Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de marzo de 2012 Num: 888

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Atelier Bramsen,
museo vivo

Vilma Fuentes

Tomóchic o la victoria
de la realidad

Ignacio Padilla

¡Qué darían por se
tan sólo un árbol!

José Pascual Buxó

El abecedario Mafalda
Ricardo Bada

Casi medio siglo
de Mafalda

Antonio Soria

Pistorius y el sprint vital
Norma Ávila Jiménez

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Brújula para el viaje

Raúl Olvera Mijares


Ciudades,
Ramón Xirau,
FCE,
México, 2011.

Las ciudades, ese concepto que en las letras evoca de manera casi irremediable el nombre de Italo Calvino, no las suyas también ciudades antiguas aunque todas ellas enclavadas en una geografía imaginaria, sino otras ciudades de su patria, Italia, dan título a un breve y no por ello menos ambicioso opúsculo desprendido de la pluma de Ramón Xirau, filósofo y poeta. En ese preciso orden, concediendo la preeminencia a la trabazón interna del discurso y no al revestimiento de la expresión, el autor publicó sus notas de viaje en 1969, originalmente en la casa editora propiedad de Alberto Dallal, realizadas mediante el apoyo declarado de una beca Guggenheim. Florencia, Siena, Amalfi, Capri, Venecia y Verona son las ciudades que en poco más de un centenar de páginas recuerda Xirau en virtud de sus ilustres pensadores y artistas, unas veces y, otras, mediante la descripción pormenorizada y llena de figuras del lenguaje con relación al ambiente y las memorias que suscitaron en él aquellos lugares.

Al abordar Florencia, la primera estación del recorrido, Xirau no puede evitar caer en una larga digresión acerca de Maquiavelo, a quien incluso cita en versión libre y propia, al igual que a Platón, Plotino y Marsilio Ficino. Por un momento el lector tiene la impresión de hallarse ante la valiosa y elemental Introducción a la historia de la filosofía (1964) que el profesor Xirau pergeñara años antes. El empeño en dar con la expresión más justa y más tersa viene a compensar el engolosinamiento con los conceptos. No habría que olvidar que Xirau es destacado poeta en su lengua madre, el catalán, y prosista bastante discreto en castellano. El valor primordial de la obrita consiste precisamente en el estilo. No deja de sorprender, por consiguiente, toparse en el mismo capítulo inicial con erratas en toscano.

Anda por la cuarta edición este libro (la original ya mencionada, otra de la UNAM en 1985, otra de El Colegio Nacional en 1990, y la presente) y sigue ostentando estas y otras peculiaridades como redundancias, repeticiones y esos dilatados pasajes donde en versión propia se citan autores editados en un más que didáctico recuadro. El volumen aparece exornado con una serie de grabados en una tipografía ejemplar, la propia de la colección Centzontle, la cual abarca desde autores consagrados hasta otros escasamente conocidos, con un carácter misceláneo que oscila entre la prosa, el verso, la crónica y el ensayo, con obras intachables y otras menos dignas de encomio. La lectura de Ciudades puede deparar toda una revelación al lector novel, no familiarizado con otras facetas del quehacer escriturario del autor, sin extrañar al poeta sutilísimo ni al pensador más afortunado de otros escritos, sino quedarse con este “cronista de las cosas fútiles”, un título por cierto que Octavio Paz –gran amigo de Xirau– atribuyera a un auténtico estilista de la lengua, Fernando Pessoa. Hay quien pueda ver igualmente en estas páginas un Baedecker o moderna guía Lonely Planet, brújula imprescindible para el viaje.


Escalando cuestas

Enrique Héctor González


Metafísica y delirio. El Canto a un dios mineral
de Jorge Cuesta,

Evodio Escalante,
Ediciones Sin Nombre,
México, 2011.

No es un libro de divulgación, porque difícilmente una obra de esa ralea adquiere la apariencia de estudio serio (whatever that means) acerca de la poesía de nadie, y menos a propósito de Jorge Cuesta. No se trata de un trabajo estrictamente académico, tampoco, porque textos de ese jaez jamás escalan los muros de los claustros universitarios con el fin de alcanzar al gran público –para beneficio de ambas partes. El que encabeza esta nota es, más bien, un libro híbrido donde claridad y slang de investigador, soltura y aparato crítico conviven en contenciosa contigüidad.

