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La intérprete cantó a duo con Armando Manzanero en el Palacio de Bellas Artes

Con voz intacta, Tania Libertad celebró 50 años de carrera

En el repertorio, temas clásicos como Alfonsina y el mar, el Ave María, Ojalá y Para vivir

Asistieron al concierto García Márquez, Calderón, Slim y Zabludovsky, entre otros

Foto
La peruano-mexicana, en el recital que duró más de tres horasFoto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Miércoles 15 de febrero de 2012, p. 9

“Una voz desnuda, sin ningún instrumento que la acompañara; sola frente al mundo (…)”, prologó el Nobel de literatura José Saramago en uno de los discos de Tania Libertad.

La había escuchado cantar a capela La paloma de Rafael Alberti. En aquella ocasión, dijo el portugués, cada nota acariciaba una cuerda de su sensibilidad.

Anoche, en el Palacio de Bellas Artes, al interpretar la emblemática Alfonsina y el mar sólo con su instrumento vocal, Tania Libertad se disipó en un oscuro y acogedor escenario alejándose del único micrófono encendido en el foro, y el sonido de sus pulmones y su alma también se esparcieron gradualmente.

El volumen bajó: “Te vas Alfonsina con tu soledad/qué poemas nuevos fuiste a buscar…” se escuchó de la peruano-mexicana. La audiencia quedó como petrificada ante el encanto de esa acústica. Fue el primero de sus dos conciertos en el recinto de mármol.

Tania, 50 años de Libertad nombró la artista a este repaso de tres horas y 34 canciones, las cuales han cultivado nichos en su extensa audiencia, que en esta sesión ritual de voz pusieron en estado sólido el vello de los presentes en el local de roca caliza.

Casi droga

Pocos se resistieron a la introspección que causó su expresión de ave canora.

Las ondas metafísicas sonoras, como las expuestas por la cantante, su grupo –dirigido por Sonia Cornuchet– y la Orquesta Stravaganza –bajo la batuta de Rosino Serrano–, tuvieron el poder de una fuerte droga para enganchar a cualquiera.

Hay canciones y hay momentos, de Milton Nascimento, abrió el concierto. El sonido de La paloma susurró al oído colectivo, y los cajones peruanos (características percusiones de la región negra de ese país) invitaban al viaje. Gracias a la vida, de Violeta Parra, y aunque viviera estos años al filo de la navaja, la voz y el corazón de Tania se sintieron intactos, como ella misma comentó.

Con El tamalito, las percusiones invitaron hacia las latitudes de la negritud.

El público se dejó acariciar por las olas sonoras de suavidad de la intérprete. Entre la selecta audiencia estaban el Nobel de literatura Gabriel García Márquez, las actrices Silvia Pinal y Norma Lazareno, el empresario Carlos Slim, comunicadores como Jacobo Zabludovski, el presidente Felipe Calderón y su esposa Margarita Zavala –cuya presencia en el inmueble provocó un dispositivo de seguridad más riguroso de lo habitual– e incluso parte del jet set mexicano, así como seguidores fieles que aplaudieron las recreaciones libertarias de Tania.

Nada parecido a aquellas audiencias de pensamiento liberal y de tendencias políticas de izquierda que comúnmente se daba cita en sus memorables recitales, como algunos que ofreció en el Auditorio Nacional antes de que fuera restaurado. Pero todos disfrutaron de un contexto musical de altura que cobijó a la cantante interpretando a los más sobresalientes autores de Latinoamérica, como Armando Manzanero, a quien calificó de el mejor compositor de música romántica en el mundo. En Perú, la cantante abrió una presentación del yucateco en 1969, cuando apenas era una adolescente.

El maestro subió al proscenio para tocar el piano y cantar con ella Por debajo de la mesa, Dormir contigo y un extraño mix de Somos novios y Contigo aprendí.

Tania mostró la experiencia de cinco décadas en los escenarios con su voz, catapulta precoz de su carrera.

A los siete años de edad se inició en su natal Perú, y dos años más tarde grabó el primero de sus 38 discos. Fue conductora de televisión y promotora de artistas en ese país. Llegó a México en 1980 y durante ese tiempo dejó el medio masivo para comenzar desde abajo, cantando en escuelas, hospitales, casas de cultura y plazas públicas, cosechando simpatía perpetua de los mexicanos.

Aunque en las primeras interpretaciones la solemnidad del respetable fue latente, las canciones –escuchadas como si se prendiera un aparato de sonido con los discos de la artista– lo adentraron en la jornada: Regálame esta noche, de Roberto Cantoral; un popurrí peruano, y Mi amor por ti y Razón de vivir humedecieron el ambiente.

Incesante, el bombardeo de virtuosismo vocal y pasión desbordaron el ánimo de los casi inanimados en las butacas. Sin la luna, de Alejandro Filio; La fiesta, de Juan Manuel Serrat; Papel mojado, de Mario Benedetti; Cielo rojo, de Juan Záizar; Cuando llora mi guitarra y Para vivir de Milanés, así como Costumbres, de Juan Gabriel, penetraban en la dermis. El Ave María de Schubert hizo levantar del asiento a la mayoría.

No faltaron himnos como Ojalá y La maza, de Silvio Rodríguez, que otrora dieron a la intérprete solidez con su público. También hubo nuevas versiones magistrales de rolas de Fito Páez, como DLG, y Yo vengo a ofrecer mi corazón, sin contar con historias de compositores como José Alfredo Jiménez y Chabuca Granda.

Finalmente se llegó al clímax que todos esperaban: la historia de Alfonsina Storni –que popularizó primero la extinta Mercedes Sosa, a quien Tania ofreció reverencia–, la cual Ariel Ramírez y Félix Luna realizaron acerca de esa hermosa mujer, dueña de frases bellas, que un día decidió perderse en la mar.