Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de enero de 2012 Num: 882

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El caballo de Turín: más allá del bien y el mal
Antonio Valle

Café y revolución
Montserrat Hawayek

Peña Nieto y el Golem
Eduardo Hurtado

La maldición de Babel: Pacheco, Borges, Reyes
y el Tuca Ferreti

José María Espinasa

Eros, Afrodita y el sentimiento amoroso
Xabier F. Coronado

EL SIGLO XIX, inicio
de la era mediática

Jaimeduardo García

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 
La maldición de Babel: Pacheco,

Pacheco, Borges y Cavafis
Borges, Reyes y el Tuca Ferreti

José María Espinasa

Recientemente –en septiembre, con motivo de la Feria del libro de Monterrey, y en medio de una febril actividad en la capital regia: Encuentro de escritores, homenajes a Tomás Segovia y a Juan Gelman–, la uanl presentó la tercera entrega de la colección de El oro de los tigres, espléndida iniciativa de la casa de estudios para dar a conocer traducciones de poesía. La entrega la conforman selecciones de Franc Ducros (traducción de Gabriel Magaña), Ledo Ivo (traducción José Javier Villarreal), Marina Tsvetaieva (traducción de Selma Ancira y Francisco Segovia), Silvia Plath (traducción Paulina Vinderman) John Donne (traducción de José Luis Rivas) y una joya, Una noche, de Constantino Cavafis en “aproximaciones” de José Emilio Pacheco.

La tradición mexicana en la traducción de poesía es reconocida entre los lectores de habla hispana, pero en los últimos años, debido a la dificultad extra que implica el hecho de publicar poesía y hacerlo en otra lengua, con derechos y de preferencia bilingüe. En Nuevo León esa tradición es importante, de Miguel Covarrubias a Jeannette Clariond y José Javier Villarreal. Estas entregas son un verdadero lujo, pero como todo buen lujo, necesario, no un dispendio sino una manera de crear y preservar cultura y tradición. No siempre las ediciones son bilingües, pero sí la mayoría (no lo son en este caso las de la rusa y las del griego, lo cual es en parte explicable, no tanto por la dificultad tipográfica (alfabeto cirílico) sino por la muy reducida cantidad de lectores que los lee.

Desde la primera entrega lo que llamó la atención fue lo bien equilibrada que estaba la selección de lenguas, autores traducidos –clásicos combinados con contemporáneos, autores y poesías exóticas, muy conocidos y otros casi ignorados– y traductores (de Nuevo León, de México, de Hispanoamérica), y esto se ha mantenido en las dos siguientes. Cada uno de los libritos –elegantemente unidos en una sencilla caja que a través de su título recuerda a la vez a Borges y al Tigres, equipo de futbol de la Universidad– merecería una nota aparte, pero vamos a tomar Una noche para representarlos a todos.

José Emilio Pacheco ha realizado una extraordinaria y muy puntual labor de traducción –baste recordar su versión de Epistola in carcere et vinculis (De Profundis), de Oscar Wilde y de Los cuatro cuartetos de Eliot (de la que urge una reedición, aunque no esperen a la versión revisada y anotada que el propio Pacheco lleva anunciando algunos años–, y lo ha hecho con sensibilidad de poeta, incluyendo muchas veces una sección de versiones en sus libros. Sus “aproximaciones”, término que las describe muy bien, no son las de un filólogo ni las de un erudito (aunque reúna cualidades de ambos) sino las de un lector-creador, que cumple la máxima de que lo primero que hay que hacer es poesía en la lengua de llegada.

Con Cavafis México tiene ya su historia. Traducciones –buenas– de filólogo, directas del griego, debidas a la pluma de Cayetano Cantú, traducciones de poetas, como las de Juan Carvajal (del francés e inglés) y José Emilio Pacheco, que aunque no vengan del griego directamente lo tienen muy presente. Y en el terreno helénico, clásico y actual, un buen número de nombres de ese idioma: Jaime García Terrés, Francisco Torres Córdova, Carlos Montemayor, Hugo Gutiérrez Vega, Selma Ancira, Natalia Moreleón y un largo etcétera. Las de Cavafis son ante todo “afectivas”, y trataré de explicar las comillas para quitarlas: lo leemos mediado por su condición de puente mágico entre la civilización clásica y la Grecia contemporánea (o mejor sería decir: el mundo contemporáneo). Un poeta tan manifiestamente para poetas como Cavafis es sin embargo un poeta para todos, pues lo leemos de forma profundamente sentimental, como representante de una atmósfera antigua, no desaparecida, pero sí perdida para la modernidad.

En otros lugares me he ocupado de esa condición afectiva de Cavafis, aquí me ocuparé de esa misma condición en José Emilio Pacheco, para tratar de mostrar la conexión entre ambos y el éxito de sus aproximaciones. Uno de los poemas más célebres de Cavafis es “Esperando a los bárbaros.” Se le ha leído de muchas maneras, entre otras como la necesidad de ese vigor que proviene del extrarradio, de la periferia, del más allá de las murallas, única esperanza para una sociedad que languidece. Pero vigor no es sinónimo de fuerza y Cavafis no tiene nostalgia de la barbarie sino de los bárbaros. La diferencia no es poca. A su vez Pacheco transparenta los poemas en sus aproximaciones al volverlos muy ceñidos, sin ese dejo retórico que tiene el griego y que, curiosamente, también tiene el mexicano en sus poemas “propios”. Me permito señalar que si bien le quitamos las comillas a aproximaciones se las pusimos a propios.

Así, La noche es una notable versión de Cavafis (aunque no sé si se podría traducir toda su obra de esta manera) y uno de los mejores libros de José Emilio Pacheco. El autor de Islas a la deriva consigue algo curioso: vuelve a los poemas en castellano claramente modernos, los despoja de esa nostalgia por un tiempo ido que tiene el original, pero con esto no diré que los hace mejores sino que les da una fuerza distinta. Así, los textos de La noche son a la vez plenamente Cavafis y plenamente Pacheco. En el notable prólogo que escribe Margarita Minerva Villarreal, directora de la Capilla Alfonsina de Monterrey y editora responsable de El oro de los tigres, proyecto que, además, del ya mencionado homenaje a Borges, rinde también homenaje al polígrafo regiomontano, para quien la traducción fue tan importante, se traza un brillante retrato de Cavafis y su poética. Al libro lo completan fotos de Eduardo (Walo) Rubio que van más allá de lo decorativo, para redondear un libro notable.

Si con la primera entrega de El oro de los tigres se vislumbraba la constitución de una colección destinada a volverse referencia para la poesía traducida al español, la continuidad establecida por las entregas dos y tres confirman el pronóstico: la riqueza que la maldición de Babel les concede a los hombres.