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Bajo la Lupa

El falso debate entre la democracia de EU y el autoritarismo chino

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El representante Ron Paul, aspirante a la candidatura presidencial republicana, habla ayer a estudiantes de una universidad del estado de MichiganFoto Ap
L

a lucha bipolar entre Estados Unidos (EU) y China por la hegemonía del océano Pacífico ha desatado un debate ultrarreduccionista y linealmente maniqueo encabezado desde Washington por quienes abultan su dizque modelo democrático de corte militarista y entonaciones teológicas (v. gr. Robert Kagan y el modelo CPD (Committee on the Present Danger, ver Bajo la Lupa, 22/2/12) y desprecian el sistema chino como autoritario.

El debate es asimétrico debido al control totalitario y orwelliano que ejerce el modelo CPD en los multimedia anglosajones, que impiden dialécticamente la libertad de expresión de las antítesis.

De allí que haya sido inusual que Eric Li, quien se ostenta como capitalista de asociaciones estratégicas, aduzca desde Shanghai que el modelo político de China sea superior (NYT, 17/2/12).

Li juzga que EU representa la democracia electoral más poderosa del mundo y China constituye el mayor Estado monopartidista. ¿No es más bien EU una plutocracia bursátil militarizada disfrazada de democracia decimonónica que aún no cuenta con el voto directo en la elección presidencial?

Aduce que mientras EU ve al gobierno democrático como un fin en sí mismo, China ve su presente forma de gobierno, o cualquier sistema político, meramente como un medio para conseguir fines nacionales más amplios.

Pregunta la razón por la cual varios en forma temeraria proclaman que han descubierto el sistema político ideal para todo el género humano, cuyo éxito está asegurado para siempre (léase: el presente experimento democrático). Como que suena a sarcasmo.

Considera que tal proclama temeraria proviene de la Ilustración europea que ostentaba dos ideas fundamentales: el individuo es racional (¡supersic!), y se encuentra dotado (sic) con derechos inalienables, lo que en su conjunto configura la base de la fe laica en la modernidad, de la cual el último manifiesto político es la democracia. A los sofistas ultrarreduccionistas de la supuesta racionalidad nortrasatlántica se les pasa por alto el cerebro triuno de McLean (los tres cerebros: el racional, el emocional y el reptíleo, totalmente integrados).

Juzga que en sus inicios las ideas democráticas en la gobernabilidad política facilitaron la revolución industrial y forjaron un periodo sin precedente de prosperidad económica y poder militar en el mundo occidental, aunque sus creadores estaban conscientes de su falla fatal (sic) incrustada en su experimento, lo cual trataron de contener (sic).

Li ignora que en el hemisferio occidental se habían gestado otras prosperidades económicas y poderíos militares (muy sui generis, sin duda) con otras civilizaciones (olmeca, maya, azteca, inca, etcétera). Aduzco que la prosperidad económica y el poder militar no necesariamente estén correlacionados con la democracia anglosajona (por cierto, un invento helénico).

Arguye que los federalistas de EU fueron muy claros al establecer una república (¡supersic!) y no una democracia (léase: la clásica dicotomía romana entre imperio y república, con la constante del poder militar), por lo que diseñaron una miríada de medios para restringir la voluntad popular. A mi juicio, tal voluntad popular –sin hablar de Occupy Wall Street (simbólico 99%, hoy aplastado económicamente por la bancocracia)– ha sido yugulada por los trucos democráticos del Colegio Electoral decimonónico el cual elige indirectamente al presidente.

Li arguye que la fe (sic) en su modelo pudo más que sus reglas. ¿Cuáles? ¿No es acaso el gran dinero de Wall Street el que lubrica las elecciones e impone su voluntad en los tribunales?

Refiere que en Atenas la mayor participación popular en política llevó a gobernar por demagogia y hoy en EU el dinero es ahora el gran habilitador de la demagogia.

Juzgo que la seudodemocracia de EU constituye una bancocracia demagógica gracias al engaño permanente de sus multimedia totalitarios y orwellianos. La genuina democracia del siglo XXI pasa por la pluralidad cuantitativa y cualitativa de los medios masivos de comunicación (públicos, privados y sociales), lo cual se ha vuelto imperativamente un fin en sí, como dirían los fenomenólogos.

Li cita a Michael Spence, Premio Nobel de Economía, de que EU ha pasado de una persona y un voto; a un dólar y un voto. Juzga que, bajo cualquier medida, EU es una república constitucional solamente de nombre, y que sus elegidos carecen de medios y responden solamente a los caprichos (sic) de la opinión pública conforme buscan su relección, cuando los intereses especiales (sic) manipulan a la gente a votar por impuestos cada vez menores y por mayor gasto gubernamental, algunas veces aun apoyando guerras autodestructivas.

Li contrasta que la competencia entre EU y China no es entre democracia y autoritarismo, sino que exhibe la colisión entre dos visiones políticas diferentes.

Li se quedó estancado en la Ilustración europea de hace cuatro siglos y considera que la democracia y los derechos humanos son el pináculo del desarrollo humano para el Occidente moderno (sic): una creencia basada en la fe absoluta. Pues será para los filósofos occidentales en vías de extinción, porque hoy el Occidente nortrasatlántico vive su fase de OTAN-cracia/plutocracia/bancocracia con máscara democrática.

Para China, según Li, todo depende de los fines para adoptar y/o adaptar sus medios: se permite mayor participación popular en la toma política de decisiones siempre y cuando conduzcan al desarrollo económico y sean favorables al interés nacional, como en los pasados 10 años, y su estabilidad resultante que colocó a China en el segundo lugar económico mundial”, después del ciclo violento Revolución Cultural/rebelión estudiantil en Tiananmen/ aplastamiento militar. Se trata de una muy discutible visión economicista supremacista que obliga a excavar la añeja herramienta de la axiología universal de que el fin no justifica los medios –curiosamente aplicable tanto a la postura bursátil-militarista de EU como a la actitud economicista supremacista de China, en cuyos casos, por lo visto, no cabe mucha democracia que se diga.

Aduce que la diferencia fundamental radica en que EU juzga que los derechos políticos son dados por Dios y, por tanto, son absolutos (sic), mientras que para China son privilegios para ser negociados (sic) con base en las necesidades y condiciones del país.

Juzga que hoy EU se parece mucho a la URSS, que consideraba su sistema político como un fin en sí y concluye discutiblemente que EU es incapaz de ser menos democrático y que la historia no le favorece al enseñar que la soberbia de una ideología basada en la fe (sic) puede arrojar a la democracia al abismo.

Li no está actualizado sobre la transmogrificación que ha sufrido la democracia decimonónica en EU, según el texano Ron Paul, precandidato presidencial del Partido Republicano, quien ha fustigado que el sistema está siendo empujado por los empresarios y el gobierno a un fascismo del siglo XXI (corporatocracy, Russia Today, 23/2/12).

Lo real es que en la coyuntura presente la democracia peligra seriamente por doquier.