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El cantautor celebra 40 años de vida artística; habló de su vida y su trabajo con este diario

Juan Gabriel: el amor lo aprendí de mis amigos gay, en Juárez

Lo que ofrezco es mi vocación; lo que me importa es que la gente tenga música mía en su casa

La doble moral está en el mundo entero y el sufrimiento es el azote de la humanidad

Me duele México, pero dicen que entre más grande es un problema, más cerca está la solución

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Tengo los ojos tristes, pero siempre estoy contento, dice El divo de JuárezFoto Juan José Olivares
 
Periódico La Jornada
Jueves 23 de febrero de 2012, p. 8

Tiene más de 35 discos. Se ha presentado en antros de sórdido perfil, como el emblemático Noa-Noa –demolido en 2007, sitio al que le dedicó una pieza, e incluso hizo una película con ese nombre– y palenques, hasta escenarios como el Madison Square Garden, en Nueva York, y el Palacio de Bellas Artes. También ha actuado en varias películas, como Mi vida y Al otro lado del puente.

Relajado, Juan Gabriel –en algunos momentos de la plática Alberto Aguilera, su nombre real, y en otros, el inocente Adán Luna, su primer apelativo artístico– escucha melodías por Internet. Platica una anécdota de cuando se quedó encerrado con seis chinos en un elevador en Los Ángeles y, humilde, pregunta al reportero si no le importa tener ruido de fondo.

No puede dejar la música, dice. Le concede características divinas. Es su diosa, su salvadora. Creo en ella con toda mi devoción, pues gracias a ella no soy un desgraciado: he tenido para comer, para hacer muchas cosas que no hubieran sido posibles si me hubiera dedicado a otra cosa. Es intangible, como lo es Dios, comenta.

Fuente de historias

A Juan Gabriel no le gusta hablar con los medios, aunque es fuente prolífica de historias del sentimiento popular. Algunas tienen origen en su niñez y adolescencia, en el encierro en un internado, el Centro de Mejoramiento Infantil de Ciudad Juárez, donde vivió hasta los 14 años. Provenía de una familia desmembrada de Parácuaro, Michoacán, que tuvo que migrar al norte.

Alberto fue llevado a ese centro, pues su madre (Victoria Valadez Rojas) no lo podía mantener. La historia sobre su padre, Gabriel Aguilera, no fue menos trágica: luego de un problema en su pueblo padeció trastornos nerviosos que lo llevaron al hospital siquiátrico de La Castañeda, en la ciudad de México.

Las carencias económicas y sentimentales que Juan Gabriel pasó en la orfandad trocaron en una mina de sensibilidad interior, que desarrolló desde los cinco años.

Todas las personas que me dieron de comer, que me quitaron el hambre, me inspiraron a componer. Me contaban sus historias y yo no tenía otra manera de consolarlos más que con una pieza musical, y así fui aprendiendo. Con mis canciones no resolvían sus problemas, pero sí les creaba un momento de desahogo. Lloraban y me tenían más cariño y así crecí... Ojalá hubiera una escuela para aprender a no derramar tantas lágrimas. Por eso, la música es una manera de comunicarme con los míos, de agradecer que soy parte de cada persona que ha contribuido a mi realización.

Irónicamente, sus ojos tristes reflejan alegría. Recuerda: Vengo de Michoacán, de una familia que se tuvo que ir de Parácuaro a Ciudad Juárez, por las razones que hayan tenido que ser; también sufrieron allá. Fue atroz para ellos. Yo estaba ya encerrado y carecí del cariño de mi madre, de sus cuidados. No hay que guardar rencores, porque hoy día y aunque haya carecido de mi madre y de su cariño, tengo el de millones. Su amor está derramado por todas las madres de México, aunque ellas no lo sepan.

–¿Qué se aprende del encierro?

–Uno tiene que ir comprendiendo con el tiempo, aceptando y perdonando, porque si no, no puedes ser feliz. No puedes llevar contigo demasiado sufrimiento. Es mejor hacer de cuenta que así es la vida. Estuve internado... Mi mamá tuvo que internarme, pero me escapé. Lo quise hacer desde los cinco años. Me estuve hasta los 14, cuando ya con la confianza que me tenían, un día al salir a tirar la basura no regresé.

Alberto creció con carencias en el internado, pero también se encontró a sí mismo desde temprana edad. En ese lugar conoció a quien sería su primer maestro: Juan Contreras, Juanito, un ex músico de banda que había perdido el sentido del oído y en cuyo homenaje decide llamarse Juan. Gabriel es por su padre.

