Ana Leticia Armendáriz
matando cucarachas

 

Olga García Echeverría

Soy mujer de guerra. Eso me lo dijo mi abuela a los seis años y desde entonces ando matando cucarachas. Cuando uno se dedica a combatir la invasión cucarachagüense, uno entiende que es un compromiso serio, de toda la vida. Aquí no hay de que vacaciones pagadas, ni de que los fines de semana no trabajo. No, aquí no hay nada de eso. Ser soldadera es entregarse entera. Sacrificarlo todo. Perder para siempre el egoísmo. Aquí se piensa solamente en “la causa”, en este movimiento de mujeres hartas que han decidido terminar con el mugrero de bichos que nos quieren dominar.

Nosotras, las matadoras, entendemos que no importa la forma de matar, lo que importa es la matanza, el grito, la sangre, la victoria. Yo uso todo: zapatos rotos, periódicos, escobas, agua caliente. Cuándo no hay más remedio hasta abro y cierro la propia mano en defensa de mi casa, que es como mi patria. El pie descalzo también es buena arma pero uno tiene que saber pisar con fuerza y precisión. Aquí no hay de que me da miedo o de que me da asco. En la guerra, matar es toda una profesión, es toda una estética.

Mi último amante fue un gringo zurdo budista que hablaba y escribía el español mejor que yo. Siempre me andaba corrigiendo. Era aficionado de todo lo vivo, y no se animaba a matar ni a la cucaracha más fea ni a la pulga más pequeña. Decía él que todo tenía su consecuencia y que al morir regresaríamos reencarnados en los cuerpos de los que más les faltamos al respeto en esta vida. El carnicero regresaría como puerco o vaca. El puerco como mosca. La mosca como mierda. La mierda como zacate. El zacate como rey, el rey como esclava. Cuando se ponía hablar así yo solamente lo veía con los ojos bien pelados y las pestañas sin parpadear. “¿Quieres decir que estas mismas cucarachas embarradas en mis zapatos fueron gentes que mataron a otras cucarachas en otra vida?”.

Él contestaba, “Así es Leticia”.

“Pues, ¡con más razón las mato!” Después cogía la escoba y prendía la música para empezar mi baile de matanza. Porque a mí me gusta bailar y matar al mismo tiempo, así no me amargo.

“¡Qué mueran las cucarachas asesinas! ¡Qué mueran! ¡Qué caiga el poder cucarachagüense! ¡Qué caiga! ¡Qué no chingue el gringo budista! ¡Qué no chingue!”

Y pues, así me la pasaba, bailando estilo salsa al Che Che Colé de Willie Colón y echando gritos de guerra por todos lados. Yo soy muy escandalosa, de las que hace tormenta en un vaso de agua, así que me gusta gritar, me gusta tirar trastes, quebrar vidrios, dar cachetadas. Desafortunadamente, mi amante era todo lo opuesto. Poco a poco, se fue alejando, Quizás tenía que ver con mis espectáculos.

Un día, sacó su maleta y empezó a empacar su ropa. “¿Sabes lo que eres Leticia?”

“¿Qué?” Le contesté mientras tocaba La Bamba y zapateaba a unas cuantas cucas en la cocina con mis tacones amarillos.

“Eres bad karma”.

No le entendí ni papa pero le grité, “Y tú un bueno para nada. Gud forr nathing! Ni para matar cucarachas sirves”. Lo mandé a él, junto con su Buda, al demonio.

Ya van dos años desde que se fue mi rubio bilingüe y aunque a veces pienso que lo extraño, sigo matando a estas cucarachas que no tienen fin. Pa’ que vean que una guerra verdadera nunca deja su causa, ni por el amor.

Ahorita estoy acostada en la oscuridad, boca arriba en mi cama, desde aquí viendo una caminando por el techo. La pendeja cree que estoy ciega, que no la veo. Es la misma que vi ayer, detrás del ropero. Nomás que ayer no la pude alcanzar. No tienen fin. Son todo un ejército de cucarachas. Millones y millones de cucarachas con el mismo uniforme y la misma meta. Yo no creo que ni Hitler tenía un ejército tan maldito. Estas canijas me quieren ver muerta. Quieren chingarme la vida porque soy pobre. Todo esto es un plan del gobierno. Seguro que el FBI y los meros meros ya hicieron sus planes de terminar con nosotros, los de abajo. Pero a mí no me hacen estúpida.

Esta cucaracha que estoy viendo tiene cara de espía, de oreja. Es de las grandototas, las que parecen dátiles enteros, las que tienen alas y vuelan. Si no fuera la soldadera alerta que soy, ya la hubiera confundido por una sombra o una mancha negra. Mírala. Me esta viendo también. Seguramente toma fotografías con los ojos pelados y las imágenes llegan hasta Washington, DC. Se me va a echar encima, porque así son, así las entrenan. Se hacen las muy asustaditas, pero si uno se deja, hasta por las orejas y la boca entran. Que me caiga, va a ver cómo le va. Ésta sí que no se me escapa. Si me muero haciéndolo, le voy a mostrar cómo se mata en guerra y a huevo se va a dar cuenta quien es Ana Leticia Armendáriz.

Olga García Echeverría, escritora chicana de Los Ángeles.
Ojarasca público un poema suyo en abril de 2011.