Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de enero de 2012 Num: 881

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
RicardoVenegas

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Para descolonizar
la literatura colonial

Rodolfo Alonso

Dos demiurgos y
un país trágico

Ernesto Gómez-Mendoza

Grupo escolar
Félix Grande

Ingleses en 1882
Eça de Queirós

El inconveniente
de ser Cioran

Augusto Isla

Armando Morales, pintor
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Alejandro Michelena

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Hugo Gutiérrez Vega

Palabras para un doctorado (II Y ÚLTIMA)

La violencia es un sangriento hecho cotidiano que se traduce en el miedo que lesiona la convivencia pacífica e impide el funcionamiento de la vida civilizada. Sufrimos un grave proceso de deshumanización y es terrible que para superar ese miedo intentemos borrar la imagen de cuerpos decapitados o desmembrados colgados en los puentes que antes tenían la virtud de comunicar. Cerca de 60 mil muertos, 250 mil desplazados, incontables desaparecidos, 5 mil niños asesinados, las mujeres de Ciudad Juárez y del estado de México muertas, desaparecidas o secuestradas para su venta en calidad de ganado prostibulario son, entre otras calamidades, el sangriento fruto de una guerra que, desde sus inicios, fue una equivocación trágica, un error de cálculo, una siniestra orden de Estado Unidos, cumplida con mentalidad de tablajero, y un empecinamiento en el error que nos faculta para definir a esta etapa de nuestra desventurada vida pública como “el sexenio sangriento”. La historia nos enseña que militarizar la convivencia social es invariablemente un error muy peligroso. Los militares honestos y patriotas saben que las tareas policíacas no son parte de sus funciones y los policías locales, y la misma policía federal, no tienen la fuerza suficiente para enfrentar el problema. Esto ha colocado al régimen en un callejón sin salida y, en lugar de buscar alternativas, se ha empecinado en sus errores de cálculo sin reconocer que, de momento, su batalla está perdida y le está costando a la población inocente (a eso lo llaman “daños colaterales”) sangre y lágrimas. Mencionemos una contradicción típica de esta masacre cotidiana: Estados Unidos “cuchilea” (la palabra coloquial resulta inmejorable) al gobierno para que persiga al narcotráfico y, al mismo tiempo, rápida y furiosamente vende armas state of the art a los criminales. Esta es la culminación de las gracias y aciertos del libre mercado, de las fanfarronerías siniestras de la Rifle Association.

Necesitaremos muchos años para revertir esta situación trágica. En primer lugar, debemos cambiar el modelo neoliberal y tender a la reconstrucción del Estado de bienestar. En esta ingente tarea juega un papel preponderante la sociedad civil. Pienso que se trata de un esfuerzo pluriclasista que incluye a los desposeídos, a los obreros despedidos o explotados, a los empresarios medios y pequeños, a los escasos grandes empresarios nacionalistas, a los estudiantes, las amas de casa, los intelectuales, los científicos y a los pocos políticos que profesan una genuina vocación de servicio a la comunidad. En segundo lugar, debemos dedicar nuestros mejores esfuerzos al fomento de la educación (se me ocurre que, en lugar de gastar gruesas sumas de dólares en la compra de armas para enfrentar a la enloquecida violencia en Ciudad Juárez, la ciudad mártir, deberían haberse fundado veinte escuelas secundarias y preparatorias, así como una universidad que diera cabida a los estudiantes rechazados), de las artes y de la cultura en general, entendida como el entorno histórico genético que incluye el deporte, las relaciones humanas, la moral que nace de la mente filosófica capaz de cumplir el dictado socrático de “conócete a ti mismo”, pues al conocernos aprendemos a respetar a nuestros semejantes, a reconciliarnos con la otredad. Y pensar que, mientras nos ocupamos en estas urgencias filosóficas, la Secretaría de Educación elimina, o pierde entre los ininteligibles proyectos de paquetes pedagógicos, a la filosofía, y coloca a la literatura en el confuso programa de la llamada comunicación. Muchos años se necesitan para regenerar a este país por medio de las reformas socioeconómicas, de la democracia política y social, de la educación y de la cultura artística y académica. Por eso el gobierno debe incrementar substancialmente su apoyo a las universidades públicas y establecer, con carácter de urgencia, un programa de total restructuración del sistema educativo. Así lo están pidiendo por medio de un ominoso silencio, que en otros países ha sido roto por la exigencia, los 7 millones de muchachos que no estudian y no tienen trabajo, y son potenciales sicarios del crimen organizado o indocumentados sujetos a todos los vejámenes de nuestros racistas vecinos.

Quisiera terminar estas palabras con una reflexión sobre la utilidad de la poesía, que para Tomás Segovia es al mismo tiempo una revelación y un sencillo pedazo de vida. Es claro que la poesía, como todas las artes, tiene una sustantividad independiente, pero está instalada en la sociedad que, en un proceso dialéctico, influye sobre ella, pero, a la vez, puede recibir su influencia y mejorar muchos aspectos de la convivencia social. Dos poetas: el padre soltero de la poesía moderna de México, Ramón López Velarde, y Jaime Sabines, nos entregan un completo programa de política social. El primero espera que todos los días, “en calles como espejos se vacía el Santo olor de la panadería”, y el segundo desea que todos los menesterosos que reciben su aurora restringida puedan beber un vaso de leche caliente. Si los políticos (hay pocas y notables excepciones) leyeran de vez en cuando un librito o una revista o un suplemento, posiblemente (y deletreando con dificultad) podrían acercarse a esas ideas humanizadoras.

No todo está perdido. La sociedad civil se ha organizado en varias ocasiones y tenemos un pueblo en general bondadoso y trabajador. Diría el clásico: “qué buen pueblo si hubiese buen señor”. Tengamos confianza en el poder y en la solidaridad que viven en el seno de la sociedad civil que, si Dios así lo quiere, será capaz de regenerar al desgarrado tejido social y de levantar una nueva casa para todos, una casa más libre, más justa, más humana.

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