Opinión
Ver día anteriorJueves 12 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Oteando
E

n este 2012 que empieza no se cumplirán las apócrifas profecías mayas, en la que algunos bobos creen, de que se terminará el mundo, esperemos que las garritas que nos están dejando por país no sufran mayores daños, y que las campañas presidenciales (no hablo de la impredecible guerra al narcotráfico del señor Calderón) se den con alguna tersura. En los días que corren, los teatros de las instituciones –que son a los que acudo y de los que escribo– todavía están en vacaciones de las que parecen que irán saliendo en las siguientes semanas. Es, pues, un buen momento para echar una oteada general a mi quehacer y a lo que la cultura teatral puede o no esperar en un futuro no tan lejano y a lo que para muchos es deseable cambio en algunos renglones.

Sería excelente que el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) tuviera por fin una ley que amparara sus actividades, dado que en los ya bastantes años que lleva funcionando se la sitúa por encima del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y del Instituto Nacional de Antropología e Historia que sí las tienen. Esto es muy sabido, pero hay que recordarlo con cierta regularidad porque esperemos que el gobierno que suceda a éste se rija por nuestra Constitución, se preocupe por la cultura artística y ponga un poco de orden en este tiradero en que se ha convertido la gestión cultural. Lo mismo sucede con el INBA que, por ley, requiere que a su cabeza se encuentre un artista en ejercicio y no alguien impuesto por dedazo y sin trayectoria artística. Si no fuera mucho pedir, que los cargos importantes se den a quienes hayan demostrado merecimientos para ello y tengamos funcionarios no improvisados que conozcan el ámbito en que desarrollan sus tareas (Esto podría extenderse a todas las secretarías de Estado, según opinan los que saben, pero me circunscribo a lo que conozco aunque sea un poco). Una renovación a fondo es lo que se requiere, pero antes, la salida del partido en el poder que si alguna vez tuvo personalidades de gran cultura, ahora no las muestra por ningún lado.

Todo esto que suena a tardía petición a los Reyes puede darse en el próximo sexenio. La expectativa de que un hombre de amplia cultura como el doctor Ramón de la Fuente encabece la Secretaría de Educación, como lo ha propuesto mi candidato Andrés Manuel López Obrador, podría ser garante. Es verdad que en los grupos afines a López Obrador hay personas que privilegian el amateurismo sobre la profesionalización, pero también lo es que en esos grupos coexisten intelectuales de gran valía que saben de la necesidad de una plataforma de estudios y conocimientos para ejercer cualquier actividad artística. Puede ser que el candidato no sea un hombre de grandes lecturas literarias, pero ¿qué tanto se necesitan para ser presidente?

Las conocidas pifias de Peña Nieto son más preocupantes por su falta de prestancia política para salir del atolladero o su ignorancia acerca del salario mínimo o el precio de la tortilla, conocimientos que sí son necesarios para quien presida el país. Muchos de los que se ríen de su ignorancia libresca confunden sistemáticamente y cuando lo citan, por ejemplo y sin haber leído a Mary Shelley, al doctor Víctor Frankestein con la patética criatura de retazos humanos que logró hacer vivir, o hablan de entre bambalinas sin enterarse de a qué altura del escenario se encuentran. Ignoro si Lázaro Cárdenas, el gran presidente, haya sido hombre de muchas lecturas, pero en cambio sé que el presidente culto al que incluso se le quiso vestir con la personalidad del enigmático Bruno Traven, Adolfo López Mateos –que fundó el IMSS pero también reprimió a maestros, médicos y sobre todo ferrocarrileros– encerró en Lecumberri a David Alfaro Siqueiros. O José López Portillo, hombre de libros, bajo cuyo mandato dio comienzo a la guerra sucia, y que prohijó los desmanes de su hermana Margarita y de su esposa Carmen en el campo artístico, lo que incidió en el incendio de la Cineteca y la constitución de un mediocre Instituto Helénico al que todavía se paga cuantiosa renta para que deje funcionar a los teatros del complejo.