Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de enero de 2012 Num: 882

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El caballo de Turín: más allá del bien y el mal
Antonio Valle

Café y revolución
Montserrat Hawayek

Peña Nieto y el Golem
Eduardo Hurtado

La maldición de Babel: Pacheco, Borges, Reyes
y el Tuca Ferreti

José María Espinasa

Eros, Afrodita y el sentimiento amoroso
Xabier F. Coronado

EL SIGLO XIX, inicio
de la era mediática

Jaimeduardo García

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Para documentar la indignación

Antonio Soria


Carta a los indignados,
Enrique Dussel,
La Jornada Ediciones,
México, 2011.

Para evitar intentos inanes de superar elocuencias, para explicar el propósito de este volumen permítase la cita extensa: “Esta Carta a los indignados está dirigida sobre todo a los jóvenes, pero también a todos los militantes conscientes de su responsabilidad política, que se levantan en nombre del sufrimiento de la comunidad política: el pueblo. Está dedicada a todos los indignados que con sus plantones se han propuesto hacer que banqueros y magnates, propietarios del capital financiero nacional y globalizado, se den cuenta de la deshonestidad de su avaricia; que los Estados, cuyas burocracias políticas monopólicas y con frecuencia burocratizadas y corruptas, se responsabilicen de sus actos.”

Pero de su lectura se desprende que esta Carta a los indignados, misma que forma parte de la colección Los Nuestros de esta casa editorial, tiene mucho que decirle a la multitud compuesta por todos aquellos que –no siendo ni los jóvenes aludidos, ni los mencionados militantes conscientes de su responsabilidad política, ni tampoco los indignados que hacen plantones– conforman la mayoría de la población. Diríase, incluso, que los destinatarios de esta misiva pueden –y deben– ser, preferentemente, todos aquellos que todavía no articulan su condición de víctimas de un sistema intrínsecamente inequitativo, su zozobra ante una situación de seguridad sin visos de mejoría, su desesperanza frente a un panorama económico que sólo sabe anunciar peores tiempos, su hartazgo ante una clase política y empresarial tan indolente y alejada del grueso de la sociedad como es posible estarlo… aquellos, pues, que no han articulado aún esa combinación, potencialmente explosiva, en nada diferente a una resignación de facto, en una indolencia perniciosa por cuanto la inacción colectiva sólo garantiza una mayor descomposición en el estado general de las cosas que padece la muy abrumadora mayoría de la población mundial.

La Carta a los indignados que da título al volumen es, dentro del mismo, el primer capítulo, luego del cual el autor ofrece un lúcido ensayo titulado “Democracia participativa, disolución del Estado y liderazgo político”, seguido por un tercer apartado, “Meditaciones desde coyunturas políticas”, en el que se aborda una multitud de temas y ámbitos de carácter político, referentes lo mismo a la teoría que a la práctica; entre muchos otros, “Mediocracia y hermenéutica”, “La política-espectáculo: lo populista y lo popular”, “Moralidad, legalidad y legitimidad política” y “Criterios de liderazgo democrático.”

Conceptos que, al mismo tiempo, son realidades, como “poder”, “democracia”, “representación”, “participación”, “institucionalización”, y muchos más, son analizados por Dussel bajo la luz de la necesidad antedicha de que las decisiones referentes a la organización del mundo dejen de ser tomadas por un puñado de seres humanos, cuyo interés primordial consiste en lograr que prevalezca dicho estado general de las cosas –puesto que los favorece–, sin importarles ya no se diga lo obvio, es decir la situación del otro noventa y nueve por ciento, para decirlo con los occupy estadunidenses, sino al menos la viabilidad a corto y mediano plazo de sostener un modelo social, económico, político y hasta cultural depredatorio, amoral e individualista pero, sobre todo –es preciso insistir–, insostenible más allá de consideraciones de corte ideológico.


Partir con dificultad

Ricardo Guzmán Wolffer


Cuando la muerte se aproxima,
Arnoldo Kraus,
Almadía,
México, 2011.

