Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de febrero de 2012 Num: 885

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
RicardoVenegas

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Disparos en La Habana
José Antonio Michelena

“Soy lo que quise ser”
Mónica Mateos-Vega entrevista con Cristina Pacheco

Taibo II: El Álamo no fue como te lo contaron
Marco Antonio Campos

Traductores alemanes
en México

Raúl Olvera Mijares entrevista a tres voces

María Bamberg: memorias de una traductora
Esther Andradi

Consejos para una
buena traducción

Dickens, Galdós y
las traducciones

Ricardo Bada

Leer

Columnas:
Galería
Eugenio Scalfari

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Perfiles
Rodolfo Alonso

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Ordenar para educar

Ricardo Guzmán Wolffer


Bien educados,
Salvador Cardús,
Paidós Contextos,
España, 2010.

Cada vez más las clases de civismo pierden sentido tanto por la falta de referencias morales fuera del aula, como por la falta de un orden académico que traduzca las necesidades de la vida cotidiana en aspectos que se puedan ordenar, para mostrar así la necesidad de organizar aquello que sucede habitualmente. Así, las clases de civismo parecen sonar como una bonita teoría desligada de la práctica, de la vida real. Como una respuesta a las nuevas corrientes escolares que privilegian lo espontáneo y la iniciativa personal, Cardús señala que todo eso está muy bien, pero no puede dejar de ordenarse para que funcione.

El autor aclara la confusión existente entre “la educación” y “las buenas costumbres”. El niño “bien educado” se porta “muy bien”, pero eso no garantiza que entienda su papel social ni que ello le permita atisbar en su interior. Nuestros políticos son prueba, unos pocos, de que aún los muy educados, los muy decentes, no tienen nada de buenas personas. Hay otros que son, dirían los escritores costumbristas de inicios del siglo pasado, la verdadera “runfla del peladaje” y menos logran ocultar ser “malas personas”. Todo lo cual sucede en un sistema educativo con objetivos poco claros y métodos menos útiles, que redunda en padres confundidos y maestros desmoralizados. Para evidenciar la crisis comunicativa en lo académico, el autor refiere pistas inocultables: 1: Las expectativas exageradas sobre el papel de la escuela. 2: La confusión de papeles y responsabilidades entre quienes participan en el plano educativo. 3: La escuela se relaciona con el entorno a la defensiva y suele considerarlo adversario de su labor (o se establecen tareas educativas dando por hecho que lo escolar es lo único que debe realizar el alumnado). 4: Se parte del supuesto de que todos los alumnos, si siguen los lineamientos escolares, serán individuos emancipados, reflexivos y críticos (cuando es claro que por mucho esfuerzo de todas las partes, un buen porcentaje de egresados no logrará ese estado ideal). 5: Ni la escuela preserva órdenes caducos ni anticipa por su cuenta paraísos futuros. Entonces, ¿cómo estar ciertos de que los futuros educadores (maestros y padres) querrán cambiar un mundo educativo que en la actualidad parece insuficiente?

La necesidad de ordenar los pensamientos y métodos didácticos incide en lograr un pensamiento clarificado, al menos en su orden, que sirva para articular ideas y expresarlas: un pensamiento confuso impide discutir cualquier idea. Las consecuencias de ese estado de confusión son visibles extraescolarmente: horarios laborales y escolares que, lejos de ayudar al desempeño, vuelven difícil el cometido; obras públicas que lejos de ayudar al bien común benefician a unos cuantos; leyes pensadas para que sea difícil su impugnación, etcétera. La sociedad maleducada está a la vista y sus raíces salen del sistema educativo, donde muchos participamos, incluso sin saberlo.


Con la música por fuera

Enrique Héctor González


Palabras cerca del color, calor y olor (o 1969 menos 1),
Maylo Colmenares,
Quinto sol,
México, 2011.