Recuerda: “Todos los niños cantan, a todos les gusta la música. Cuando tenía siete años conocí a Juanito, un sordo que trabajó en una banda. Cuando se quedó sin trabajo se fue a Ciudad Juárez. El hombre tenía una tabla en la que estaban dibujadas las teclas de un piano. “Él hacía como si tocara (aunque sí tocaba el violín) y me llamó la atención que en una madera él se la pasara practicando. Todos los chiquillos se reían de él por su sordera; le hacían bromas; eso no me gustaba. Yo no me reía y él me observó. Un día me dijo que me enseñaría música porque no era como lo otros niños. Mira, esta es la música, me decía, y me enseñaba los tonos por medio del silencio.

“Cuando tocaba el violín, como no se escuchaba, pensaba que lo hacía celestialmente. Los niños se tapaban los oídos, pero yo hacía como si fuera algo encantador. Luego me enseñó Alborada (canta un fragmento frente al reportero: ‘De las flores de mi jardín, llena de tristeza y de dolor...’). Triste y todo, pero la melodía iba conmigo. Un día en la escuela de mejoramiento social –que también era tribunal para jóvenes– hubo un festival.

Asistiría el presidente municipal de Ciudad Juárez. A los que ganaran los sacarían a ver la ciudad, el zoológico y a unos juegos. Yo quería salir porque mi mamá iba a verme muy poco. Entonces, como el pretexto del festival era el Día de las Madres, me dije que cantaría y a lo mejor así saldría un rato, porque un pájaro enjaulado que canta es porque quiere que lo saquen, no porque esté contento. Pues yo comencé a cantar...

El autor se vuelca en el relato. Pide agua. Una de las dos señoras que lo atienden le lleva un vaso y continúa: “Cuando cantaba llamaba la atención. Me llevé el primer lugar en ese encuentro y eso me motivó. Entonces me convertí en el envidiado, pero a la vez en el más buscado y así el siguiente año.

Siempre me llevé los primeros lugares. A veces mi mamá iba, pero no podía hacer nada conmigo, no podía sacarme porque no me podía tener con ella. Debía seguir allí. No sabía cómo huir. Desde los cinco años me quería fugar. Lloraba, pensaba. La diferencia de un niño con un adulto es la fuerza. Me aguanté y esperé a crecer. Fui un chiquillo viejo, porque aprendí muchas cosas por adelantado y ahora, a los 62 años, cuando viejo, estoy seguro de que soy un niño y tengo mucho cuidado de no ser travieso.

Sí logró salir y su nicho fue la música. Vivir de ella. “Anduve arriba y abajo en Ciudad Juárez. Fue un etapa bella que me gustaría revivir. Pasé muchas cosas difíciles, pero todas valieron la pena. Recuerda a sus amigos de la adolescencia, a los que les gustaba fumar mariguana o hacerle a las pastillas. Amigas prostitutas y amigos gay, mis amores... yo pensaba que la vida toda era así. Nunca vi nada malo en ello. Pasé por muchas cosas, pero valieron la pena todas. Sin embargo, practicaba, porque todo es cuestión de eso, de disciplina para salir adelante.

–¿Con el amor ha escapado del sufrimiento, de la soledad?

–Sí, aunque no hay que confudirlo con la pasión: cuando te enamoras de una persona a primera vista o te gusta para ir a la cama. El amor lo aprendí así, con mis amigos gay en Ciudad Juárez... con las prostitutas. No me acostaba y nadie se acostaba conmigo, pero una persona a quien amabas era con la que no tenías sexo; el verdadero amor. No como cuando amas a tu mamá (que puede tener un desliz o 500), y a la que sigues amando. O a tu papá, que se puede ir con una, o con uno, si le da su gana, pero lo sigues amando, como a los hijos o los hermanos. Eso es a lo que llamo amor. Así aprendí a saber que todos somos de todos y nadie es de nadie.”

