Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Sábado 31 de diciembre de 2011 Num: 878

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Degas y las mujeres
de traseros grandes

Anitzel Diaz

Nathalie Handal,
la lengua múltiple

Ana Luisa Valdés

En casa fuera de casa
Ricardo Venegas entrevistacon Indran Amirthanayagam

La plegaria de un dacio

Dos poemas
Mihai Eminescu

En buen rumano
Leandro Arellano

Medan* Tahrir en El Cairo
Vivian Jiménez

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Medan* Tahrir en El Cairo

Vivian Jiménez

El concepto de plaza no existe en Egipto. No existe como lugar donde la gente se reúna en grandes y variados grupos; donde se celebren fiestas para bailar, comer, conversar, besarse y abrazarse, reírse o llorar; donde nazcan nuevos proyectos; donde se compre y se venda, y se recreen las tradiciones y la cultura del país. No existe ese espacio que no duerme ni descansa o simplemente donde la gente, cualquiera, vaya a caminar. En El Cairo no hay una Djemaa El Fná, una Plaza Mayor, una Piazza Navona, una Plaza Roja o una Plaza de la Constitución o Zócalo.

Con el movimiento social que comenzó el 25 de enero, estallaron múltiples necesidades de los egipcios, entre ellas la de tener un lugar de encuentro más allá de las mezquitas y los bazares, de darle un carácter más humano a sitios donde el tráfico, descontrolado y voraz, era el único dueño. Los pocos espacios que se asemejan a pequeñas plazuelas (heredados de la arquitectura mameluca) nunca se consolidaron como lugares públicos, salvo para el rezo de los viernes. Necesitaban otro que pudieran hacer suyo todos los egipcios, un espacio con el que se identificaran todas las voces.

Antes de que sucedieran las grandes protestas en Tahrir, este sitio no tenía mayor trascendencia en la vida cotidiana del egipcio (son calles por las que no se puede andar sin el riesgo de ser atropellado por los autos desordenados); sin embargo, con los períodos más intensos, Tahrir emprendió un cambio que lo convertiría en otro. El propio significado de su nombre se hizo consigna día tras día en las almas que se concentraban allí convencidas de que la “liberación” (Tahrir) no podría tardar más. Aunque la tensión generada en momentos puntuales por una euforia que se descontroló y la macabra manipulación del régimen decadente, provocaron duros enfrentamientos, equívocos lamentables, ese espacio se fue abriendo a algo distinto. Fue dejando de ser un incómodo lugar de paso para convertirse en el único lugar donde todos podían encontrarse y compartir el mismo propósito.

Al llegar la dimisión de Mubarak, la Medan Tahrir contaba con una corta pero nueva historia de sí misma. Amigos, desconocidos y familias enteras podían reunirse a celebrar en un lugar que reconocían como suyo. Los jóvenes con sus tambores y panderetas le daban un carácter distintivo mientras pequeños grupos debatían sus nuevos proyectos. Las mujeres con velo, niqab, shador o con la cabellera, los brazos y el cuello descubiertos celebraban juntas, no importaban religión ni costumbres sino el hecho de que eran egipcias. Aunque los coptos y los musulmanes están bien diferenciados, en Tahrir la mayoría de la gente coreaba a toda voz: “Cristianos, musulmanes, ¡igualdad!” Coranes y Biblias eran levantados al cielo por las manos de la misma persona, y en un mismo rostro se pintaban la cruz y la media luna.

Dominaba la algarabía (me alegra usar una palabra que heredamos de las suyas), los vendedores de baladi, foul, té, frutos secos, karkadeh, desde sus puestos ambulantes se mezclaban con los que iban a rezar, a repartir panfletos, los que iban a caminar vestidos con galabeyas y tarbush o con gorras, pantalón mezclilla y camiseta. El egipcio quería mostrar al mundo que no sólo era el pueblo de El Nilo, Tot-Ankh-Amon y las pirámides, querían acabar con la imagen limitada y distorsionada que de ellos se tenía.

Las banderas de otros países árabes que se revelaban ante el dominio y la opresión, además de las egipcias, ondeaban en solidaridad. Cientos de souvenirs, camisetas y muchas otras cosas alusivas a lo que acontecía en el país se vendían por doquier. Los colores blanco, rojo y negro y el número 25 predominaban. Los grafitis con imágenes, prácticamente ausentes hasta entonces, comenzaron a aparecer por toda la ciudad, fundamentalmente en las cercanías de Tahrir.

El efecto de Tahrir se extendió fuera de los límites del país con la misma persistencia y rapidez con que lo hace la arena del Sahara. Los vecinos países árabes incorporaron su nombre para identificar lugares emblemáticos o crear consignas que definieran su también proceso de cambio. Se fue convirtiendo en un símbolo.

Aunque no termina su transformación y sufre los embates propios de las transiciones ‒y aunque todavía el proceso que la catapultó esté incompleto y lleno de incertidumbre‒, Medan Tahrir ha logrado convertirse en un lugar de identidad, en la primera gran plaza de El Cairo… Alhamdulelá (Gracias a Dios).

*Medan se traduce como plaza.