Luego de haberle dedicado los últimos cuarenta y tres años de su vida al único grupo que, con el Tri, se ha vuelto emblemático de su origen sesentaiochero y de su K tan kafkiana, Maylo Colmenares hace una pausa (que es cualquier cosa menos un voto de silencio) en su quehacer musical con Los Nakos, para permitirse la recreación del movimiento estudiantil no desde la perspectiva periodística de La noche de Tlatelolco o la puramente narrativa de Los días y los años o Las rojas son las carreteras, sino a partir de su propia vivencia (como musicálido teatrero usurpador del erario emotivo que desfalcaron las Olimpiadas del ’68) para desaforar sus recuerdos en una breve historia que tiene más de ficción personal que de memoria colectiva, y que, acaso por eso mismo, por no intentar erigirse en testimonio, da cuenta con mayor limpidez, como lo hiciera el famoso poema de Octavio Paz, del estornudo social que, motejado de simple gripa por el gobierno diazordacista (as usual), no ha dejado desde entonces de ser el punto de partida de la crisis pulmonar que nos aqueja.

Con portada de el Fisgón y un original diseño de Carmen Mejía, esta suerte de thriller ambientado en el ’68 mexicano invita, más que a una lectura, a una coreografía multimedia con lujo de voces disonantes (de performance perforado por balas de guaruras) y altisonantes (de políticos enmascarados a lo Groucho Marx), algo así como la Sinfonía 1968, de Luciano Berio, donde el grito y la patada conviven con la canción y la propuesta política. Colmenares mezcla aforismos y denuncias, el lenguaje leguleyo de las sentencias dictadas a los presos del movimiento con la historia del rescate marital de Laura, en esta breve canción en prosa que es más bien un salmo por episodios y un homenaje a los caídos en grito de impotencia. Pero esa es sólo la parte dura del disco, pues el lado B nos reserva la infinita pasión del escritor, el íntimo gozo, la voluntad de divertirse re-creando, de recrearse a sí mismo en el recuerdo de unas jornadas que, si bien dejó un saldo amargo en la historia reciente, también disparó –sin herir a nadie– actitudes y formas de conciencia que son siempre el remanente favorable de la estupidez política.

Autodefinido como “el púber de la senectud”, Maylo es, aparte de Nako con K, como quiso nombrar a su grupo teatrical (si se dispensa la similitud del neologismo con la vieja marca de un cosmético), un zappatista de corazón (así, con doble p) en cuyo ánimo paródico riñen la voz del caudillo mexicano con la creativa irreverencia del rockero de California. Como él, Colmenares no desaprovecha oportunidad para colmar su menarquía de juegos y alusiones, de burlas y recreaciones cíclicas de una sexualidad que va más allá de las palabras. Como él, como el inolvidable Frank Zappa, Maylo Colmenares es uno y él mismo a pesar de ser diversos y atareados entes a la vez. Pues de eso se trata la parodia, de confundirse con los otros –y aun con la otredad– por el mero esmero de ameritar un lugar ameno en el mundo.

Palabras cerca del color, calor y olor no es un libro más sobre el ’68, sólo el que hacía falta: la historia que no requiere de h mayúscula para proferir su íntima riqueza libertaria.


La emergencia ambiental

Antonio Soria


Siembra de concreto, cosecha de ira,
Luis Hernández Navarro,
Fundación Rosa Luxemburgo/Para Leer en Libertad,
México, 2011.

Más allá de su pertenencia a este país, a lugares como Petatlán, Wirikuta, La Parota, Los Chimalapas, Alpuyeca, Tetlama, Chicomuselo, Huehuetlán, Cherán y El Salto –y por desgracia muchos, muchísimos más– los unifica el hecho de vivir amenazados, agredidos, deteriorados o incluso ya devastados, en términos ecológicos. Otra triste condición de unidad consiste en que sólo son mencionados –es decir, sólo por eso llega a saberse de su existencia– precisamente a causa de la grave situación que padecen, antes y después de lo cual suelen ser pasto de olvido y desmemoria.

Con seguridad no hay absolutamente nadie –persona, institución, empresa, organismo gubernamental–, en México ni en ningún otro país, capaz de declararse no por supuesto antiecológico, pero tampoco indiferente o desinteresado en los múltiples aspectos que abarca el concepto “ecología”. Eminentemente declarativa, dicha postura políticamente correcta muy rara vez alcanza los terrenos del acto y, cuando éste por fin se verifica, suele correr a cargo de los directamente afectados, que por lo regular tienen en su contra no sólo una brutal disparidad de fuerzas –en lo económico y lo político, sobre todo– respecto de los agresores ecológicos a los que se enfrentan, sino también una condición de invisibilidad bastante paradójica si se considera lo dicho en el párrafo anterior: de ellos se habla nada más cuando “son noticia”, para de inmediato dar paso a cualquier otro asunto, y sólo se les recuerda cuando, una vez más, aquel problema de contaminación de ríos, mal manejo de desechos tóxicos, invasión de cultivos transgénicos, etcétera, vuelve a “ser noticia”, lo que en la práctica significa la violenta represión oficial de alguna protesta, la irreversibilidad de algún daño, e inclusive la muerte oscura de algún activista.