Una figura materna más

Alberto dejó Ciudad Juárez y viajó a la ciudad de México. Consiguió su primer contrato para actuar en el centro nocturno Malibú, donde diariamente cobraba un sueldo de 20 dólares y conoció a la señora McCulley, otra de sus madres perdidas. En un viaje, a inicios de los años 70, luego de ser rechazado por algunos sellos disqueros, fue acusado de robo y recluido en Lecumberri durante un año y medio. Pudo salir gracias a la solidaridad de amigos. Viví muchas cosas al llegar a la ciudad de México. Aunque era bueno para hacer canciones, era muy inocente para otras, y al caer en la cárcel no supe cómo defenderme. Me acusaron de robo sin evidencias. Me pedían dinero para dejarme salir, y al no tenerlo me mandaron al reclusorio. Eso sí, yo siempre a lo grande: desde Lecumberri hasta los mejores palenques, pasando por el Madison Square Garden y Bellas Artes.

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Como va a todas partes, no podía faltar a esta cita. Es uno de mis mejores amigos y, dentro de los medios, mi mejor amigo, dijo Juan Gabriel respecto de Carlos Monsiváis, el 27 de mayo de 1994, cuando BMG Ariola le devolvió los derechos autorales de 430 canciones, después de una disputa legal de mesesFoto Fabrizio León

Escuchado por los productores Eduardo Magallanes y Enrique Okamura, éstos deciden producir su primero disco, que incluiría el éxito No tengo dinero. Se iniciaba así la historia conocida por millones de personas.

–Luego de 40 años, ¿cómo se mira frente al espejo?

–Considero que soy millones y me asombro, me maravillo, porque al mirarme en el espejo, a los ojos, me veo que soy todos los que han participado en mi nacimiento. Pienso en mis tatarabuelos, abuelos y cuando tengo una duda, un problema, recurro a ellos. Me miro y me quiero, pero también me tengo compasión. Me observo, veo el tiempo que he transcurrido, cómo va cambiando todo y cómo me voy pareciendo a mi mamá (los varones nos parecemos generalmente a las madres) y me abrazo, porque he llorado conmigo frente al espejo. Me doy ánimo y me estudio, practico cuando voy a hacer un movimiento... aprendo por medio del espejo a tener comunicación con mi cuerpo, que a veces es autónomo.

–¿Qué es el alma para usted?

–Es la energía, cuando tienes la bendición de moverte, de sentir, de soñar, de ese milagro tan hermoso que es el despertar. El cerebro te hace ver cosas que no son, hacer cosas que no debes y decir cosas que no sientes. Hay que educar al cerebro y yo lo hago musicalmente. También tengo mis altibajos, pero trato de quitarme hábitos que tenía y ponerme costumbres nuevas para bien del corazón, para bien del cuerpo y seguir la vida.

–A los 62 años aún es joven.

–Sí, si lo volteas a 26.

Juan Gabriel es un ser agradecido con la vida, con “muchos personajes que no olvido. En mis noches me acuerdo y platico con gente que se ha ido, pero que conmigo se ha quedado, como Juanito, por quien me puse Juan. Mi maestra, la señora Esperanza, y Micaela Alvarado, amigos que conocí en mi adolescencia de todos colores y sabores”.

–¿Le duele cómo está Ciudad Juárez hoy día?

–No lo puedo creer. He participado en ver el Juárez que yo quiero y amo, en el cual están mis canciones, el que viví. Me duele México, me duele mi Juárez, pero pienso que la manera que puedo participar es cantándole, pidiendo al universo que todo sea para bien. Dicen que mientras más grande es el problema más cerca está la solución. Ojalá.

–¿Qué le pediría a los políticos?

–Mejor le pediría a la gente, más que a los políticos, porque la gente será eterna. He durado cuatro décadas como Juan Gabriel. Estoy seguro de que si me hubiera dedicado a la política hubiera durado dos o seis. Como Juan Gabriel llevo 40, entonces sé que soy porque la gente me quiere y me respeta. Al universo le pediría que conmueva el corazón, el alma, el cerebro de todos en todo el mundo, para una convivencia mejor, porque se vive sólo una vez. Les pediría que se abrazaran más fuerte. Que a los niños se les diera instrucción musical, porque me consta que la gente que hace cosas creativas es buena. Por ejemplo, toda la gente que me va a ver sé que es buena, porque le gusta la música. No sé dirigirme a los políticos porque tienen su propio trabajo, su sistema y estoy seguro que uno debe respetar los ideales, las ideologías, los dogmas. Admiro a gente aunque no comulgue con sus principios. Por ejemplo, mi personaje favorito de la historia es Pancho Villa, aunque no esté de acuerdo con sus ideales.

