Opinión
Ver día anteriorLunes 13 de febrero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
Don Pablo y Los Encinos
D

on Pablo Hermoso de Mendoza, el rejoneador navarro, conserva la más pura y clásica tradición de montar a caballo auténticamente, recreando el sueño inefable de la poesía torera, lo inasible de la torería que no le cabe en el cuerpo, al girar a los toros hacia adentro, en suaves melodías interiores, mágicas prolongaciones inacabables en su debut tardío en la temporada mexicana.

Don Pablo penetró la luz brillante de la lluviosa semana invernal en la que apareció un tibio sol y recogió el espíritu mexicano y se dispuso al hondo placer del baile equino frente a la cara de los inciertos toros de Los Encinos (que enviaron uno de regalo bravo, alegre, que literalmente planeaba y emocionó a los aficionados, que pese a la lluvia quedaron en el coso.) Todo reflejaba en el rejoneador español una palpitación exquisita de belleza, expresión de una fulgurante hechicería. Cada recorte, cada galleo, tenía un aroma distinto.

Pablo Hermoso, el torero de los aromas, nos transportaba al paraíso del toreo soñado. Hechizado y dominador sobre la torería de a pie le daba al torear esa profundísima sugestión indecible que se ha perdido en la robotización tarde a tarde de los modernos pegapases. Lo imprevisto de sus magias eran el secreto de su encantamiento y la escueta y concentrada elegancia de su movimiento frente al toro.

Mucho me gustó su toreo en los lomos de Ícaro, al que levantó hacia los cielos para encelarle la embestida, y venga el ballet con perfume a tabaco impregnando el espíritu con una inspirada manera, viviente, intensa, que hablaba de su madurez en el toreo clásico a caballo, acompañado de la gracia de los elegidos. Luego la estocada en lo alto, las orejas y un nuevo triunfo en la México.

Para variar nuevamente el torito de regalo. Nada más que éste resultó un toro excepcional de Los Encinos que honra al ganadero Martínez Urquidi. Príncipe desbordó la demanda insaciable de luz, movimiento, coqueteo; alegría pura. Príncipe fue un deseo movedizo, luminoso con ansias infinitas de vivir y morir a pesar de que el público pedía el indulto. Madrugadas queretanas que llevaba en las entrañas y le dieron el ingrediente de lo ligero, lo suave, lo aterciopelado a su embestir. Deleite táctil, ingenuidad gozosa. Sensualismo del juego cotidiano que juega a la muerte como no queriendo. Lo mató espléndidamente Fermín Spínola, que muy nervioso toda la tarde no aprovechó del todo a ese bello ejemplar al que cortó orejas y rabo, y salió en hombros con Pablo Hermoso y Martínez Urquidi.