El presente volumen no sólo es un registro puntual y acucioso de un enorme número de casos y situaciones de daño ambiental, diseminados a lo largo y ancho de todo el territorio mexicano, sino también se erige en argumento incontestable de cuán falso, pero sobre todo cuán pernicioso, es actuar tal y como si los daños ecológicos que vemos multiplicarse sólo fuesen dañinos para quienes los padecen primero y de modo más grave –afectados física, social, económicamente–, y no también por todos los habitantes del país.

Múltiple, hídrica, colectiva en su origen, la emergencia ambiental necesariamente será colectiva en su solución, tarea a la cual quiere contribuir esta Siembra de concreto, cosecha de ira. En consonancia con ello, si bien Luis Hernández asume “la responsabilidad final de lo que aquí se dice”, el libro es producto de una labor de muchas manos, entre las cuales el autor menciona las de Angélica Enciso, Matilde Pérez, Rosa Rojas, Aissa García, Luis Méndez, Magdalena Gómez, Adelfo Regino, Annette Desmarais, Martha Singer y muchos más.


México convulso

Juan Gerardo Sampedro


André Breton en México,
Fabienne Bradu,
FCE,
México, 2012.

En su libro Las vanguardias latinoamericanas (FCE, 2006), Jorge Schwartz reproduce un texto de Jorge Luis Borges, publicado originalmente en El Hogar (diciembre, 1938), donde éste escribe que el manifiesto Por un Arte Revolucionario Independiente, firmado por André Bretón y Diego Rivera, es un absurdo porque el arte no es un departamento de la política. César Vallejo opinaba, contrariamente, que sólo un artista pleno es revolucionario en el arte y en la política, aunque admite que los casos son excepcionales. Breton lo sintetizó bien: “transformar el mundo, dijo Marx: cambiar la vida, dijo Rimbaud: estas dos consignas son para nosotros una sola”.    

Se pregunta Fabienne Bradu al inicio de su investigación André Breton en México, qué hizo él en nuestro país del 18 de abril al 1 de agosto de 1938. Por los testimonios contenidos en el libro, durante su estancia en México, Breton conoció las severas críticas al surrealismo que provenían de un reducido pero importante grupo de artistas e intelectuales con cierta presencia en la prensa. Lo poco que se conocía de la obra de Breton, antes de su arribo, se había editado en la revista Contemporáneos.

A invitación del Comité de Relaciones Culturales Franco-Mexicano de París, André Breton llegó a México acompañado de su esposa Jacqueline Lamba a sustentar una serie de conferencias. Sin embargo, nada estaba previsto por los organizadores: Diego Rivera y Frida Kahlo lo alojan en su casa y le entregan una invitación para visitar a León Trotsky, con quien Bretón rompería discretamente en 1939.

La primera aparición pública de Breton tiene lugar en la unam con motivo de la exposición pictórica de Francisco Gutiérrez, donde pronuncia el discurso “Cambiar la vista”. Las siguientes conferencias las dicta en el Palacio de Bellas Artes, sorteando el boicot del Partido Comunista Francés.

André Breton expone su teoría de la escritura automática y del automatismo psíquico y su interés por el psicoanálisis. Las hostilidades crecen mientras él se maravilla con los grabados de Posada, los exvotos de una iglesia en Cholula y las artesanías de Michoacán: México -lo dice en una entrevista- es el país surrealista por excelencia.

En su visión de México, Breton habría de recordar luego El palacio de la Fatalidad: así llamó a una mágica morada de Guadalajara: la conquista de la imaginación que tiene su origen en lo real.

Fabienne Bradu ha incorporado textos de André Breton que permanecían inéditos. A partir de su viaje a México, muchos creadores –entre ellos los poetas César Moro y Octavio Paz–  compartieron la teoría del surrealismo, ahora ya sin duda una corriente clásica del pensamiento contemporáneo.