Opinión
Ver día anteriorLunes 30 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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entir nostalgias que uno nunca hubiera previsto es otro síntoma del mal estado de la República. Algo significaba que aún en los periodos más nefastos de la revolución institucional los gobiernos contaran con los servicios de autores y pensadores de real estatura y uno pudiera adivinar en los presidentes alguna formación humanística, referentes culturales básicos. Álvaro Obregón, aquel generalote norteño, no debió ser muy letrado, pero (le atribuyen) podía recitarle de memoria pasajes de La suave patria a Ramón López Velarde.

Adolfo López Mateos se formó en la campaña de José Vasconcelos; algo se le pegaría de su mentor, uno de los prosistas más geniales de nuestro canon. Mantuvo en su gabinete al poeta y eterno funcionario (desde Manuel Ávila Camacho) Jaime Torres Bodet y se lo heredó todavía a Gustavo Díaz Ordaz, quien además reclutaría a Mauricio Magdaleno y Agustín Yáñez. Olvidaditos como están, los tres autores dejaron páginas memorables.

José López Portillo, más allá de su frivolidad, daba muestras convincentes de haber leído Don Quijote de la Mancha (con rasgos incluso siquiátricos), y podemos pensar que sus libros los escribía él. Su hermana y funcionaria Margarita pergeñaba libros completos. Ambos descendían del autor de La parcela, José López Portillo y Rojas, apreciable novelista del realismo. Otro que tuvo hermana literata fue López Mateos: Esperanza, la traductora y casi alter ego del misterioso Bruno Traven.

El recuento se impone ante la penosa orfandad intelectual de los gobiernos recientes, en particular los panistas. (Uta, apenas la semana pasada Felipe Calderón se quiso untar tantita intelectualidá aprovechándose de ¡Paolo Coelho!) Con Vicente Fox comienzan los gobernantes formados en manuales de autoayuda y cursos de mercadotecnia, y si el próximo presidente va a tener el músculo intelectual de Enrique Peña Nieto, pues ya nos amolamos.

Pocos indicios de cultura revelaba Díaz Ordaz, pero incluso para los trabajos de cañería profunda contra los estudiantes del 68 empleó al brillante filósofo Emilio Uranga y la notabilísima narradora Elena Garro. Su represión fue respaldada por Martín Luis Guzmán (otro grande), y lo premió con una senaduría en 1970. Todos aquellos gobiernos mantuvieron en sus filas al poeta de Muerte sin fin, José Gorostiza, que lo mismo fue canciller que presidente de la Comisión Nacional de Energía Nuclear.

Luis Echeverría tampoco mostró ser muy acá, pero heredó el instinto de Obregón y López Mateos, y tras el desprestigio del 2 de octubre en Tlatelolco –que dentro del gobierno sólo el embajador Octavio Paz había confrontado–, atrajo intelectuales y escritores a montón; logró llenar con ellos un charter y llevárselos a Buenos Aires para presumirlos. Le trabajó el espléndido Ricardo Garibay, y Fernando Benítez, con el aplauso de Carlos Fuentes, acuñó eso de Echeverría o el fascismo (y por entonces escribió Los indios de México).

Incontables diplomáticos dieron lustre a los gobiernos posrevolucionarios: Alfonso Reyes, Gilberto Owen, Jaime García Terrés, Rodolfo Usigli, Rosario Castellanos, Hugo Gutiérrez Vega y tantos otros. Los panistas lo mejorcito que han podido exportar es Jorge Volpi, y ni siquiera de embajador. Hugo Hiriart, uno de nuestros mejores escritores vivos, en Nueva York representó culturalmente a Fox, desafío titánico si los hay; el gobierno no acusó ni la menor impronta de ese privilegio.

Senadores priístas fueron Carlos Pellicer y Andrés Henestrosa. Jaime Sabines, diputado. Salvador Novo paseó su ingenio por Palacio Nacional durante sexenios. Juan Rulfo se refugió largamente en una oficina gubernamental. Otro México. Y otro PRI: ni Jesús Reyes Heroles ni Enrique González Pedrero escribieron Dios mío, hazme viuda por favor.

Con el neoliberalismo llega la simulación intelectual, pero aún Carlos Salinas se rodea de doctores y escritores. Imitando a Echeverría, atrae a una intelectualidad que legitime lo que las urnas le negaron. Los Roberto Blanco Moheno y Luis Spota de la hora habían pasado por el Colegio de México.

No que ahora esto es un páramo sin Pedro. El nulo compromiso con el lenguaje y la ausencia de barniz literario, artístico o filosófico caracterizan a los gobernantes, meros gerentes rodeados de nerds de universidades católicas o tecnócratas con credenciales de Yale pero sensibilidad de abarrotero, de policía, de nuevo rico. ¿Nunca más mereceremos un gobierno como el de Benito Juárez, apalancado en el poderío intelectual y literario de la mejor generación del siglo XIX?

Hasta nuevo aviso, todo tiempo pasado fue mejor. Autoritarios, corruptos o asesinos, los presidentes conocían el ABC y, a su modo, eran estadistas. El siglo XXI mexicano está produciendo puros burros y títeres de reality show. Ahí están los videoclips de Calderón haciéndose el turista extremo, o su posible sucesor tartamudeando en público ante preguntas que debió aprender a responder en la secundaria.

No, sí está cabrón.