Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de febrero de 2012 Num: 885

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
RicardoVenegas

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Disparos en La Habana
José Antonio Michelena

“Soy lo que quise ser”
Mónica Mateos-Vega entrevista con Cristina Pacheco

Taibo II: El Álamo no fue como te lo contaron
Marco Antonio Campos

Traductores alemanes
en México

Raúl Olvera Mijares entrevista a tres voces

María Bamberg: memorias de una traductora
Esther Andradi

Consejos para una
buena traducción

Dickens, Galdós y
las traducciones

Ricardo Bada

Leer

Columnas:
Galería
Eugenio Scalfari

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

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Rodolfo Alonso

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
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Zalamerías castrenses

285 días… y ¡adiós tartufo!

En febrero de 1913 el presidente Francisco Madero celebraba con ingenua anticipación, marchando a caballo y dramáticamente rodeado de cadetes del Colegio Militar, la lealtad del ejército mexicano hacia el poder Ejecutivo porque recién había salvado el escollo de una asonada. Ni dos semanas le duró el gusto, porque otro militar golpista y conocido villano de la historia nacional, Victoriano Huerta, lo mandó asesinar a un costado de Lecumberri. La llamada entonces Marcha de la lealtad no fue sino un vergonzante preámbulo a la traición, pero inexplicablemente, como tantas mentiras y contradicciones que cobija el cementerio de nuestros héroes nacionales y sus geniales mitos, se ha seguido conmemorando en el Heroico Colegio Militar.

Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, de cuyas necedad, petulancia e ineptitud costará al país muchos años levantarse, ha demostrado en varias ocasiones su dilección por lo militar (y uno no puede dejar de preguntar por qué, si tanto le gusta el ejército, no se metió a soldado, que mucho menos nociva para el país hubiera sido su aventura militar que la política): se viste de soldado aunque el uniforme le quede grande, o disfraza a sus hijos para lucirlos, en un arrebato más propio de gorilato sudamericano en los setenta que de una democracia presunta en el XXI, durante la celebración de las fiestas patrias. Solamente nos ha faltado verlo en traje de campaña, camuflado y con un fiero FX-05 Xiuhcóatl en ristre.

No han faltado, pues, las ocasiones en que Calderón se arropa con los uniformes y personeros de las fuerzas armadas para pretender algún lucimiento a su administración. Llegado al extremo de convertir a la Marina y al Ejército en sucedáneos de la policía durante la instrumentación de la mal llamada guerra al narcotráfico, a pesar de arrostrar una larga cauda de señalamientos y acusaciones por violaciones cometidas por miembros de las fuerzas armadas en perjuicio de los derechos humanos de víctimas civiles en una guerra perdida de antemano, y cuyos saldos mucho distan de las presuntas metas establecidas para maquillar sus verdaderos motivos: dotar de legitimidad a un gobierno que muchos seguimos considerando espurio y nacido del fraude y la trampa.

La Marcha de la lealtad, en la paleta lógica propagandista del régimen, se presenta entonces como otra oportunidad mediática para el renovado despliegue del discurso (eufemismo que emplea este escribidor para soslayar la palabra “mentira”) progubernamental: los despachos informativos presentaron a un Calderón ridículamente aupado en un caballo blanco, emulando al incauto Madero de 1913. Es obvio que a Madero le faltó tener de su lado a la televisión, y a Calderón le falta al menos un asesor que le indique los límites del ridículo. En el colmo del lucimiento ramplón, los noticieros informaron que el nombre del blanco corcel es… Honrado. Ya no sé si carcajearme o vomitar.

Pero lo mejor de la ocasión no fue la estampa caricaturesca del tartufo jinete, sino el discurso del secretario de la Defensa, Guillermo Galván, quien llamó al improvisado centauro michoacano, honesto, bravo, vertical y quién sabe qué otras lindezas, arrastrando a las otrora honorables instituciones armadas al lamentable papel de zalameros corifeos del hombrecillo, cuyo sexenal paso por Los Pinos ha puesto al país de bruces. De pronto, inexorable, el secretario de la Defensa hizo un acto de contrición, y aceptó que la seguridad interna de México está en jaque, lo que en los hechos es admisión explícita de que seis años de guerra, de balaceras, de degollinas, de levantones y ejecuciones y de tanta sangre no han servido para detener al narcotráfico ni a sus ramificaciones criminales. Pero contradictorio, apegado a la enfermedad institucional o simplemente dialéctico maniqueísta, acusó a los críticos de las fuerzas armadas de ser defensores de la delincuencia con la mágica fórmula, tantas veces socorrida por el tartufo y sus palafreneros, de “el que no está conmigo está contra mí”. Uno se tiene que preguntar de paso si obviando al secretario que los precede, los altos mandos de la milicia no encuentran que actuaciones así vilipendian y socavan el honor de las fuerzas armadas…

Prescindible pieza de relleno discursivo, pantomima del poder o burdo vernáculo de cortesanías, la puesta en escena del Ejecutivo y sus soldaditos podría llamarse de muy muchos y diferentes modos que, por decoro de este escribidor y un pálido resquicio patriotero, deberá dejar el amable lector a su más lépera imaginación…