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¿La Fiesta en Paz?

En la ganadería de El Batán, con un triunfador

E

n el conjunto de corrales conocido como la Venta de El Batán, en el barrio del mismo nombre contiguo a Madrid, hasta el 2005 eran exhibidos los encierros a lidiarse durante la feria de San Isidro, en la plaza monumental de Las Ventas, lo que constituía un atractivo más para el público y un ingreso adicional para el ayuntamiento de la capital española, pero a causa de la enfermedad viral conocida como lengua azul, a partir de 2006 las autoridades sanitarias dispusieron el cierre de dicha venta, donde aún funciona la Escuela Taurina de Madrid.

Sin embargo, desde 1984 el matador de toros tlaxcalteca Gabino Aguilar mantiene vigente en México el nombre de El Batán, tras haber bautizado así su ganadería, con simiente de Piedras Negras, La Laguna y Jesús Cabrera, en el municipio de Amealco, Querétaro, hasta conseguir que la divisa oro y blanco se caracterice por su transmisión y calidad.

Desde luego, no fue una ocurrencia de mexhincado lo que movió al ganadero a ponerle ese nombre a su hato, sino el agradecimiento de un torero, cuya notable trayectoria sólo es proporcional a su increíble modestia.

Gabino abrevó de maestros como Fermín Rivera, Jorge El Ranchero Aguilar y Juan Silveti, entre otros, así como de criadores de reses bravas de la talla de Romárico y Raúl González, pero sobre todo supo nutrirse de su espíritu y de su vocación, hasta hacer que su rasgo torero más sobresaliente fuera el pundonor, una vergüenza que le impidió especular delante de los toros y que a la postre lo convertiría en un triunfador, como profesional y como individuo.

Se presentó en los principales cosos del mundo –a los 23 años tomó la alternativa en la Plaza de Las Ventas, con Andrés Hernando de padrino y El Cordobés como testigo–, salió a hombros en la Real Maestranza de Sevilla, triunfó en plazas de España, Francia, Portugal, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela y México –aquella vibrante temporada chica de 1962–; supo conservar lo que ganó compitiendo con las figuras de la época, tiene con su esposa Magdalena, la increíble Gale, una familia magnífica y además se dio el lujo de formar una ganadería de bravo ¡y hacerla valer!

Debo a Gabino –a su actitud y aptitud en los ruedos– y a otros toreros de su tiempo buena parte de mi formación taurina. Individuos que sin una tauromaquia exquisita supieron llenar las plazas y apasionar a los públicos gracias a su pasión torera y a una entrega hoy casi extintas, y cuando las empresas aún competían entre sí con el mismo celo de los diestros que contrataban.

Por todo ello, una tienta en El Batán es despliegue de conocimientos ganaderos, torería, aprendizaje y calidez. En días pasados fueron tentadas cinco becerras y las sorpresas empezaron con el tentador o encargado de picar, un joven de 19 años, Guillermo Cobos, de los varilargueros hidrocálidos del mismo apellido.

La primera becerra, como sus hermanas, exigió colocación y mando, lo que derrochó Mauricio Ocampo, de una dinastía de aficionados con solera, toreándola por ambos lados, sin molestarla y con oportunas pausas. Luego el novillero leonés Joel Delgado El Panita hilvanó templadas tandas con la diestra. En seguida intervino Mario Ocampo, torero en retiro, después el inspirado joven Luguillano, sobrino del incansable Miguel Casanueva, y como la vaquilla no dejara de embestir, una media verónica de ensueño dejó Curro de los Reyes.

Para Santiago Ocampo, prometedor novillero, ya no fue una vaca sino un fuerte novillo bien armado y fino de hechuras que empujó al caballo en tres ocasiones y acusó clase, recorrido y emotividad. Santiago realizó una sabrosa, completa y estructurada faena con capote y muleta, y emocionantes escenas de torería campirana protagonizaron los vaqueros al lazar y llevarse al encastado animal.

Con una becerra que también tomó tres varas, Curro de los Reyes festejó sus primeros 70 años de torero, con el sentimiento y la hondura que caracterizan su toreo intemporal. Ante una vaca que empujó en dos puyazos, demostrando que merece ser madre, Miguel Casanueva, ejecutivo y torero, lanceó muy bien y realizó un elegante trasteo, rematando las tandas con gusto y largueza.

¿Cuándo se escribirá el libro de los buenos aficionados prácticos mexicanos?

El quinto y último ejemplar fue para el joven Víctor Vilchis, que por primera vez se ponía ante una becerra. Tomó dos varas, acudió incansable a capotes y muletas e incluso propició oportuno quite de Felipe Olivera, vocero de prensa de la plaza de Arroyo.

“No me gusta por bramona”, gritó el ganadero Gabino Aguilar, y la rechazó, con la determinación que lo ha caracterizado siempre.