Opinión
Ver día anteriorMiércoles 22 de febrero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Luis Javier
A

lguna vez le comenté que él era un doctor Zedillo al revés. De inmediato le tuve que justificar el gracejo, pues de entrada no le fue grata la comparación. Me expliqué: Zedillo y tú son dos desclasados: él, egresado de una institución pública de educación, para fines electorales se presentó como un humilde limpiabotas, después, ya Presidente, se atrevió a contestarle a la humildísima indígena que le ofrecía una muy bella carpetita artesanal: “No tengo cash”. Luego, como ex presidente, se convirtió en un exitoso empleado de las empresas trasnacionales a las que enajenó importantes bienes propiedad de la nación. Ciertamente, el señor Zedillo regresó a la profesión original, aunque ya las marcas del calzado a lustrar no sean made in Guanajuato, sino Hermes, Louis Vuitton o mejores.

Tú, de joven, renunciaste a la oportunidad de incorporarte a la vida regalona de los cachorros alemanistas y asegurar, para el futuro, una membresía en el club de los empresarios/políticos/empresarios

Se dice: para la Gracia los caminos son infinitos. No lo dudo. Pero para la concientización sucede igual. La conciencia de clase puede originarse por las condiciones objetivas que hacen trizas la vida de una persona, que lo hunden en la marginación, que lo condenan a una existencia infrahumana. La historia nos muestra que en todas partes y en todas las épocas, ha surgido un Espartaco que, careciendo de toda explicación sobre la razón de su condición de ilota, de esclavo, se rebele y asuma la disyuntiva de libertad o muerte. Las ideas, los razonamientos mueven montañas, transforman la vida. Las dolencias por supuesto, y puede que con mayor celeridad.

En ti, terminé diciendo, no fueron las privaciones, las carencias, la perra vida, sino las luces de la ilustración, tu inclinación devota por el conocimiento abrevado en los libros y en la gente (la de los cenáculos y la de a pie), las fuentes originarias de tu conciencia, tus convicciones y, por supuesto, de tu aguerrida militancia, de tu enrojecimiento, tan intenso, que lo irradiaste hasta los círculos familiares más cercanos. Lo que quise decir es que Zedillo se desclasó hacia arriba y tú hacia abajo.

Algunos encuentros fugaces y una advertencia permanente: 1. Librería Gandhi. Alguien, con quien platico, ve pasar a Luis Javier y me pregunta: ¿ya conoces la vapuleada que el doctor Garrido le puso a Mouriño? Lo alcanzo y le entrego una pequeña parodia del clásico verso de Nervo, escrito en aquellos tiempos en los que en nuestras secundarias, una de las materias fundamentales era el conocimiento y amor a México: Como renuevos cuyos aliños, un viento helado marchita en flor, siguen sufriendo los héroes niños, ante las transas de los Mouriños, el nuevo nombre del invasor. Por su no fácil sonrisa, creo que le alegré del día.

2. Fiesta familiar. Su única hermana celebra sus muchisísimos años de casada. Me pide diga el brindis. Me dedico a explicar a los hijos el México de los años 50 y 60: la ciudad en todas sus múltiples expresiones. No puedo dejar de referirme a los movimientos del 58: Othón, Vallejo, Chimales, Sánchez Delint, Villavicencio y, por supuesto, nuestro movimiento estudiantil. Cuando terminé, Luis Javier me dio un abrazo condescendiente pero cálido y me puso en el bolsillo del saco un pedazo de servilleta. Esa noche lo leí. Palabras más o menos decía: “más vale tarde que nunca. Sigue así, aunque te van a correr del partido. Y revisa tu información: en Arroz amargo actuó Silvana Mangano, no Pampanini”. También de cine sabía, y mucho.

3. Paseo de la Reforma y Plaza de la Constitución (de Cádiz), vulgo Zócalo. Dos domingos, dos inconmensurables manifestaciones contra dos grandes infamias: el desafuero y el fraude electoral de 2006. Me topo con el doctor, rodeado de los familiares que ha pervertido a pulso y me dice: En verdad que me da gusto verte aquí, pero ¿no te correrán de tu partido?

4. Último encuentro. Otra fiesta familiar. Le confirmo la autoría de su conocidísimo apodo: El Antipristo. Sí, fue Monsi, le afirmo con regodeo interior. Mira, me comenta, entonces sí que le caigo bien.

Ahora pienso: Monsi y Luisito (para ustedes el doctor Garrido), fueron dos estajanovistas fundamentales del pensamiento crítico, racional, libertario, que se echaron a cuestas la tarea de destruir los privilegios clasistas, la impudicia, el fundamentalismo religioso/económico, las explicaciones teológicas del mundo y de la vida. Las supercherías, el abuso del poder y las corruptelas. Monsi era como un estilete, un taladro, un berbiquí: agudo y filoso penetraba hasta las vísceras, las entrañas del sistema. Durante años lo exhibió, lo mostró en toda su inmoralidad y estupidez. Luis Javier, una de esas enormes esferas de metal que penden de altísima grúa y se balancean, como un péndulo mortal que toma vuelo a la izquierda y, en su retorno a la derecha, con fuerza brutal (e inevitabilidad física e histórica) se estrella contra las viejas estructuras haciéndolas cisco. Ambos, la gran esfera y el berbiquí ya no sufragarán el 1° de julio. La interrogante de siempre nos estruja: ¿Qué hacer? No hay de otra: encontrar juntos los insumos necesarios para documentar nuestro optimismo y para escribir, entre todos, el decálogo hebdomadario que al tiempo que denuncia canalladas, renueva esperanzas.

Pd. Metiéndome en lo que sí me importa: estoy seguro de que Elena Adriana, su esposo y su hijo, interpretando las convicciones y sentimientos de sus entrañables Luises, harían entrega a la UNAM, con todo cariño y lealtad, de la valiosísima biblioteca familiar.