Opinión
Ver día anteriorLunes 2 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a Morir

Charla de fin de año

S

obrevivientes de la segunda venganza de Lucifer –la primera es la Semana Santa– o temporada navideña, en que afectos por decreto, consumismo por compromiso, gula por acoso y alcoholímetros por hipocresía nos reiteran más que el impreciso nacimiento del futuro redentor la incongruencia de la naturaleza humana, algunos amigos aprovecharon para reunirse a fin de año y abordar incluso temas escabrosos.

Entre bromas y veras una dama octogenaria me señaló que la columna anterior, ¿Vivir o durar?, reflejaba una carencia de sentido de vida que hacía evidente mi inclinación por un enfermizo sentido de muerte. ¡Bolas!, pensé y argüí que una cosa era la tanatofilia o afición por lo mortífero y otra muy diferente la tanatología o estudio multidisciplinario de la muerte y el morir, pero rescatados de la impositiva esfera religioso-estatal.

Añadí que así como se habla del derecho a una vida digna también tiene que hablarse del derecho a una muerte digna, sobre todo tratándose de racionales, de individuos con capacidad para decidir y no a merced de creencias amedrentadoras o de dolorismos salvíficos cuando se está en condiciones indignas de sobrevivencia. La vida no es sagrada por sí misma, sino en función de unos mínimos de calidad y de dignidad humana, no de imposiciones varias.

Entonces una señora de no malos bigotes, que después supe que era hija de la octogenaria, pronunció estos versos con entonada y refrescante voz: Unidos con tu Iglesia recorremos/ la senda que lleva hasta el Calvario,/ llevando en nuestro cuerpo tus dolores/ y sufriendo lo que aún no has completado. Varios aplaudimos la forma en que los dijo más que el fondo de lo dicho, perteneciente al inaccesible terreno de la fe personal.

Todos somos moribles, pero que no empujen, observó con humor otro de los asistentes, y alguien le replicó: Nadie debe empujarnos a la muerte sino nuestras propias decisiones cuando la vida, deteriorada o no, nos resulte verdaderamente insoportable, más allá de las expectativas de otros, de los dogmas que suscribamos o de los temores que carguemos. La responsabilidad humana es puesta a prueba cuando la industria de la salud rebasa toda sensatez y retarda artificialmente un tiempo de morir. El miedo y el sufrimiento personales son intransferibles.

Los mariachis callaron. No es cierto, no había mariachis, pero con su momentáneo silencio los contertulios exhibieron un asomo de reflexión.