Opinión
Ver día anteriorMiércoles 18 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Isocronías

Limalla

L

o de hoy, ya se sabe, no siempre es lo de mañana, y lo de mañana, también se sabe, no siempre es lo de siempre.

Hay pensamientos que no dejan pensar.

No te salgas del sueño, no te salgas de la realidad, no irrealices lo cierto.

No digas la verdad, no digas la mentira, di, nomás, el lenguaje.

Era más pulgas que perro.

Hay como una alegría de estar cansado de no estar vivo.

Deja que tu pensamiento fluya sin pensar. Deja que tu fluir sea tu pensamiento.

No era mala intención, era mal camino.

La vocación es una inclinación natural hacia algo, una inclinación con sentido, generadora de sentido, que implica trabajo, que genera obra, que llama con sencillez desde un lenguaje, como todos, complejo, siempre cercano, abierto siempre a la comunicación. Una vocación que en primer lugar se manifiesta como comunicación del de la vocación consigo mismo, con su propia humanidad y, diremos luego pero de alguna manera se la experimenta al mismo tiempo, con la de los demás.

Romain Rolland habla de Beethoven: Un grito tuvo necesidad de estudios innumerables.

Sonríamonos de la ingenuidad de los recién venidos, quienes sujetos, como nosotros, a la rueda del tiempo que gira sempiterna, imagínanse que sólo pasa el pasado, y que el reloj del espíritu se detiene en el que para ellos es medio día. R. R., de nuevo.

La puntuación, que parece un asunto de espacio, lo es de tiempo –y en cierto modo de carácter: es un indicador del carácter del texto y del carácter (o la emoción) de quien lo escribe.

Mal puntuado, mal leído.

No he dicho que la puntuación (tradicional) sea gráficamente indispensable, pero en poesía, en verso, su ausencia suele suplirse, representarse, con los cortes, los espacios, los escalonamientos… con señales gráficas, con puntuación.

El tiempo no tiene tiempo, dice, para la eternidad, no ahora, pero cuando pueda, dice, tiempo se dará.