Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de enero de 2012 Num: 880

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Reseña de un emigrante
Ricardo Bada

El medio milenio de Vasari
Alejandra Ortiz

Avatar o el regreso
de Gonzalo Guerrero

Luis Enrique Flores

La fe perversa
Ricardo Venegas entrevista
con Tedi López Mills

Smollett, el llorón
Ricardo Guzmán Wolffer

Senilidad y Postmodernidad
Fabrizio Andreella

La dama del armiño
de Da Vinci

Anitzel Díaz

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Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Ana García Bergua

Un año dickensiano

Yo sí recuerdo un libro que me marcó, entre muchos: Los papeles póstumos del Club Pickwick, de Charles Dickens, quien el 19 de febrero cumplirá doscientos años de su nacimiento. De los divertidísimos Pickwick Papers pasé a Oliver Twist y David Copperfield, y me zambullí en el Londres siniestro del siglo antepasado, el Londres de chimeneas y sombreros de chimenea, de stevenianos Jekylls y Hydes, de niños y mujeres hacinados; el Londres nebuloso y negro de la revolución industrial en el que empezaba a nacer una burguesía con aspiraciones a la virtud. En aquel Londres victoriano, triste y a la vez divertido y entrañable, campeaban seres malignos, corruptos y pícaros, como el jefe de los ladrones de Oliver Twist, Fagin, y también seres bondadosos y desdichados como el buen Wilkins Micawber, todos los cuales son ampliamente conocidos. Aquel Londres en el que un traspié de la fortuna podía ser fatal, y que para un niño de orígenes humildes debía de ser triste y tremendamente sórdido, fue retratado genialmente por Dickens, en el que ya no pensamos pues su literatura ha sido asimilada y degradada por miles de libros, películas y programas melodramáticos, pero sus libros son otra cosa: en ellos hay muchísimo humor, ironía e inteligencia, además de la agradecible posibilidad de echar alguna lágrima.

Si no de origen humilde, Dickens provenía de una familia de clase media de Hampshire establecida en Londres, sujeta como sus personajes a los reveses de la fortuna. La Enciclopedia Británica cuenta que fue un niño desgraciado, pues su padre fue encarcelado por deudas y él tuvo que dejar la escuela para trabajar en una fábrica, cosa que nunca perdonó; algunos libros –su biografía más famosa es la de J. K. Fielding– dicen que fue por esa razón que tantos niños figuraron en sus novelas, en las que se acercó de manera tierna y comprensiva a la escala del corazón y los temores infantiles en una sociedad inhóspita.

Sus primeros pasos profesionales tuvieron que ver con el teatro y el periodismo (el Oxford Companion to the Theatre cuenta que hubiera sido un muy buen actor profesional y que en el colmo de su celebridad llegó a poseer un pequeño teatro casero donde él y sus amigos escenificaban obras). En Inglaterra, Dickens fue el primer autor de fama mediática: obligado por la necesidad, publicó simultáneamente por entregas los Pickwick Papers en el Morning Chronicle y Oliver Twist en el Bentley’s Miscellany, editado por él. Los Pickwick... eran originalmente una historieta en imágenes, dibujada por un famoso artista, y terminaron como novela ilustrada debido al éxito arrollador que acompañó a Dickens desde el principio, en una época en que la novela se inventaba a sí misma, a cada número de los diarios.

Dickens trabajó muchísimo para mantener a los diez hijos que tuvo con Catherine Hoghart, de quien se separaría para compartir su madurez con la actriz Ellen Ternan. Viajó por todo el mundo como ningún autor de su época y la gente esperaba ansiosa los capítulos de sus novelas, en cuya variedad de ambientes, clases y tipos se reconocía. La suerte de la pequeña Nell en La tienda de antigüedades despertó una verdadera ansiedad en los lectores; las multitudes que esperaban en el muelle de Nueva York a los barcos que llegaban de Inglaterra preguntaban:  “¿Murió la pequeña Nell?” Dickens fue una figura pública casi en el sentido de nuestros días; se decía que era divertido y encantador. Practicaba el mesmerismo, de moda en aquel entonces, y al parecer curó afecciones nerviosas.

La Navidad tal como la conocemos y vivimos ahora, con la ayuda de las tiendas, fue también un invento de Dickens; su Cuento de Navidad fue, de hecho, el primero de un género que continúa hasta nuestros días. Uno podría decir que le gustan enormemente las novelas policíacas de Wilkie Collins o el Barry Lyndon, de William Thackeray, pero yo pienso que tanto Collins como Thackeray y otros existieron porque existió Dickens, que su literatura complementa o matiza la obra abarcadora de aquel. Dickens fue un genio para describir las angustias de las diferentes clases en medio de los vaivenes sociales y practicó la novela histórica, por ejemplo, en Historia de dos ciudades, que aborda la Revolución Francesa.

Quizá no pensamos mucho en Dickens porque forma parte de la cultura de la clase media de todo el mundo; quizá eso sólo habla de la extensión de su genio e influencia. Por eso, pienso yo, hay que leerlo y celebrarlo, ahora que cumplirá doscientos años.