No estamos, pues, frente a una lectura filosófica del poeta de Contemporáneos, si por ello se entiende la aplicación inflexible de un determinado método al texto creativo o el estudio del célebre canto a la luz de lo que de él percibe un pensador. Pero sí, en todo caso, ante un trabajo empeñado en desentrañar el sentido de uno de los poemas más intrincados de nuestra modernidad a partir del irracionalismo objetivo de Nietzsche, a quien el propio Cuesta leyó con denuedo. ¿Lo consigue? Desafortunadamente sí: Escalante no es el primero en atisbar el asunto desde esa perspectiva, pero ha proferido una lectura provechosa; el infortunio consiste en que el traje es tan perfecto que el cuerpo en que se ensarta, esto es, el poema en sí, corre entonces el riesgo de desaparecer.

¿Tendría razón Villaurrutia cuando afirmaba que “todo poeta que se respete debe tener un filósofo de cabecera”? Entiendo que no, que la archisabida noción de Heidegger acerca de que poesía y filosofía dicen lo mismo, por distintos medios, es a medias eficaz. Tal atrocidad equivaldría a suponer que sólo la lectura de Nietzsche faculta un cabal acercamiento a la poesía de Cuesta. Y en esto reside el quid de la lectura de Evodio: desde las notas preliminares de su ensayo sentencia que “para disfrutar de un producto artístico se precisa entenderlo”. He aquí un presupuesto peligroso, por decir lo menos. Si fuera cierto que “sin intelección no puede haber fruición”, como categóricamente afirma Escalante, habría que destituir del canon a Góngora, fulminar a Gerardo Deniz, hacer papilla del Finnegans Wake y, por lo menos, deshabitar las vanguardias y postvanguardias y desaconsejar la pintura abstracta y la música experimental, mientras no las entendamos. No, no creo que “la verdad del goce” resida “sin dilación alguna, en la verdad de la comprensión”, como se desboca diciendo el ensayista. Más bien, resulta mejor amueblado el texto, cuando mucho, o más cómodamente alfombrado el poema, si se puede decir así, cuando “media” una plausible asimilación de lo que dice; pero –por cierto– nada mejor para, más que penetrar, sentirse penetrado por un poema (un lector de poesía, en efecto –con y sin Cortázar–, es el lado hembra de la ecuación literaria) que permitirle más irracionalidad que objetividad a nuestra intuición ya que, después de todo, y visto como el ser que es, un poema, como una persona, no necesita ser entendido para ser amado entrañablemente. Prueba de ello, para no ir más lejos, es el propio crítico, que declara en la nota inicial haber gustado de estos versos sin haberlos comprendido.

En fin, se sabe que no está mal ni de más entender un poema. La sospecha reside en una pregunta: ¿Se habrá entendido de verdad? Y aun en otra: dicha comprensión, ¿reporta un placer mayor o sólo un placer de otro tipo? El encefalograma al que Escalante somete el “Canto a un dios mineral”, por cierto, no altera la infinita, saludable, maravillosa ininteligibilidad del texto. Arroja, eso sí, una piedra al canto (si se vale la tautología) más hermético escrito por los poetas de Contemporáneos, tiro que no necesita dar en el blanco para evidenciar la lucidez de las treinta y siete liras que lo componen. No en balde lo escribió el autor más inteligente del “grupo sin grupo” (pero con harta grupa, si se permite la sinuosa alusión), el ensayista determinante de “El clasicismo mexicano”, el mejor lector de Nietzsche entre los poetas nacionales anteriores y posteriores a él.

