Opinión
Ver día anteriorLunes 27 de febrero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Al filo de la navaja
P

robablemente un aspecto esencial de la vida es pasarla entre dilemas, entre opciones que están lejos de una fácil solución. Por supuesto esas opciones y dilemas están definidos fundamentalmente no sólo por el aire de los tiempos, sino por las ideologías, las corrientes políticas vivas en un momento dado, sin descartar los usos y costumbres en su sentido más amplio.

En mis tiempos de juventud las opciones políticas tenían que ver, en lo nacional más cercano, con ser fiel o no a los principios revolucionarios, con su adopción firme y batalladora o con su abandono e incluso traición y negación. Las decisiones del sujeto en este arco lo convertían en revolucionario (cercano al priísmo genuino) o en conservador y hasta reaccionario (panista recalcitrante). En lo internacional la opción se planteaba entre un socialismo que podía seguir las líneas más gruesas de la aventura soviética, que por cierto tenían un brillo mayor en la idea o ilusión, que en su desempeño práctico, sobre todo cuando comenzó a saberse que los éxitos económicos soviéticos y los triunfos de la nueva gran potencia se fincaban en buena medida en un régimen dictatorial y en una suerte de trabajo forzado y, a veces, cuasiesclavo, cuando también se hacía transparente el carácter dictatorial del sistema. Por último, la opción que se enfrentaba ideológica y políticamente era la contradicción entre una democracia legal y entre esa democracia, que podía también señalarse como genuina, y una visión tremendamente conservadora de la realidad.

Opciones, pues, entre la derecha y la izquierda, entre una izquierda socializante y una izquierda con apuntes futuros hacia el comunismo, y entre una derecha liberal (Europa, en términos generales) y otras que buscaban todavía rescatar los cortes de un sistema democrático apegado al imperialismo (Estados Unidos), de lo que resultaba una franca y deplorable sumisión de valores genuinos a los valores más negativos del tiempo, rechazados por las mayorías.

Hoy el término de las opciones parece ser más restringido, pero no menos intenso: entre un socialismo democrático y nacionalista que ha terminado por llamarse de izquierda, y los regímenes democrático-liberales que se han echado en brazos del mercado irrestricto y que en realidad, con diferentes métodos, han trazado la subordinación de unas economías respecto a otras, de unos países y regiones respecto a otros, de unas clases sociales respecto a otras.

La izquierda, por su lado, rechaza firmemente los neoliberalismos, ya que sus valores son puramente económicos y puesto que en tal perspectiva la organización de la sociedad sólo parece premiar la mayor eficiencia mercantil e incluso la especulación financiera, y repudia también con firmeza los valores mercantiles que se han impuesto, ya que en el neoliberalismo no parece haber ningún lugar para valores de otra especie, por ejemplo los de solidaridad.

El nuevo planteamiento de las izquierdas rechaza el mercantilismo y la ganancia como valor primero de la sociedad, e insiste en la necesidad de una sociedad que cumpla con una revolución cultural en que los valores de la cultura deben ser enarbolados al frente de la jerarquía social de los valores. La revolución a que estamos destinados y por la que luchamos es una revolución cultural que implica la posición primordial de los valores culturales y la subversión de las ideologías dominantes, que niegan el valor primordial de los valores culturales en una sociedad específica.

Tal vez en alguna medida es imprescindible el mercado que coopera al desarrollo económico y social, pero los valores monetarios no pueden ser únicos, sino que han de estar presentes los valores culturales que redondean la solidez, el equilibrio y la construcción fuerte del tejido social. ¡He aquí el principal dilema de nuestro tiempo, ante el cual debemos decidir y actuar con decisión! ¡Con la cultura y la solidaridad o con los negocios y el dinero!

Con la vigencia primordial de estos últimos se consolida e impone el mundo de los negocios y, más aún, el mundo de la corrupción y hasta de la delincuencia. Por eso la importancia enorme que se otorga a los valores culturales y morales desde el ángulo de una sociedad realmente democrática y pacificada, y la enorme desconfianza que surge de una sociedad mercantilizada o construida primordialmente por intereses materiales.

Como hemos dicho en otros artículos, la calidad del hombre y su circunstancia (en los términos de José Ortega y Gasset) depende de los referentes de la vida. Es decir, se desarrolla en función de los antagonismos y contradicciones de un momento determinado, que son vigentes en un momento de la vida pero cuya vigencia eventualmente abarca arcos de tiempo más extensos, que se amplían y siguen estando presentes durante un lapso.

Al filo de la navaja porque, en México, vivimos una contradicción aún no resuelta: la fuerza de las corporaciones, sobre todo mediáticas y de intereses que han penetrado hasta los rincones más escondidos de la sociedad, imponiendo una visión radicalmente conservadora, y la de las corrientes sociales que viven como horizonte posible las reivindicaciones, que pueden ser inmediatas o a plazo mayor. Tal es el dilema ante el cual vivimos: o darnos por vencidos ante la catástrofe que siempre es amenazante, o salir adelante con un país de progreso y avance.

Por supuesto, uno de los principales temas sujetos a polémica sigue siendo el de la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, ya que al final de cuentas de ese lindero depende en buena medida la posibilidad de un país más civilizado o nuestro fatal retroceso y estancamiento.