Opinión
Ver día anteriorViernes 16 de marzo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El sexo es la droga
S

egún algunos expertos, eso de la adicción al sexo es un mero pretexto para andar de cachondos por el mundo. Sin embargo, el director británico Steve McQueen presenta en Shame-Deseos culpables (más bien culposos o culpígenos, en la jerga siquiátrica) el caso de Brandon (Michael Fassbender), ejecutivo neoyorquino de origen irlandés que no ceja en su búsqueda del orgasmo rápido y sin compromisos. Experto en ligar mujeres con sólo mirarlas, según demuestra en un viaje en metro al inicio de la película, el protagonista no necesariamente busca la satisfacción con el sexo opuesto: ya metido en gastos también recurre al porno y a las manualidades.

En su anterior Hambre (2008), el director seguía el proceso por el cual la vida de un preso político en huelga de hambre se extinguía poco a poco, con un detallismo que lindaba en lo morboso. En su siguiente exploración de las sensaciones humanas, la vergüenza titular es la que lleva al protagonista a sufrir de su adicción. Con resolución formal austera y controlada, McQueen muestra a Brandon como víctima de su búsqueda del control. Lo que aterra al hombre es que alguien irrumpa en su intimidad y la haga peligrar.

Por ello, la llegada repentina de su hermana menor Sissy (Carey Mulligan) al impersonal ambiente de su departamento perturba el orden que el protagonista trata de mantener a toda costa. La rara naturaleza de la relación fraternal, de insinuaciones incestuosas, está planteada desde el momento en que Sissy se muestra inversa en actitud a su hermano. Ella está tan expuesta al dolor como herida abierta, cosa que se hace patente en su sensible y lenta interpretación de la canción New York, New York, la cual convierte en un blues sobre la soledad. No en balde Brandon quedará conmovido hasta las lágrimas.

Como ocurre en las películas sobre alcoholismo o drogadicción, Shame sigue una curva dramática descendente. De nada servirá que el enigmático protagonista intente cambiar al buscar una relación normal con Marianne (Nicole Beharie), una compañera de trabajo. El ritual de salir con ella a cenar, hacer plática casual y amable, lo hará sentirse vulnerable. Por ende, es la única mujer con la que su priapismo no llegará a manifestarse.

El clímax de la película entra también en las convenciones del tema. Brandon deberá sufrir una noche infernal, en la que el sexo se confundirá con la violencia, la desesperación y una marcada decadencia. Todavía le faltará algo realmente doloroso para completar su ordalía.

Con la colaboración de su fotógrafo Sean Bobbitt, McQueen da un aire gélido al abismo de su personaje, con un predominio de superficies brillantes y tonos metálicos.

Así, el deseo incesante de Brandon no guarda relación alguna con la pasión o el placer. Sin embargo, ese aire desapasionado le resta a Shame un sentido de urgencia dramática.

La película causaría una sensación de coitus interruptus si no fuera por el trabajo de sus intérpretes: la intensidad reprimida de Fassbender, en contraste con la franca carnalidad de Mulligan, que con unas cuantas escenas otorga a la película su escasa calidez humana.

No cabe duda, McQueen es un cineasta promisorio. Lo que le falta es saber conciliar sus evidentes intereses estéticos y gusto por la imaginería cristiana con una mirada que igual podría ser distanciada frente a sus personajes, pero más profunda.

Shame-Deseos culpables

(Shame)

D: Steve McQueen/ G. Steve McQueen, Abi Morgan/ F. en C: Sean Bobbitt/ M: Harry Escott/ Ed: Joe Walker/ Con: Michael Fassbender, Carey Mulligan, James Badge Dale, Nicole Beharie, Lucy Walters/ P: See Saw Films, Momentum Pictures, LipSync Productions, HanWay Films para Film 4, UK Film Council. Reino Unido-Canadá, 2011.