Opinión
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El profesor y el loco
A

cabo de convertirme en la lectora mil trillones de El cirujano de Crowthorne, el libro de Simon Winchester que trata de la relación entre un lexicógrafo, un asesino y el Oxford English Dictionary (OED). Se publicó en 1998 y fue un éxito comercial y de crítica inmediato, pero yo no supe de él hasta que hace unos días L&M me lo regalaron, con el anuncio de que me iba a encantar, que fue el primer prejuicio que tuve que vencer para abrirlo y dejarme fascinar desde la página inicial.

Como suele sucederme con un libro que me atrapa de forma contundente, empecé a leerlo varias veces, leía unas páginas, interrumpía, lo retomaba desde el comienzo, porque no podía creer que el tema fuera real, ni mucho menos que, al serlo, y al ser presentado como se presentaba, me atrajera no sólo porque se tratara de un escrito interesante, sino porque además era un texto de suspenso, escrito con toda la eficacia que este género pide del autor, y que determina que el lector no pueda soltar la lectura hasta terminar de leer (y sólo para volver a empezar).

El tema es el desarrollo de dos vidas paralelas, la del profesor escocés James Murray (1837-1915), y la del cirujano militar de Estados Unidos, Dr. William Chester Minor (1834-1920), que se encuentran gracias a los orígenes en Londres del OED, que empezó bajo la dirección de Murray, y al que Minor contribuyó de manera sustancial. Durante años, el trato de los dos hombres fue intenso pero sólo epistolar, y aun cuando las circunstancias en que se conocieron en persona hubieran sido, más que propicias y favorables, más bien insólitas y todo un contrasentido, la intensidad del trato no aminoró, ni impidió tampoco que, de colaboradores, Murray y Minor pasaran a ser verdaderos amigos. La diferencia básica entre los dos era que, mientras que Murray era un hombre libre, integrado y respetado en la sociedad, Minor era un recluso, interno a perpetuidad en un hospital para enfermos mentales.

Minor había asesinado a un trabajador, al que en un barrio bajo londinense, y siendo él un extranjero, había tomado como a un perseguidor imaginario. Como a pesar de su locura era un hombre de medios, cirujano graduado en Yale, inteligente, fino y culto, tenía una biblioteca considerable en su celda y, entre otros privilegios, disponía de tiempo libre del que, salvo en sus raptos de locura, era capaz de hacer buen uso. Logró convertirse en un contribuyente voluntario excepcional en la empresa monumental que fue la creación del OED, que no concluiría sino setenta años después de iniciada y ya muertos Murray y Minor.

Un antecedente a la locura de Minor fue cuando en la Guerra de Secesión fue forzado a marcar con la letra de en la mejilla a un desertor, irlandés a sueldo, y otro cuando, debido a una vida sexual desaforada, y después de haber sido internado en un siquiátrico en su país, fue retirado del ejército, aunque con pensión vitalicia. Y el antecedente a sus inclinaciones artísticas fue una afición a la acuarela lo suficientemente significativa para que, cuando convino en dejar atrás su patria y mudarse a Londres, un amigo le diera una carta para John Ruskin, al que en efecto trató.

Luego empezarían sus persecuciones, de irlandeses que a través de las juntas de las duelas del piso se introducían a su celda para matarlo. Y tormentos sexuales tan incontrolables que se autocastró. Paralelamente, buscaba en sus libros de los siglos XVI, XVII y XVIII las palabras y sus usos a través de la historia, registraba sus hallazgos mediante citas de los autores, hacía listas, las enviaba a Murray. Asuntos como establecer si la palabra protagonista admitía plural y quién y cómo y dónde la hubiera usado por primera vez.

Detalles: que otro interno fuera secretario de Minor; que Murray y Minor se parecieran tanto que pudieran pasar por hermanos; que los uniera el amor a las palabras y el saber; que la viuda del asesinado visitara a Minor en el asilo y que Minor y su familia ilustre la mantuvieran con sus seis hijos; que ella le llevara a Minor los libros que él encargaba a los anticuarios.

Destaco la fusión que Simon Winchester (¿pariente de William Chester Minor?) hace de la realidad y la ficción. La debe a haber recorrido la obra con humor, con lo que logra que sean lo mismo una novela y una investigación, que es lo que la inscribe en el género de narrativa documental o faction.