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Zaachila, a 50 años del hallazgo de su riqueza arqueológica
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Vasija del colibrí, pieza hallada en la zona arqueológica de Zaachila, Oaxaca, en 1962Foto archivo de Roberto Gallegos
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Una máscara, pieza hallada en la zona arqueológica de Zaachila, Oaxaca, en 1962Foto archivo de Roberto Gallegos
 
Periódico La Jornada
Sábado 28 de enero de 2012, p. a40

Hace medio siglo, dos de las tumbas prehispánicas más bellas de Oaxaca develaron al mundo sus secretos.

Ubicadas en el poblado de Zaachila, las cámaras donde yacían los señores 9 y 7 Flor, prominentes jerarcas de una poderosa cultura que habitó la región entre los años 1000 y 1450 dC, fueron descubiertas por el arqueólogo Roberto Gallegos Ruiz y su equipo de investigadores.

Ha sido el trabajo más importante de mi vida, por todo el empeño, interés y acuciosidad con los que realizamos el rescate, dice en entrevista con La Jornada uno de los decanos de la arqueología en México, quien celebra sus 80 años durante la charla con este diario.

Hoy, Gallegos y varios jóvenes colegas participarán en la celebración que prepararon los habitantes de Zaachila por los 50 años del hallazgo: una jornada en la que habrá conferencias y mesas redondas, organizadas por el consejo comunitario de esa población, la cual desde hace años se encarga de la custodia de su patrimonio histórico.

En enero de 1962, con 10 mil pesos en la bolsa, presupuesto otorgado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), entonces a cargo de Eusebio Dávalos Hurtado, y la encomienda de trabajar en el sitio durante dos meses, o hasta donde te alcance el dinero para comprar materiales y pagar a los trabajadores, el arqueólogo Roberto Gallegos llegó a Zaachila.

El propio pueblo, tan celoso de su herencia zapoteca, había pedido, por fin, que especialistas del instituto fueran a investigar el área conocida como El Cerrito.

El antropólogo Román Piña Chan, mentor de Gallegos, le sugirió que empezara sus trabajos en los alrededores de un montículo pequeño, pues para los recursos que llevas, no creo que te alcance para más, le dijo.

Llegué con dos pasantes de arqueología: Alfonso Cuevas y Pablo López. Nunca pensamos en la existencia de una tumba. Así empezamos a trabajar, y al cabo de semana y media, cuando nos encontrábamos explorando un patio, advertimos una fractura en el piso de estuco por donde se filtraba tierrita, detalla el investigador.

Gallegos había ya explorado junto con otro de sus maestros, Ignacio Bernal, las zonas de Monte Albán y Yagul, por lo que supuso que algo importante se encontraba bajo el piso. Ordenó consolidar los muros, que en su mayoría eran de adobe, y decidió irse con tiento.

Alfonso, creo que aquí tenemos una tumbita, dijo a su compañero antes de sugerir una nueva visita a Monte Albán para volver a examinar la tumba 104, y así estar seguro de que se perfilaba un gran hallazgo.

En la zona de Monte Albán, al revisar una y otra vez las características de las estructuras, el arqueólogo Cuevas le dijo emocionado a Gallegos: ¡ay, mano, creo que sí tenemos una tumba en Zaachila!

De vuelta al trabajo, pasaron tres semanas antes de que llegaran a la cámara central, pues debieron retirar varias capas de material. Al encontrarse frente a las losas que los separaban de la tumba, Alfonso le insistía en que ya las retiraran.

“Fue un viernes en la tarde cuando llegamos a ese cubo –prosigue el arqueólogo–, pero les dije que abriríamos hasta el día siguiente, pues si algo se aprende en arqueología es a tener paciencia. El sábado por la mañana, por fin retiramos la primera losa; al asomarme, todo estaba oscuro. Un trabajador me pasó una lámpara y entonces vi una maraña de huesos y mucha cerámica.

De inmediato, los demás trabajadores se las ingeniaron para colocar un tablón sobre unas piedras para entrar a la tumba sin pisar las piezas. Ingresé a la antecámara, vi más huesos y en las paredes glifos de Mictlantecuhtli, el señor de los muertos, descarnado; en una esquina una lechuza de piedra, en otra pared, al fondo, un hombre con caparazón de tortuga. En la cámara principal había otro esqueleto, me acerqué lo más que pude y vi un anillo de oro y, justo a un lado, la extraordinaria vasija del colibrí.

La emoción aflora en el arqueólogo al compartir sus recuerdos, sus ojos se humedecen: fue una de esas ocasiones en las que uno se estremece, aunque no quiera. No obstante, en ese momento no sabía la trascendencia de ese hallazgo; salí para que entraran Alfonso y Pablo, y luego permití que los trabajadores ingresaran para mirar. Era importante que lo hicieran, pues el trabajo era de todos, eso me permitió tener una buena relación con ellos, no eran más de 14.

Al respecto, Gallegos señala que siempre le ha molestado la manera en la que algunos de sus colegas restringen a los trabajadores, como si la labor arqueológica fuera privativa de ellos, cuando, de alguna manera, se trata de un patrimonio de todos.

