Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de febrero de 2012 Num: 885

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
RicardoVenegas

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Disparos en La Habana
José Antonio Michelena

“Soy lo que quise ser”
Mónica Mateos-Vega entrevista con Cristina Pacheco

Taibo II: El Álamo no fue como te lo contaron
Marco Antonio Campos

Traductores alemanes
en México

Raúl Olvera Mijares entrevista a tres voces

María Bamberg: memorias de una traductora
Esther Andradi

Consejos para una
buena traducción

Dickens, Galdós y
las traducciones

Ricardo Bada

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Columnas:
Galería
Eugenio Scalfari

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Perfiles
Rodolfo Alonso

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Hugo Gutiérrez Vega

La universalidad de Monsiváis

En la pantalla, Groucho Marx ataviado con las ropas del Capitán Spaulding, el explorador africano, bailaba y anunciaba que tenía que retirarse de inmediato. Eran las tres de la mañana en la sala principal del National Film de Londres y todavía nos faltaban Plumas de caballo y Una noche en la ópera para terminar la sesión de all night cinema dedicada a los hermanos Marx. 1970 andaba en sus primeros pasos y Carlos Monsiváis daba clases en la Universidad de Essex. Pasaba la semana en Colchester y los viernes llegaba a nuestra casa de Paddington para cumplir nuestro programa cinematográfico y, a veces, teatral o musical.

El año y medio que Monsi vivió en Londres fue muy importante para su formación cinematográfica y para su acelerado progreso en el conocimiento y la apreciación de la poesía anglosajona. El National Film era –y es– un tesoro inagotable de historia del cine y una plataforma de lanzamiento de las nuevas cinematografías de todos los países. Vimos películas de la primera época del cine mudo. Los maestros Griffith, Vertov, Murnau, Mélies y sus alumnos llenaban la programación de los martes; los lunes se dedicaban a los cómicos. Agotamos con enorme deleite la filmografía de Chaplin, Keaton (era nuestro favorito), Lloyd, Langdon, Laurel y Hardy (guardo como oro en paño las películas de estos inolvidables anarquistas libertarios y maestros de la destrucción del orden del establishment que me hizo el favor de grabarme Manuel Puig durante su estancia en la costa de La Campania. Están dobladas al italiano. Las voces son de Sordi y de Fabrizzi). Los miércoles pertenecían a las cinematografías de Italia, Francia, Alemania, Polonia, España... Los jueves y viernes la programación se ocupaba de las novedades y el fin de semana se celebraban las sesiones del all night, que consistían en revisiones de las filmografías de grandes directores, actrices y actores. En esos formidables maratones vimos a la Garbo, a los Marx, a Lang, Lubitsch, Wajda, Von Sternberg, Wyler, el expresionismo alemán, el Kino Pravda y mi favorito: el neorrealismo italiano. Nos guiaba por los vericuetos de ese mundo la mano sabia de Monsiváis, gran especialista de la historia del cine de todos los tiempos y de todas las latitudes. Limitar su experiencia cinematográfica al fenómeno artístico mexicano es un lugar común fomentado por los nacionalistas baratos o por los que se limitan a conocer o a comentar sólo uno de los aspectos de la vida y de la obra de ese personaje genial que tenía como signo primordial su genuina universalidad. En este momento pienso en su formidable antología de la poesía mexicana del siglo XX (sobre todo en el ensayo introductorio) y en sus trabajos críticos sobre Lezama Lima, Pellicer y Lowell (ahí está el Material de Lectura de la unam que da a conocer algunos aspectos del gran poeta anglosajón). En una tertulia londinense quise poner a prueba lo que he venido llamando su universalidad y me dediqué a pasar lista de los escritores católicos franceses e ingleses. Hablé de Mauriac, Bernanos y Claudel y Carlos me interrumpió comedidamente para recordar la gran novela antifascista de Bernanos, Los grandes cementerios bajo la luna y para decir de memoria unos versos de la “Oda cuarta” del gran poeta y lamentable reaccionario que fue Claudel. Seguí hablando del cardenal Newman, de Chesterton, Belloc, Baring, Patmore, Thompson, Meynell, Greene, Waugh, y Carlos respondió con una cuartera de un soneto de Newman y me recordó a Manley Hopkins.

Así era Monsiváis, el más mexicano de nuestros universalistas, el más universal de nuestros mexicanistas.

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