Juan Gabriel pide más agua. Insiste en el poder de la gente. “Será ésta la que tiene que pensar y creer en ella. Es verdad que hay un Dios, que existe porque sin la gente no existiría. Si ella quiere que haya Dios lo hay, si no, no. Pienso que ‘cambio’ es una palabra que está de moda. La realidad es que hay que volver a uno. El secreto es volver a uno mismo, amarse mucho, escudriñar cómo se es. La gente es la que tiene que tomar sus decisiones. Es la que tiene el poder más grande”.

Desatado, sin enfado, discurre en sus reflexiones. Opina sobre los matrimonios del mismo sexo: “Muchas veces cuando se tiene una pareja y los dos hacen una casita, juntan su dinerito –ya que la vida se rige por lo material–, pues justo que si uno de los dos falta, que se le quede al otro el esfuerzo que ambos hicieron”.

Juan Gabriel habla con entusiasmo infantil. Parece niño. Juega con sus movimientos de manos. Incluso, creo que podría imaginarse como un súper héroe.

–¿Cuál sería su primera hazaña? – se le inquiere en tono imaginativo.

Voltea al ventanal de la terraza de la suite. Muestra una sonrisa y dice con brillo en los ojos: Si saliera a la ventana lo primero que haría como un personaje sería que todas las mamás, las mujeres que se enamoraran, pensaran que si quieren tener un hijo de verdad lo amen con todo su corazón y no lo dejen, no lo abandonen. Que estén seguras. Lo digo porque fui un niño a quien dejaron por ahí. Dicen que cuando no das buenos ejemplos das buenos consejos. Si estuviera en mis manos, eso haría, porque en la mujer es en quien queda la mayor responsabilidad. El universo no se equivocó al dotarla de maternidad. Sólo una madre puede sacar adelante a unos niños si el marido se va o la deja. Es la única que puede.

Mujer, sinónimo de fuerza

Esta vez, Alberto Aguilera mira penetrante y agrega: Una mujer es la fuerza, la vitalidad, la hacedora, la inspiración. En mi caso, y aunque mi mamá no me pudo tener con ella, me llevó a un lugar donde me darían de comer y me educarían; ella estaba cansada. Ya se le habían muerto tres hijos, y nací yo a destiempo, no lo sé... todo lo que sucedió ha sido para estar aquí, agradecido con la vida y con la música; con la gente. Los hijos pueden pagar a sus padres el milagro de la vida siendo mejores, yo lo he intentado.

–Cuando no compone o canta, ¿qué hace para mantenerse feliz?

–Yo, que tengo los ojos tristes, siempre estoy contento. Para encontrar la felicidad, el secreto es estar alegre todos los días, agradecido, sobre todo si estás completo, si estás bien. Los únicos que tienen derecho a reclamar son las personas a las que les faltan ojos o que no oyen o no hablan; a quien le falta un miembro, ellos tienen derecho, pero si estás completo debes alegrarte.

–¿Qué opina de la doble moral que hay en México?

–La doble moral está en el mundo entero. El sufrimiento es el azote de la humanidad. Creo que debe ser negocio para alguien. No es sólo en México, que es el país de las oportunidades. México es tradición, costumbres, dialectos, idiomas. Hay que preguntar a los indígenas qué piensan de la vida. México tiene su propia razón, sus fundamentos. Aquí todo es bienvenido, puedes creer en Jesús como Dios, pero también en Huitzilopoxtli o Tláloc. Y también en el mundo hay grandes pensadores, como Séneca, Gandhi... hombres que uno escoge como su biblia.

Habla de la distribución de la música por Internet: La música primero se ofreció en las iglesias, y escuchabas a Bach, luego a Mozart... a muchos. Luego aparecieron en la historia las disqueras, que comenzaron a comercializar la música, pero hubo gente dentro de éstas que comenzó a explotarla inadecuadamente para ver qué podían sacar... así comenzaron los piratas. A mí lo que me importa es que la gente tenga mi música en su casa. Si viviera de vender discos ya me hubiera muerto de hambre. Yo lo que vendo es mi vocación.

A la prensa le habla poco, pero asegura no tener problema con los medios. Todo mundo tiene derecho a trabajar. Los comprendo, porque como yo, tienen que comer. Si he hecho algo, aunque no sea malo y me han juzgado, está bien, que me critiquen, y si he hecho algo malo y también lo destacan, qué bueno, porque también tengo derecho a equivocarme, como todos.

Se le pide posar para una foto. Pero, ¿cómo así?, pregunta. Espera, dice, y se pierde en uno de los cuartos, pero en dos minutos El divo de Juárez sale ataviado como si saltara al escenario, a su nicho.