Existe una historia en torno al hallazgo de las tumbas de Zaachila, la cual afirma que la población se puso en contra del equipo de Gallegos y los tacharon de saqueadores, por lo que los arqueólogos debieron trabajar protegidos por soldados.

El investigador lo niega. En contraste, explica, para evitar el saqueo de otras personas, no del pueblo, por supuesto, hablé primero con el presidente municipal, quien me respondió que no podía ofrecer resguardo de las tumbas, porque en el pueblo no tenían policías, y me mandó con un destacamento militar cercano. Ahí hablé con un comandante que envió dos soldados para cuidar el lugar por las noches, junto con el velador.

El arqueólogo justifica la reticencia que desde entonces mantienen los pobladores de Zaachila, respecto de la presencia de especialistas del INAH: los entiendo, tienen razón en proteger su patrimonio, porque nos ha tocado vivir la destrucción de varios sitios arqueológicos.

Añade que él no comparte una idea que casi se ha vuelto dogmática en la actualidad: algunos colegas dicen apoyarse en la ley para realizar trabajos de investigación y rescate en sitios arqueológicos, pero en el INAH no somos dueños del patrimonio, somos custodios, pero a veces se ha actuado con arbitrariedad. Yo aprendí a respetar.

Libro por actualizar

Durante aquellos inolvidables primeros meses de 1962, Roman Piña Chan llegó de inmediato a Oaxaca para conocer los trabajos de Gallegos, al tiempo que el arqueólogo Arturo Romano Pacheco, entonces director del Museo Nacional de Antropología, entusiasmado por el hallazgo, dejó mes y medio su cargo frente al recinto para incorporarse a los trabajos de exploración de las tumbas de Zaachila.

“En la tumba uno, los huesos se desintegraban, no pudimos rescatarlos –sigue Gallegos con su relato–, pero el maestro Romano, con suma paciencia, recuperó los datos osteológicos y así pudimos determinar que en la antecámara había ocho individuos, y uno más acompañando al señor importante, es decir, nueve acompañantes porque nueve son los inframundos. En la tumba dos alcanzamos a establecer que había un cráneo aislado y 12 individuos. Romano pasó horas y horas, sentado en un banquito, con su paliacate para el sudor, analizando todo el material.

En la tumba dos, el señor principal llevaba un gran pectoral de oro, un collar de cuentas, varias orejeras de obsidiana, los otros individuos tenían pulseras, otro anillo de oro, es decir, sus ofrendas personales. No eran hombres comunes y corrientes, tenían cierto rango social. En esa tumba dos es donde encontramos la vasija de Mictlantecuhtli, una pieza excepcional, con la cabeza articulada.

Los trabajos en Zaachila duraron tres meses. Se recuperaron poco más de 125 piezas, las cuales se llevaron al Museo Nacional de Antropología. El arqueólogo considera que en la actualidad el material que se exhibe en el recinto no llega ni a 20 por ciento de todo lo encontrado.

Además, pese a que se trata de un hallazgo importante, el material fotográfico con el que cuento es de 1962. Pude ver algunos materiales restaurados en 1983, pero de esa fecha hasta hoy no he podido volver a ver las piezas, porque no me han permitido las autoridades responsables, lamenta Gallegos, quien debido a esa situación no ha podido actualizar un libro donde se describe todo el trabajo que realizó en Oaxaca y que hace medio siglo fue la tesis con la que se graduó de arqueólogo. La Universidad Nacional Autónoma de México está a la espera para publicar esa investigación.

Algunos colegas han comentado que la gran mayoría del material descubierto en Zaachila está en malas condiciones.

Hace 50 años, la población de Zaachila recibió la promesa de que ahí se construiría un museo de sitio, para exhibir las bellas piezas, luego de restaurarlas. Siguen esperando.

Al respecto, Roberto Gallegos comenta: “nunca he dejado de sentir un compromiso con Zaachila. Es cierto, nos comprometimos a hacer un museo. Román Piña Chan, incluso, perfiló la posibilidad de ese recinto en la parte oriente de la zona arqueológica. También Romano dijo que era cierto que se trataba de un acervo nacional, pero que también Zaachila podía participar en su resguardo. Creímos que sí era posible el museo de sitio, se hizo un anteproyecto. Dávalos estuvo de acuerdo y presentamos los resultados del hallazgo en el Congreso de Americanistas.

El secretario de Educación de entonces, Jaime Torres Bodet, también estaba interesado, hasta acudió al INAH para conocer las piezas. Pero después me encargaron otros proyectos y el del museo de sitio en Zaachila se fue rezagando. En 1967 hablé por última vez con el director del instituto para recordarle que teníamos el compromiso con los zaachileños. Me dijo que primero terminara la investigación que me habían encargado a propósito de la construcción de la Villa Olímpica, en Tlalpan y que después hablaríamos. Sin embargo, él murió en enero de 1968 y se cortó el asunto.

Ha pasado medio siglo y Roberto Gallegos asegura que aún le pesa ese compromiso moral con Zaachila, quisiera cumplir, proponer que el pueblo, con un convenio institucional exigible, levantara su museo. Creo que es posible, confío en ellos. No se debe dejar pasar más tiempo, se deben organizar, el pueblo pesa ante el instituto.