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Ver día anteriorViernes 20 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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EU: declinaciones y perspectivas preocupantes
E

l gobernador de Texas, Rick Perry, declinó ayer a la contienda por la candidatura presidencial del Partido Republicano luego de una racha de malos resultados en las elecciones primarias que se desarrollan en Estados Unidos. Al dar a conocer su decisión, Perry hizo público su apoyo al ex presidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrinch –uno de los cuatro aspirantes que se mantienen en la contienda republicana–, a quien se refirió como un verdadero conservador.

A diferencia de los otros aspirantes republicanos que han declinado desde el inicio de las primarias de ese partido –la diputada Michele Bachmann y el ex gobernador de Utah, Jon Huntsman–, el político texano anuncia esta decisión tras haber encabezado durante varios meses las encuestas para obtener la nominación presidencial de su partido, y luego de una caída estrepitosa en las preferencias a consecuencia de sus numerosas pifias en los debates entre precandidatos.

Sin embargo, tanto la fuerza que llegó a adquirir el gobernador de Texas como su decisión de declinar en favor de un verdadero conservador son indicativas de la determinación del Partido Republicano por regresar a la Casa Blanca en las elecciones presidenciales de noviembre entrante, y de hacerlo sobre la base del conservadurismo político y social, el neoliberalismo económico, el patrioterismo y la arrogancia imperial.

Tales rasgos, que caracterizaron a las desastrosas presidencias de George W. Bush, parecían haber sido contundentemente derrotados en los comicios de noviembre de 2008, en los que resultó electo el actual mandatario estadunidense, Barack Obama. No obstante, las crecientes vacilaciones e inconsecuencias del actual mandatario, su incapacidad para enfrentar la voracidad de los grandes capitales y de formular una política económica de bienestar para la empobrecida población de la máxima potencia económica del mundo, el incumplimiento de algunos de los aspectos más emblemáticos de su plataforma de campaña y, en general, su falta de capacidad o de voluntad para distinguirse del gobierno de su antecesor, han multiplicado la frustración y la desesperanza entre las corrientes progresistas de la sociedad estadunidense y han desgastado la gran alianza informal que hace más de tres años llevó a Obama al gobierno de Washington.

En contraparte, en los pasados tres años ha tenido lugar el fortalecimiento y el avance de expresiones ultraconservadoras que, como el denominado Tea Party, han logrado articular las resistencias de las bases sociales contrarias a la administración de Obama y han aportado resultados electorales a la causa republicana, como quedó de manifiesto en los comicios intermedios de 2010.

La perspectiva de un regreso republicano a la oficina oval no es una buena noticia para nadie: no lo es ciertamente para la población de Estados Unidos y tampoco para el mundo en general, que está ante el riesgo de que los rasgos imperialistas y colonialistas de Washington –mantenidos durante la presidencia de Obama– se acentúen y radicalicen.

Por lo que hace a la región y a México, el eventual relevo del político afroestadunidense por un gobernante republicano es particularmente preocupante: si bien en años recientes muchos países de Latinoamérica han avanzado en el fortalecimiento de sus respectivas soberanías y estados nacionales, nuestro país ha transitado desde hace más de dos décadas en sentido inverso, y hoy acusa una creciente debilidad en el ámbito institucional, una mayor dependencia económica, política, tecnológica y alimentaria respecto del vecino país del norte, una erosión en su conducción diplomática y, para colmo, una práctica abdicación a la soberanía en materia de seguridad.

Como ocurre con la sociedad estadunidense, América Latina, y en particular, nuestro país, enfrentan una disyuntiva indeseable: la continuidad de un gobierno que ha sido decepcionante e incapaz de remontar las inercias legadas por su antecesor, o bien la profundización de las presiones político-diplomáticas para la apertura de los mercados, el militarismo, el protagonismo de la seguridad nacional como eje central de las relaciones regionales, la fobia antimigrante, la insensibilidad hacia los problemas sociales de la región y la arrogancia imperial de la superpotencia.”