Escribir sobre la muerte y sus dificultades tiene su truco. Aunque no es el caso de Kraus, es fácil caer en la moralina o en la religiosidad mal entendida. Así, el libro de Arnoldo nos plantea distintos temas propios de la muerte contemporánea, pero bajo el denominador común de la mirada humanista. Si ya es difícil imaginar la situación cuando uno no está en las condiciones que la orillan, comprender cabalmente al suicida o a quien auxilia en la eutanasia es todavía más complicado. Con un análisis basado en las muchas vertientes que tocan la muerte, la obra nos propone acercarnos sin perjuicios a este deambular previo al abismo.

Es fácil criticar a quienes están agotados de esperar el fin, pero el acercamiento puede darse a partir de que la vida sólo debe preservarse cuando en ello hay dignidad y esperanza. Y es que, nos relata Kraus, es difícil asimilar al paciente como un ser autónomo: suele dársele trato de minusválido, de alguien que no puede decidir por sí mismo. En pleno siglo XXI, hay quienes siguen sosteniendo que la vida humana no le pertenece al individuo. Todavía falta hablar de la soledad y la desesperanza que viven ciertos enfermos, prácticamente aislados del mundo. Habrá quien lo establezca, dice el autor, por entender que cuando una parte de la sociedad se suicida, aunque sea un porcentaje menor, la sociedad misma se está acabando. Tal vez hablar de una muerte social en un país donde la contabilidad de muertos y desaparecidos se ha perdido con un sexenio más trágico que la guerra de Vietnam, pueda ser ocioso, pero el razonamiento subsiste: la sociedad decide morir, acabarse a sí misma. Y eso no es agradable al oído subjetivo ni social.

El autor no pretende agotar el tema, pero plantea preguntas básicas, cierto de que, al final de cada análisis, no se puede generalizar. Siempre hay aristas por descubrir: ¿qué tipo de enfermedad justifica el suicidio o la eutanasia?, ¿qué hacer con los niños?, ¿cuáles padecimientos realmente limitan el acceso a la autonomía y a la libertad?, ¿cuál es el papel de los doctores en la eutanasia pasiva y en la activa, cómo pueden acompañar realmente al enfermo en ese tramo final: liberándolo del dolor o de la vida?, ¿siempre habrá que pedir opinión al enfermo para poner fin a su vida? No son preguntas académicas. En un país como México, donde las instituciones de salud pública suelen acercarse a su propio fin en abasto de medicinas o en la calidad en los medicamentos, establecer los costos financieros y sociales de mantener con vida a enfermos terminales o incurables también debe ser parte del análisis. Además, el autor aborda el suicidio en parejas, donde el análisis es todavía más complicado, por la unión que se presupone en los seres enamorados (¿qué mayor muestra de amor, que ofrendar la propia vida ante el otro?).

Un libro que obliga a meditar sobre el aquí y el ahora.


Montaigne según edwards

Miguel Barberena


La muerte de Montaigne,
Jorge Edwards,
Tusquets,
España, 2011.

No conozco el desempeño del escritor Jorge Edwards como embajador de Chile en Francia; lo cierto es que durante su estancia en París –lo nombró el presidente Piñera en 2010– Edwards se ha dado tiempo para escribir La muerte de Montaigne, una “novela más o menos ensayística con aspectos históricos”, según definición del propio autor.

Lo de “novela” puede llamarse sólo por convención comercial. El libro se lee como divagaciones y evocaciones alrededor del inmortal escritor de los Ensayos, Michel de Montaigne(1533-1592), el más grande de los pensadores de Francia. Escribe Edwards: “Escribo una fantasía muy personal, mi Montaigne, para decirlo de algún modo, y si el paciente lector quiere seguirme, la elección es suya.”

En su fantasía, Edwards lo mismo conjetura sobre la relación entre Montaigne y su ahijada y albacea literaria, Marie de Gournay, que hace un homenaje al género ensayístico fundado por el filósofo, u ofrece una recreación fragmentaria de la vida y época de los personajes históricos del siglo XVI francés, salpicada con los comentarios de la actualidad política en Chile.

Edwards trae demasiadas cosas entre manos y no siempre le cuajan. En partes relaja la prosa, en otras ofrece demasiadas concesiones didácticas, un manual de historia con páginas arrancadas a Jules Michelet.

El libro se salva por Montaigne, que conjetural, imaginario o improbable, sigue siendo Montaigne, gentilhombre gascón.

