Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Sábado 31 de diciembre de 2011 Num: 878

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Degas y las mujeres
de traseros grandes

Anitzel Diaz

Nathalie Handal,
la lengua múltiple

Ana Luisa Valdés

En casa fuera de casa
Ricardo Venegas entrevistacon Indran Amirthanayagam

La plegaria de un dacio

Dos poemas
Mihai Eminescu

En buen rumano
Leandro Arellano

Medan* Tahrir en El Cairo
Vivian Jiménez

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Ana García Bergua

Hoja de lata

Para Raquel Piastro y Ana Clavel

Cómo me gusta la hoja de lata, esa materia que quiere brillar como la plata y ser dura como la espada, pero a falta de dinero y prestigio no es una cosa ni la otra. La hojalata es como nos vemos muchos, carentes de ambos elementos, y no por ello menos esforzados en vernos presentables y hasta entrañables. La hoja de lata es una burla, un juego; fue un triunfo popular de la revolución industrial que además se convirtió en un elemento estético. ¿Quién no ha coleccionado aquellas cajitas art nouveau, decorativas y librescas, en las que ninfas triunfales anunciaban pomadas para los callos o pastillas para la garganta, con largas explicaciones para el decorado consumidor? ¿Quién no guarda en alguna parte su caja anaranjada de Sal de Uvas Picot? ¿Quién no,  sus cajitas de té de jazmín o los modernistas juguetes, trenes, cochecitos, motocicletas y ranas de cuerda de hojalata? O la española caja de galletas utilizada como costurero, que apareció como un relámpago sentimental en la película Volver, de Almodóvar, prodigiosamente llena de paquetitos, cintas, carretes de hilo y agujas.

El brillante hombre de hojalata de El mago de Oz, el leñador al que su propia hacha iba cercenando partes que iba sustituyendo, paulatinamente, por miembros, tronco y cabeza de hojalata, tiene las articulaciones oxidadas y le falta corazón. En Oaxaca le hubieran dado un piadoso corazón de hojalata, un corazón de Jesús como tantas cosas que fabrican, pues son nuestros genios en aquella materia (y en tantas más): corazones, flores, cajas, manos, pericos, mariposas, gatos y espejos de hojalata, como el que me regaló mi maestra Lucille Donay cuando me casé, quizá para que me viera de nuevo y nueva en él. Los oaxaqueños se han seguido de largo con la hojalata y los milagritos religiosos han pasado a ser imanes para el refrigerador, botellas de mezcal a las que se les ruega que no se terminen pronto, la mano que te da la buena mano en el amor y el dinero, el gato que cuida el hogar. Pero volviendo al hombre de El mago de Oz, quizá fue el precursor de los robots y los caballeros medievales del cine nacional, tan de hojalata, tan poco serios y oxidados también a estas alturas.

La lata de conservas, triunfo de la era napoleónica glorificado por Campbells, ganó la inmortalidad y la sorna simultáneas gracias a Andy Warhol, que la transformó en obra de arte, eso sí, pop. Ramón Gómez de la Serna dijo en una greguería:  “Las latas de conservas vacías quedan con la lengua de hojalata fuera.” Y en otra insistió: “Las latas de sardinas se abren con ganzúa.” Se abre la lata y se termina su encanto, su brillante y apetitosa promesa; ahora, en nuestros días, hombres rudos de hojalata estrujan botes de cerveza de hojalata. Las latas han perdido la llave de su casa y su puerta se abre sin tener que llamar, jalando una manija impertinente; así, los ladrones deshojan como si nada las latas de sardinas y las violan como a señoritas en un convento. Hay latas de aire de Italia y latas de fuego para las fogatas.

La búsqueda de la inmortalidad industrial, traicionando a la hojalata, se topó con el plástico y ahora no sabemos cómo deshacernos de él: caliente, chicloso, insonoro, disgusta y ensucia. Yo prefiero la hojalata, materia sentimental, el golpe terrible que dan algunos niños, como el tambor de hojalata del niño que se niega a crecer en la novela de Gunther Grass. Los niños de hojalata juegan con juguetes de hojalata y son cortantes, poco complacientes, a diferencia de Pinocho, el niño de madera. En la hoja de lata sólo escriben los picos y los cuchillos.

La hojalata tiene el candor de esos juguetes y en inglés suena tin, tin, tin, como campana sorda; se llamaba Tin Pan Alley a un grupo de compositores de canciones y editores de música popular estadunidense de finales del siglo xix y principios del xx, quienes se concentraban en un barrio de Manhattan, donde al parecer había una calle de ese nombre, que según la salvadora Wikipedia alude al sonido de los pianos de pared en aquellos establecimientos, similar al golpeteo de cacerolas de hojalata: un sonido brillante y sordo a la vez, otra broma. Un sonido que debía de dar la lata a quienes intentaban concentrarse en otra cosa. Qué lata.

A los amables lectores les ofrezco esta cajita de hojalata un poco chiflada y sentimental este primero de enero de 2012, para desearles un año próspero y dichoso de hojalata, amuleto contra malos augurios y noticias tristes.