Opinión
Ver día anteriorMiércoles 4 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sorpresas que da la vida
C

uando navegábamos por el Caribe a bordo del Santo Domingo, en julio de 1940, con rumbo a Puerto México –ya que el dictador Trujillo nos impidió entrar a su país, adonde estábamos destinados–, habiendo dejado atrás al Cuba, que terminó su ruta en Martinica, la certidumbre de que viajábamos a México, la patria de Lázaro Cárdenas, nos llevó a pensar que nos encontraríamos con un país próximo al socialismo y ajeno al catolicismo violento que había sido nuestro contrario durante la Guerra Civil.

La muy cariñosa recepción que nos hicieron aquel 26 de julio vino a confirmar nuestra impresión. La primera sorpresa fue que Puerto México no se llamaba así. Al levantar las actas los empleados de Migración vimos con sorpresa un nombre muy diferente y esencialmente distinto del esperado, nada menos que Coatzacoalcos, nada fácil de pronunciar.

Pero la impresión política y social no se alteró. Se vivían en México los preliminares de la elección presidencial y los nombres en juego: Manuel Ávila Camacho y Juan Andrew Almazán, no nos dijeron otra cosa que el primero era el favorito del presidente Cárdenas y, por lo mismo, el nuestro.

Poco tiempo después supimos que la elección no había sido tan clara y que Almazán había sido el triunfador, lo que nos pareció increíble.

Al tomar posesión Ávila Camacho y muy próximo el fin de año, nos encontramos con la sorpresa de que 1941 sería el año de la Virgen de Guadalupe, que arrastraba una gran devoción, empezando por la esposa del Presidente, doña Soledad Orozco de Ávila Camacho.

Los primeros contactos con nuestros condiscípulos mexicanos en el Instituto Luis Vives empezaron a confirmar nuestras sospechas de que en México la derecha tenía un predominio impactante a pesar de los izquierdismos presuntos.

Entré a la facultad y ese mismo año me presenté al sorteo de la conscripción. Salí agraciado con bola blanca. Y allí mismo conocí a Carlos Laborde y nos hicimos amigos. Para mi suerte, Carlos me incluyó en un grupo de amigos que nos destinaron a Transmisiones, entre ellos Pablo Rovalo y Miguel Romero, ambos católicos fervientes, como Carlos, por supuesto.

Discutíamos de todo y especialmente de la religión. Aprendí entonces que el catolicismo era nota permanente entre mis amigos. De manera particular, Carlos, evidentemente de familia conservadora, al terminar el servicio militar inició Medicina en la UNAM. Pero abandonó la carrera y se metió a un seminario. Años después pude visitarlo en Zacatecas, donde ejercía ya de obispo.

Al volver a la Facultad de Derecho conocí a René Capistrán Garza y supe de los antecedentes cristeros de la familia. Con René traté a Diego Mariscal y Carlos Loperena, con quienes forjé una amistad absoluta que nos llevó a reunirnos todos los fines de año en la casa de René para preparar los exámenes. No faltaron, por supuesto, las discusiones sobre religión.

Pasados algunos años, ya terminada la carrera, en la chamba en una financiera, conocí a Nona y aquello acabó en matrimonio. Lo curioso es que con Nona, con agravantes, me ocurrió lo mismo que con mis amigos del cuartel y de la facultad: resultó alumna del Colegio del Sagrado Corazón, con lo que se repitió lo que ya era tradición. Nuestra boda se celebró bajo el régimen de disparidad de cultos, que tiene su gracia, con el compromiso que cumplí, no de muy buena gana, de que nuestros hijos se educaran en la religión católica, con bautizos, a los que no asistí, y esas cosas.

Mis muchos años de matrimonio, sin discusiones teologales, han vencido cualquier diferencia que se ha trocado en armonía muy placentera. Pero lo que cambió rotundamente fueron mis impresiones acerca del pensamiento político de México. Por eso no me extraña la reforma constitucional del artículo 24 constitucional, que de hecho había sido puesta en práctica todos los días 12 de diciembre y algunos más. Simplemente, México es un país mocho y ahora, con cultos públicos, lo será aún más. Culpa, sin duda, de la Colonia española.

Ojalá que la Cámara de Diputados ponga remedio al proyecto del Senado. Pero me temo que, por el contrario, hará suyo el proyecto. La verdad es que no se vale, aunque, dados los antecedentes, será natural que así sea.