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Ver día anteriorJueves 1º de marzo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Huellas de personajes ficticios a la luz de la luna realista
L

a compañía Carretera 45 A.C., el nuevo nombre que desde hace poco tiempo sustituye al de la conocida agrupación Alborde Teatro de Ciudad Juárez, con variados apoyos institucionales (INBA, Conaculta, Fonca, Secretaría de Cultura del DF y su Coordinación de Teatros y el Instituto de Cultura de Chihuahua) recorre el país con esta propuesta que podemos ver en la capital tras su estreno en Chihuahua. Huellas de personajes ficticios a la luz de la luna realista de Antonio Zúñiga y dirigida por Abraham Jurado –de quien pudimos ver ya su trabajo con dos obras cortas de Chejov entre otras– con asesoría de Rodolfo Guerrero, el casi titular de la compañía, es un texto que podría remitirnos a Pirandello puesto que sus personajes se asumen como tales, pero con una intención, según creo, muy distinta del autor.

Teatro y realidad, como dos caras diferentes del mismo espejo, es posiblemente el centro de la obra, para la que Zúñiga propone personajes con los que podríamos identificarnos pero que no ignoran su calidad de lo que son y actúan y dicen sus parlamentos de acuerdo a ello frente a un público de personas reales. Llevando al extremo su juego, el autor plantea a una dramaturga que trabaja en una obra ya predeterminada y cuyo personaje principal es un clown –que le ruega que escriba un encuentro con su madre a la que añora– siendo la escritora un personaje que a su vez crea a otros personajes, lo que nos haría pensar en una cadena sin fin en que unos y otros se traslapan. Estas vueltas de tuerca demuestran que hay una intencionalidad dramatúrgica en este autor que lo mismo recurre al imaginario popular y describe con desenfado una hilarante escena inspirada en El Santo contra las mujeres vampiras de Alfonso Corona Blake, que casi al final hace una leve cita de Ah, los días felices de Samuel Beckett, lo que muestra la amplitud de su registro. Se trata de un texto gracioso, con escenas muy divertidas y pequeñas caídas en la nostalgia de estos seres imaginados por algún autor, pero que anhelan una casa y un sedimento a su andar errante, en entramados que, al mismo tiempo que muestran un propósito de exploración de las posibilidades de una idea inicial, interesan y hacen reír a los espectadores.

Ya desde un prólogo que se dice directamente al público, se da cuenta de que los actantes son seres ficticios que desarrollan sus ideas en un teatro real ante un público real. La acción dramática y la acción escénica van dando cuenta de estos personajes y sus historias cuyo punto de partida es la sala de un aeropuerto al que se regresará al final. Allí, una madre (Yolanda Abbud, que también interpreta a la dramaturga) se despide de un hijo (Christian Cortés) y una hija (Margarita Lozano) que desean andar por el mundo y parten caminando, y luego veremos la sucesión de escenas que no guardan mayor relación entre sí que una cierta nostalgia y el conocimiento de sus personajes de que lo son. Está la antes mencionada y muy chistosa escena del enmascarado de plata encarnado por Gustavo Linares que lucha contra una mujer vampiro, la muy graciosa Gisela García Trigos, con alusiones a Lorena Velázquez, la bella del filme. El enamorado (Christian Cortés, que dobla papeles) que se niega a decirle a su amada (otra vez Margarita Lozano) que la ama aunque ella insiste en que deben respetar el libreto. Aparece el clown, personaje clave porque en él se concentra la contradictoria dualidad de teatro y realidad, en su deseo de no ser lo que otro imagina y escribe, realiza alguna rutina y se muestra cómico con la dramaturga al hacer un berrinche infantil para que describa un encuentro con su madre y luego, en el aeropuerto al final, con otro cambio de actitud. El deseo de este clown de ver a su madre y su tristeza por no ser independiente lo ponen en el umbral de la humanidad, lo que no deja de ser inquietante.

En un cubo, según la escenografía del también iluminador Tenzing Ortega y que al principio y al final aparece como sala de aeropuerto y luego el espacio de todas las escenas, el director muestra su capacidad y entendimiento del texto con un trazo y un ritmo que se adecuan a cada escena, con la asesoría de clown de Norma Angélica. El vestuario es de Adriana Ruiz y el sonido es diseñado por Abraham Jurado.