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Ver día anteriorMiércoles 7 de marzo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Lo real maravilloso, hoy
L

eí ayer la noticia del cumpleaños de Gabriel García Márquez y su celebración con la publicación electrónica de Cien años de soledad. Enhorabuena. Sé que habrá infinidad de jóvenes que descubrirán ese libro con la fascinación que sentimos por él toda una generación. Para nosotros, ese libro fue un verdadero acontecimiento, parecido, a escala sensorial, a lo que fue la aparición del disco Sergeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de los Beatles, o el Blonde on Blonde, de Bob Dylan. Algo radicalmente nuevo. Un espacio al que se podía volver.

Y al tiempo de que habrá esos nuevos descubrimientos de García Márquez, pienso también que la situación de lo real maravilloso en América Latina ha cambiado bastante desde que apareció Cien años de soledad. Pensar esa transformación es también una manera de celebrar el cumpleaños de García Márquez.

La idea de lo real maravilloso, desarrollada primero por Alejo Carpentier, remite a una historia larga. Sobre todo en América. Lo maravilloso es, ante todo, una sensación envolvente. El erotismo de la razón se finca usualmente en su capacidad de envolver, de dominar con la vista, es decir, en la capacidad de la razón de abarcar y ordenar la realidad. Lo maravilloso es la expresión subjetiva del movimimiento contrario: la razón queda paralizada por una realidad que la rebasa, y que la obliga a quedar en suspenso, como flotando en el aire.

Esa sensación –la razón anonadada por la experiencia, incapaz de realizar su misión totalizadora, y reducida a contar y detallar fragmentos inconexos que no logra nunca someter a la lógica– se da en mundos en que la experiencia rebasa en todo a las expectativas. En esos mundos, la razón queda reducida a una función de ornato, al caracoleo, que mientras más virtuoso y más vistoso, mejor. En mundos así, el intelectual, incapaz de ser arquitecto, pasa a ser ebanista, orfebre o ayudante de escultor. O alquimista, como Aureliano Buendía. Por eso el propio García Márquez se regodea en los detalles, o se dedica a contar estrellas.

El crítico literario Stephen Greenblatt escribió hace años un buen ensayo acerca del discurso de lo maravilloso en la conquista de América. En los diarios de Colón, en las crónicas de Bernal Díaz del Castillo. Greenblatt muestra que la idea de lo maravilloso está muy presente en la conquista. Colón usa figuras, imágenes –ornato, caracoleo– sacadas de Marco Polo y de otros inventores del género medieval de lo maravilloso. Bernal Díaz, en un fragmento que está hoy grabado en los muros del Museo del Templo Mayor, apela al libro de Amadís de Gaula, porque le faltan palabras para describir lo que vio al entrar en Tenochtitlán.

Greenblatt alega, convincentemente, que el discurso de lo maravilloso en la Conquista sirvió dos funciones políticas, ambas bastante reprobables: una, propagandística (Colón tratando de vender América a los reyes católicos, en un momento en que no había descubierto más que islas llenas de cocos, gente muy modesta y pericos); la otra, represora. Lo maravilloso servía a veces para alegar que los indios eran del todo irracionales, y que, por tanto, debían ser sometidos. Pero nada de eso quita que haya habido además un genuino suspenso de las facultades racionales de los europeos que llegaron acá. Había, en serio, incertidumbre de si había o no sirenas. En su manual sobre supersticiones mexicanas, Hernando Ruiz de Alarcón dedica varios párrafos a explicar cómo sí en verdad existen en tierra caliente hombres que pueden transformarse en cocodrilos.

Lo interesante de la historia de nuestra América es que los momentos de lo maravilloso entran y salen cíclicamente. Lo maravilloso de la Conquista se desdibujó con la colonización, y en su lugar llegó la melancolía mundana y práctica de la sociedad contra la que se levanta Don Quijote. Todos esos mundos no volverán a ser nunca más, es un lamento que se escucha una y otra vez en la literatura de los conquistadores. Esa melancolía fue el momento que el historiador peruano José Durán llamó poéticamente el ocaso de las sirenas y el esplendor de los manatíes, esplendor que termina con un castizo explicando que los manatíes carecen del todo de los atractivos de las sirenas, pero que con su grasa puede uno preparar muy bien los huevos fritos.

Pero la carrera de lo maravilloso no terminó ahí. El mundo de la experiencia americana ha podido siempre convivir muy cerca de los límites de la razón, y de vez en cuando la vuelve a rebasar del todo. Fue un momento así el que dio luz a los libros de Gabriel García Márquez.

Me parece que en México estamos a punto para un nuevo nacimiento de lo maravilloso. Tenemos, sin duda, una crisis de representación. La realidad social mexicana, pujante, creativa, y nueva, no es abarcable con los prejuicios de la razón de sus intelectuales y políticos, que están hoy reducidos al papel de doradores y ebanistas, que no de arquitectos. Me parece que el hielo está a punto de llegar a Macondo.