Edwards novela la tardía pasión de Montaigne por Marie de Gournay, su fille d’alliance o “hija de adopción”. Él tenía cincuenta y cinco años y era ya un pensador respetado, además de destacado político y diplomático, alcalde de Burdeos entre anteriores cargos. Ella era una chica de veintidós años, apasionada de la obra de Montaigne, hoy diríamos una fan. Los últimos cuatro años de vida del filósofo –se conocieron en 1588– Marie se convirtió en secretaria, amanuense, editora y persona más cercana al señor de Montaigne, por encima incluso de la esposa, de la que el pensador vivía distanciado.

¿Qué tan íntima fue la relación con Marie, su “hija espiritual”? Nadie lo sabe, pero Edwards da rienda suelta a su talento de novelista para imaginarlos en la cama, Montaigne con “su pene erecto”; Marie, desnuda y con los ojos vendados, “penetrada por el maestro con delicadeza, pero con firmeza”. Uno de sus propósitos, nos dice Edwards, es indagar “los misterios eróticos de Montaigne”.

La estrella del libro es la chica de Gournay, en quien Edwards ve a una precursora de Georges Sand, Colette o Simone de Beauvoir, “una chica sensible, enamorada de la literatura, y por lo tanto de Michel de Montaigne, y que trató de buscarse un camino en las letras con enorme valentía, con algo de ingenuidad, con indudable talento.”

Edwards también tiene a favor de su libro una época histórica fascinante, que lo tiene todo (“años de furia, de odio, de crímenes desatados”): el final del renacimiento en Francia y las guerras de religión entre Enrique IV, protestante borbón (“París bien vale una misa”) y su primo, el muy católico Enrique III de Valois. Montaigne tuvo un papel destacado en la política de su tiempo: hospedó en su chateau de Dordoña a Enrique III; sirvió a Enrique iv como courier diplomático…

En esa Francia del siglo XVI, recuerda Edwards, reinaba “la guerra civil, el odio, la desconfianza, la inseguridad generalizada…” De ahí da un pequeño salto para comparar esa situación con la de Chile en los años setenta del siglo XX, cuando el gobierno de Allende y el golpe de Pinochet.

Edwards es otro de los intelectuales latinoamericanos marcados por la guerra fría ideológica de aquellos años, particularmente la que se daba en torno a Cuba.

De joven empezó, como toda su generación, a la izquierda. Su primer destino diplomático fue, precisamente, París, donde sirvió al embajador y poeta estalinista Pablo Neruda.

Pronto, al tiempo que el gobierno de Fidel Castro mostraba sus verdaderos colores, Edwards se pasó a la derecha liberal. De su estancia como embajador del gobierno de Allende en Cuba (1971) salió Persona non grata, uno de los clásicos del anticastrismo. Poco después, el pinochetismo lo mandó exiliado a España…

Ganador del Premio Cervantes de 1999, Jorge Edwards cumplió en 2010 ochenta años de edad con esta meditación novelesca sobre el gran humanista francés: “Montaigne significa para mí la libertad, la sensatez, el humanismo superior, y, en algún sentido: la lectura y la escritura.”

Tal vez sea la suya la mejor edad para (re)leer a Montaigne; cuando, viejo y sabio, uno puede realmente comprender la profundidad de un ensayo como “Filosofar es aprender a morir,” uno de sus más célebres, y que, obviamente, Edwards multicita a lo largo de un libro con el título de La muerte de Montaigne.



Las afueras,
Luis Jorge Boone,
Ediciones Era/Dirección de Literatura UNAM,
México, 2011.

Alguna vez becario tanto de la Fundación para las Letras Mexicanas como del Programa Jóvenes Creadores del  Fonca, y con varios premios literarios a cuestas, así como la publicación de siete libros de poesía, este autor coahuilense nacido en 1977 incursiona en la novela, tras la publicación de un cuentario titulado La noche caníbal.



Narrar para la infancia. El arte de escribir cuentos para niños y niñas; ideas, propuestas y astucias literarias,
Luis Bernardo Pérez,
Ficticia,
México, ,2011.

El muy largo subtítulo del libro es tan elocuente que poco deja por describir. Añádase una advertencia de los propios editores, necesarísima, según la cual y por ventura “la presente obra no constituye un recetario”, así como la aclaración de que, preferentemente, “será de utilidad para quien, tras haber hecho algunos intentos [de escribir cuentos infantiles], se siente intimidado ante las dificultades que ha encontrado en el camino”. Vale, pues.