Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de enero de 2012 Num: 880

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Reseña de un emigrante
Ricardo Bada

El medio milenio de Vasari
Alejandra Ortiz

Avatar o el regreso
de Gonzalo Guerrero

Luis Enrique Flores

La fe perversa
Ricardo Venegas entrevista
con Tedi López Mills

Smollett, el llorón
Ricardo Guzmán Wolffer

Senilidad y Postmodernidad
Fabrizio Andreella

La dama del armiño
de Da Vinci

Anitzel Díaz

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

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Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Smollett,
el llorón

Ricardo Guzmán Wolffer

Tobias Smollett (Esscoscia, 1721- Livorno, 1771), escribió varias novelas en el siglo XVIII, en las que mostraba ser médico, traductor e historiador. Su título más conocido es Las aventuras de Roderick Random, donde filtra aspectos autobiográficos.

Escrita en 1748, Las aventuras... le permitió a Smollet salir de penurias económicas, pues sus vivencias como marino y abogado no le habían servido para iniciar con éxito el camino literario. Incluso tradujo el Quijote. A veces exasperante, pero siempre divertido, Random y sus aventuras, por alegría o por tristeza, lo llevan al llanto. La novela cumple con el requisito de la picaresca: el anticaballero que ama a la dama y muestra una realidad sórdida y real. En Las aventuras... podemos ver al cronista involuntario, pues mientras transcurren los episodios, casi todos en contra de Roderick, lugares y batallas son descritos puntualmente. Desde la cuna la mala suerte acompaña a Random: es repudiado por el abuelo terrateniente debido a la unión del padre con una mujer de clase baja. Los padres de Roderick salen de escena, ella por muerte, y eso deja al infortunado niño en manos de un tutor abusivo que indirectamente lo lleva a partir acompañado de su amigo Strap, quien termina siendo una suerte de Sancho Panza que le aguanta mil majaderías a Random y siempre le trata como superior, a pesar de los irregulares maltratos del propio Roderick, quien a ratos resulta un berrinchudo, cuyas rabietas o sustos lo llevan, de nuevo, al llanto.

Las peripecias de Roderick, tanto como tropa, como cirujano o ayudante de boticario, llegan a ser muy divertidas, pero no por ello irreales. En un navío, donde varios enfermos son tratados, el nuevo capitán decide cambiarles el tratamiento (lo que acaba matándolos) para desocupar el espacio. Roderick debe partir de casa del boticario al ser involucrado en el embarazo de una criada, que en realidad fue obra del patrón. Irremediablemente, a Roderick todo le sale mal, incluso cuando conoce a la mujer amada. En medio de muchas peripecias, Roderick también participa como soldado en batallas a pie. Tarde o temprano el personaje advierte que todo en la sociedad es sucio, feo y malo, pero es donde tiene que sobrevivir, así que en algún momento juega con las mismas armas y busca suerte como cazafortunas, tratando de emparejarse con alguna ricachona. Por supuesto le va mal y más bien son ellas las que lo tratan de cazar. Por lo mismo tiene que acudir con gente de la nobleza, todos abusivos, donde aparece un homosexual que a cambio de favores sexuales insinuados, y no recibidos, termina por despachar a Roderick para mostrarle que en la alta burocracia y la realeza, el que no paga, de una u otra forma, no puede escalar. Divertidos por exagerados, pero no por ello menos irreales ni caducos, los comentarios sobre cómo hay que pagar y cuánto para siquiera ser considerados para un trabajo, no dejan de sonarnos cercanos. En uno de varios intentos de vivir a costa de una mujer rica, al estafar a un sastre Random termina en la cárcel, y vemos las condiciones terribles de los presos. El autor aprovechó tener parientes abogados para informarse de diversos trámites legales y policíacos descritos en la novela que, por su corrupción franca, también suenan conocidos. Aunque no por ello Random, cuando puede, se beneficia de situaciones opinables: en algún momento, feliz para él, se dedica a la venta de esclavos. En un final que se parece más a las novelas de misterio, por forzado, que luego haría famosas Wilkie Collins, Random encuentra a su padre y, por vía del pago de deudas múltiples (al final es como los demás: usa el dinero para obtener sus fines), se casa con su enamorada y vuelve al lugar donde nació para hacerse terrateniente muy querido. Lo que le hace llorar ni modo. Aunque no por ello deja de señalar los fogosos encuentros con la esposa.


Tobias Smollett. Foto: Louisstott

Leer a Smollet es divertido por muchos factores. Quienes gusten de las novelas de aventuras encontrarán a un personaje lleno de peripecias y muchas bufas que no dejan de mostrarlo como un hombre de su tiempo y que dan nota de cómo el autor gustaba de medir a las personas fanfarronas (hay muchos militares que vociferan su hombría, pero que a la hora de la acción la evitan, alguno haciéndose el dormido a medio pleito o asalto); a las mujeres taimadas (se embarazan y desembarazan según el pretendiente o el provecho para terceros); a los corruptos (desde marinos hasta nobles, muy pocos se salvan), y muchos otros. La percepción general del texto es que los países que recorre Random son muy parecidos porque en todos la gente es mala, abusiva y conformista. Además, para más diversión, varios personajes citan en latín a los clásicos para hacer más entretenidos sus diálogos, donde el doble sentido y la alusión a lo corporal no decae. Habrá a quien le resulten chocantes las descripciones grotescas de algunos pasajes, pero pueden ser muy amenos, como la pestilencia en los navíos. Más que un crítico de sus circunstancias, el autor las describe y, por la forma de hacerlo divierte, pero no va más allá: incluso el personaje, de no ser por el inesperado padre adinerado que le resuelve todo, terminaría penando: no hay evolución moral, apenas circunstancial. Los personajes son planos en tanto resultan estereotipos de la clase representada, pero eso permite al autor un juego mayor, incluso en temas sexuales, pues no duda en señalar cómo hombres y mujeres se valen de ese medio para mejorar económica y socialmente.

Como personaje, Random se mantiene fiel a su concepción de víctima social, aunque luche para mejorar. No deja de considerar el sufrir –con lloriqueos, por supuesto–, como medio para resolver el predicamento. Y prácticamente no critica a los embusteros en las cartas o en el comercio, pero sí los describe con sus defectos para mostrarlos risibles. Sorprende ver cómo en aquellas época el cuchilleo y su aceptación eran fuente de opinión y llevaban a los personajes a evitar la maledicencia, pues de ésta derivaban muchos malos tragos. Una obra de largo aliento que debe ser revisitada.