Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de febrero de 2012 Num: 886

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El temple narrativo
y los perros

José María Espinasa

Tocar la tierra
Paula Mónaco Felipe entrevista
con Gustavo Pérez

Por ti yo vivo soñando
Alessandra Galimberti

De la escritura como ausentamiento
Julio Prieto

Textos selectos (antología)
Macedonio Fernández

Un precursor de genios
Esther Andradi

Una alquimista
de la palabra

Adriana Cortes Koloffon entrevista con Amparo Dávila

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Enrique López Aguilar
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The Beatles, un viaje personal (IV Y ÚLTIMA)

El encuentro infantil y un tanto desordenado con Beethoven, Wagner, Chaikovsky y otros autores, no me impidió apreciar las felicidades y la originalidad ofrecidas por la música de The Beatles, aunque de manera un tanto clandestina, pues eran los adultos quienes etiquetaban y metían cizaña con preguntas como:  “A ti que te gusta la música clásica, ¿verdad que Los Beatles son una porquería?” Yo gruñía un “sí” falso y rencoroso, pues me disgustaba que en la manera de enunciar la pregunta ya se presumiera la respuesta de un niño, casi adolescente, con pocas armas para desenmarañar esas insidias adultas que, en última instancia, se referían al ámbito del gusto y las preferencias personales, aunque los sustos de algunos mayores sugirieran una confrontación de consecuencias cósmicas.

Es cierto que los tiempos cambiaban y que 1968 pareció dar la razón a las tribulaciones de muchas personas conservadoras; también es cierto que las fotos y los carteles mostraban a unos Beatles cada vez más irreverentes, y que muchas de sus canciones hablaban de cosas muy alejadas de “mi banco de escuela/ ya tiene tu nombre”. Ni “Happiness is a Warm Gun” ni “Sexy Sadie” hablaban de manitas sudadas; ni “Piggies” ni “Revolution” se mostraban conformes con el estado de las cosas. Es decir: para ciertas personas, The Beatles eran cada vez más detestables, aunque para los jóvenes que, incluso, no participamos directamente en 1968, no sólo su música sino todo lo que conformaba el llamado “fenómeno beatle” resultaba fascinante (con el venturoso suceso de que, junto con ellos, trajeron consigo los renovados aires de otros grupos contemporáneos, incluso antagónicos en cuanto a estilo, pero que también se dejaron ir en lo que, por aquel entonces, se llamó la “ola inglesa”).

Por otro lado, esas revoluciones musicales y conceptuales que atañían al campo del arte no se condecían con la indiferencia o la simpatía que guerras como las de Biafra y Vietnam, el asesinato del Che Guevara e incontables activistas, o represiones como la del ’68 suscitaban en algunos sectores sociales, más alarmados por los cambios en las actitudes juveniles y en la música que se escuchaba, que por la violencia ejercida en muchos entornos.

Al final, después de abarcar una década inseparable de ellos, The Beatles anunciaron su ruptura como grupo en 1970, en la cúspide de la fama y en un momento en el que parecía que la evolución de su música no tendría fin. Como en el caso de los gladiadores, puede decirse que se retiraron invictos vincitores y todavía algunos años después, ya como solistas, el impulso de diez años antes siguió generando en las obras individuales de los cuatro músicos un “sonido beatle” que tardaría en irse disolviendo para dar paso a expresiones más personales. Símbolos de los sesenta, la separación de The Beatles representó lo afirmado por John Lennon en “God”: el sueño había terminado, como se corroboró en las siguientes tres décadas del siglo XX.

A cada auditor le llega su onda beatle: el llamado Álbum blanco propone tantas exploraciones musicales que resulta una muestra de las posibilidades desplegadas por el grupo a lo largo de su historia. En ese álbum, por ejemplo, comparece el Paul McCartney más cursi (“Good night”) junto al más propositivo (“Back to the ussr”), o irrumpe esa insoportabilidad llamada “Revolution 9” al lado de piezas maestras como “While my Guitar Gently Weeps.” Esto quiere decir que, durante sus diez años de existencia, The Beatles encontraron la manera de experimentar ampliamente con sus curiosidades musicales e instrumentales en el estudio de grabación, abordando numerosos géneros. De ahí que, con el paso del tiempo, al cabo de la ruptura, muchos de sus seguidores prefirieran a Lennon, a Harrison, a McCartney, o a Starr (casi nadie), salvo los nostálgicos que siempre siguieron reuniendo a los cuatro en sus discotecas.

Nada de esto hubiera podido saberse en 1964, ni mediante una bola mágica, pues los saltos cualitativos del grupo serían tan imprevistos que hasta a los enterados les resultaba impredecible lo que vendría después, como queda expuesto con las diferencias que hay entre “She loves you”,  “And I love her” y  “Don’t let me down.”

En el café de chinos, usualmente silencioso, hay entusiastas que ponen música de la rocola. En una mesa cercana a ese artefacto hay jóvenes que parecen estudiantes universitarios. Termina “Rigoletito.” Uno de ellos elige a The Beatles con Santo y Johnny. Antes de que se levante otra persona, insisten:  “Y la amo.” Corren vientos de fronda.