondo no se trata sino de un mero estilo para la composición de cuadro, pero el asunto es que ese reiterativo y cansón Frankenstein shot es de una elocuencia insuperable para definir el carácter de un filme que da una doble impresión: primero, de no tener la cabeza en ninguna parte, y segundo, de haber sido hecho juntando una pedacería no necesariamente juntable, lo mismo en aspectos argumentales que en narrativos que en histriónicos que en formales.

Modelo para (des)armar

En cuanto al ámbito formal, más allá de rubros que exhiben una elementalidad cinematográfica notable –verbigracia un trabajo editor basto y un diseño de producción de franca pacotilla–, baste mencionar cuán manido, molesto y hasta contraproducente resulta el facilismo de musicalizar escenas a mansalva. Como si padecieran de horror vacui, los hacedores del filme no le dejaron al silencio resquicio alguno para manifestarse, de manera que cuando no escucha usted un diálogo, forzosamente oye una melodía de ésas que ciertos musicalizadores consideran in-dis-pen-sa-ble para enfatizar tal o cual emoción o situación.

Por lo que hace al desempeño histriónico no cabe sino deplorar que en una cinta, como es el caso, enfocada de modo tan preponderante en un solo personaje –y no la Ella del título, sino el “candidato”–, se haya elegido a un actor cuyo haber interpretativo es tan rico en limitaciones.  A tal punto Héctor Arredondo desmerece, que inclusive un actor como Daniel Martínez acaba luciendo; para no hablar del desempeño, aquí reducido a su mínima expresión, de una Rocío Verdejo claramente capaz de niveles actorales muy distantes de la pobreza histriónica en medio de la cual tocó despedirse, de manera póstuma, a un Jorge Lavat que, por lo demás, ni antes ni aquí ofreció algún trabajo cinematográfico realmente memorable.

Con todo y que las anteriores no son las deficiencias más sobresalientes del filme, vaya si su labor de zapa contribuye a la ruina del conjunto. Pero falta la trama: érase una vez un candidato a la Presidencia de la República que, por segunda vez, se presenta a la contienda electoral –huelga decir que, “haiga sido como haiga sido”, no ganó la vez pasada–; cuyo partido político se identifica con el color azul sobre blanco; cuya imagen, con todo y esposa guapa, remite al precandidato real llamado Enrique Peña Nieto… Érase que todo sucede en un entorno bipartidista –azules contra rojos–; érase que su esposa decide abandonarlo porque lo cacha pactando transas electorales ¡por teléfono celular!; érase que le matan a su principal asesor –y éste, en la inverosimilitud más absoluta, andaba solito de acá para allá, sin un solo guarura de la guarda–; érase que luego de ver por televisión cómo iba ganando pero al final acaba perdiendo, el siempre bien peinado candidato apela a su alma buena para reconocer su nueva derrota, claro está, por televisión, donde toda llorosa y conmovida lo ve su esposa, a estas alturas y desde luego habiéndole perdonado cuanta infamia hubiese podido cometer aquél, incluido en primerísimo lugar el error de no haberla puesto a ella antes que a cualquier otro asunto, interés o cometido vital, como ése definitivamente prescindible de ser presidente de un país.

País, por cierto, politizado y mediatizado tan hasta la médula, que no cabe salir –ni más ni menos que en tiempos políticos bien medidos por los hacedores del filme– con declaraciones de supuesta desideologización, como las realizadas por el perpetrador de tanto despropósito, quien ha dicho públicamente que el de su filme no es un cometido político, sino que se trata solamente de una historia de amor. Es obvio que Ella y el candidato es ambas cosas, si bien como love story resulta de una estulticia inefable, mientras que como cinta de contenido político es, por decir lo menos, de una puerilidad bastante irresponsable.