Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de enero de 2012 Num: 879

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

En la uña de la gata
Kostas Sterguiópoulos

Los daños
Juan Tovar

Lo breve de los siglos, lo profundo del momento
Ricardo Yáñez entrevista con Juan Manuel Ramírez Palomares

La palabra clara de Gabriela Mistral
Ximena Ortúzar

Años
Cesare Pavese

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Esther Andradi

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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No fue sólo una pregunta respondida con largueza. Pero al editar elegimos la no tan desacostumbrada vía del monólogo. Partimos de comparar los inicios en la poesía del entrevistado con los de un joven poeta en la actualidad, lo que de alguna manera abrió un círculo que al final, ouroboros, se cierra sobre sí mismo.
Juan Manuel Ramírez Palomares (León, Gto., 1957) es autor de diez libros de poesía, entre ellos: Hábitos de humano, Historia del día, Aldebarán y Mezcal. En parte traducido al inglés y al francés, ha sido becario de inba y del Instituto Estatal de la Cultura guanajuatense y participado en encuentros literarios nacionales e internacionales. Durante treinta años se ha desempeñado como promotor del libro, la lectura y los escritores de su estado. Coordina las actividades que en ese sentido promueve el Museo Iconográfico del Quijote.

Lo breve de los siglos, lo profundo del momento

entrevista con
Juan Manuel Ramírez Palomares

Ricardo Yáñez

Formé parte de las primeras generaciones de los talleres literarios que el INBA organizó en el país. En ese tiempo radicaba en Celaya. Ahí aprendí de mis maestros y compañeros, diversifiqué y amplié mis lecturas; fui haciendo oficio, y comencé a sentir y a pensar que la palabra escrita era mi posibilidad de hacer la vida, mi vida.

Creo que en la actualidad no existen espacios y programas suficientes y con la continuidad necesaria para atender a los jóvenes que desean expresarse mediante la literatura. Las acciones que se emprenden son esporádicas, inconsistentes en algunos casos, y obedecen más a “políticas” que a una política o proyecto de desarrollo cultural.

No puedo decir que todo tiempo pasado fue mejor. Cada quien es hijo del momento que le toca y de él hereda sus rasgos. La profundidad con que se asume la escritura es más una cuestión personal que generacional. La escritura, la poesía, es un llamado vital.

Me tocó vivir el ’68, el movimiento hippie, la revolución cubana, las dictaduras militares en Sudamérica, la “liberación femenina”, la píldora anticonceptiva, la rebeldía hacia las figuras de autoridad, luchas sindicales y de reivindicación social, el uso masivo de las nuevas tecnologías y la presencia de una literatura “comprometida” con su realidad. “Queremos el mundo y lo queremos ahora”, era una de nuestras divisas. En la actualidad, y no solamente en la literatura, percibo un individualismo narcisista y una actitud sin compromiso hacia algo. Se hilvanan palabras –en algunos casos– como se copian, cortan y pegan datos de internet. No se delata el alma.

No sé si haya más o menos poetas en la actualidad en comparación con el tiempo que me tocó vivir. Creo que las estadísticas en este terreno, como en otros, no demuestran, solamente muestran. Conozco jóvenes que no han visto la posibilidad de ser publicados, que no han obtenido el apoyo de una beca, que no participan en concursos o no han obtenido ningún premio y tienen obra interesante, viva. Hoy como ayer.

En cuanto a los lectores, muchas veces me he sorprendido de encontrar en diferentes medios grandes lectores de poesía, a pesar de que las librerías son escasas (en Guanajuato hay menos de diez, algunas venden principalmente textos escolares y otras libros de ocasión), y así en León, Irapuato, Celaya, Salamanca. En otros municipios no las hay, o cuando mucho una o dos, que a la vez son expendios de publicaciones periódicas. Esto no siempre se debe a los libreros; influye el escaso interés de las grandes editoriales por divulgar la obra de autores que no tienen cartel. Muchos libros de poesía de quienes vivimos en los estados son publicados, distribuidos y promovidos por editoriales institucionales. Como le escuché a Benjamín Valdivia alguna vez: la poesía no se vende... porque no se vende. Editores y libreros piensan que lo que no se consume “como pan caliente” no vale la pena.

Más allá de ferias de libros y otras actividades de promoción de la lectura que ya han caído en lo repetitivo y en la banalización comercial y de “espectáculo” en el encuentro entre un libro y su lector, la respuesta de las instituciones culturales y las universidades, aunque bien intencionada, es limitada.

De los poetas que conozco en Guanajuato, algunos hemos sido compañeros en diversos quehaceres, pues somos la misma generación, o casi: Benjamín Valdivia, Eugenio Mancera, Gerardo Sánchez, Edgar Cardoza, Baudelio Camarillo, Sergio Luna, Pedro Vázquez Nieto, Demetrio Vázquez, Jorge Olmos. En este momento tal vez olvide a alguno (un grupo grande creció en torno a aquellos talleres del INBA). De los jóvenes puedo mencionar a Noemí Moreno, Daniel Silva, Ricardo Chávez, Antonio Vera, Rocío Mexicano, Max Santoyo, Manuel Fuentes, Raúl Reyes, José Zarzi y Francisco Rangel.

Creo que sería importante dar un nuevo aire a la creación literaria por medio de una red de talleres como los de INBA, o como aquel programa de ISSSTE-Cultura a través del cual un grupo de poetas recorría la República.

La presencia de Efraín Huerta es un tópico, aunque muchos jóvenes y en general el público lector, no lo conocen; e igual sucede con Jorge Ibargüengoitia y con Efrén Hernández; por eso en instituciones como en la que estoy nos ocupamos de difundir a estos y otros autores fundamentales por el peso específico de su obra.

Mi evolución literaria va a la par de mi evolución como persona; he escrito y escribo lo que vivo. Aún amo, celebro la vida y soy rebelde, con algunos años más a cuestas, lo que marca diferencias de actitudes, registros y tonos. Justamente ahora proceso un poemario que habla de todas las cosas de las que hay que comenzar a despedirse: las ciudades y las casas en que he vivido, la infancia de los hijos, la propia juventud; los amigos y otras personas amadas que han partido a otro lugar o ya han muerto; lo que fue presente y ahora es recuerdo. Aún hay tiempo, espero. Aunque me identifico con los poetas “vitales” porque, como escribí hace unos veinte años: “No aspiro a lo breve de los siglos, espero apenas, con gran espera, lo profundo del momento.”