El crítico espiga, penetra, descifra mineralmente el texto, pero aguza sus herramientas con tan celosa probidad que necesariamente excluye cierta bibliografía (pienso en los trabajos de Frank Dauster, Merlin Forster, Edgard Mullen, Guillermo Sheridan y los propios poetas de Contemporáneos) que hubiera podido ayudarlo a elucidar con mayor alcance el enigma del poema, donde tan apretadamente configuró el autor los lúcidos desvaríos de su pensamiento con la madeja inextricable de su vida personal. El mayor mérito de Escalante, Sísifo moderno, consiste, según me parece, en haber subido la enorme piedra que significa este canto sin arribar a la cima, es cierto, pero también sin dejar que rodara Cuesta abajo.


Cantos de lluvias y de verano

Herlinda Flores Badillo


Xopancuicatl cantos de lluvias, cantos de verano,
Miguel Figueroa Saavedra,
Universidad Veracruzana,
México, 2011.

Este es un libro que nos lleva a conocer nuestras raíces profundas. Figueroa Saavedra, doctor en antropología social, compila doce piezas de la poética antigua náhuatl. La importancia del libro no reside en la antologación de las piezas, sino en el profundo estudio que el autor realiza sobre cada canto. Desde la introducción del libro se nos explican concepciones de la tradición náhuatl que, para un lector poco conocedor y de orientación occidental, resultarán de gran importancia para poder leer la obra de lo que fue y es ese otro México: el México profundo, como lo denominó Bonfil Batalla. La introducción permite al lector reconocer la estilística de esos poemas, discute la métrica y la musicalidad observada en ellos. Andrés Hasler, en la presentación del libro, reconoce que en “Mesoamérica los xopancuicatl son el equivalente a la Ilíada griega que dio soporte a la mitología, a la historia y –sobre todo– a la identidad de los Griegos”.Para Hasler, los cantos de verano proveyeron de esplendor “a los dioses aztecas, a las grandes hazañas bélicas y a los más destacados jefes militares y estadistas que cohesionaron la identidad de cada una de las comunidades nahuas en el altiplano de México.

Los conceptos que Saavedra expone son reconocidos por un experto en el campo, pero también por un lector poco conocedor de la estilística náhuatl. Lo que  sorprende, en primer lugar, es la sencillez con la que Saavedra muestra significaciones como el difrasismo y, en segundo plano, las anotaciones que realiza sobre traducciones y deducciones hechas por algunos otros autores a esos doce poemas. Para él, las traducciones y las explicaciones de esos autores son acertadas, a veces, pero resultan poco convincentes bajo la lupa de un experto antropólogo conocedor del náhuatl antiguo. Saavedra manifiesta que el mismo título de esta obra, Xopancuicatl, es un difrasismo que al ser explicado en castellano, pierde todo el sentido que posee en su origen. In xochitl, in cuicatl son las dos frases que se unen para formar un solo concepto: la flor, el canto; Saavedra menciona que “podría traducirse como ‛canto poético’, ‛canto cortesano’, o ‛canto lírico’, pero todas estas se quedan cortas para comprender el amplio sentido del ‛canto de flores’ o ‛canto florido’“. En este valioso compendio se comenta que estos poemas no fueron hechos para su lectura tranquila o para ser recitados sin acompañamiento musical o representación coreográfica.

Esta obra es una aportación al campo del estudio de los poemas náhuatl antiguos, pero sobre todo es la base para cualquier crítico literario de las obras de los escritores actuales de los pueblos originarios de México. En ella podemos entender por qué y cómo se han transculturado sus obras.



Migajas,
Miguel Ángel Nogueda Ramos,
Miguel Ángel Porrúa,
México, 2011.

Cada uno de los primeros doce –en total son trece– capítulos de los que esta novela se compone, abre con títulos que funcionan a manera de grata invitación: así “Encontrará el amor a la vuelta de la esquina”, que es el capítulo III; “Sólo necesita un buen empujón para empezar a ganar dinero”, que es el VI; o bien “El mayor placer en la vida es hacer lo que otros dicen que no se puede hacer”, el X. Ingenioso, Nogueda toma como punto de partida ese tipo de frasecillas-consejas populares-refranes-premoniciones que todos, alguna vez, hemos extraído de una “galleta de la suerte” en un restaurante de comida china, para dar estructura a una historia que entremezcla, empata, distingue, acepta, rechaza y reordena conceptos como destino, fatalidad, azar y otros aledaños.