Opinión
Ver día anteriorSábado 17 de marzo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Iglesia desbordada
L

a herradura de Bohr.- En sus reflexiones sobre el cristianismo actual, Slavoj Zizek, quien desde hace un par de décadas ha querido infructuosamente responder a la pregunta de ¿cómo ser un cristiano hoy? (una interrogante demasiado relevante y demasiado pública para dejarla en las manos estrictas de la teología y el clero), refiere una anécdota que le ocurrió en los años 20 a Niels Bohr, uno de los científicos más prominentes del siglo XX. Bohr acostumbraba invitar a cenar a sus colegas para conversar en alto, como lo hacen los amigos. En una ocasión, uno de ellos le preguntó por qué tenía una herradura colgada en la puerta, y si realmente creía en esas supersticiones. En Europa central las herraduras sirven para ahuyentar a los malos espíritus y otros espectros fantasmales. Bohr le respondió que, por supuesto, no creía en ninguna superstición, y menos en la de las herraduras colgando de las puertas. Pero agregó un comentario digno absolutamente de la inteligencia de Bohr: “Lo asombroso –dijo el científico– es que parece que funcionan incluso si uno no cree en su poder”.

El principio de que algo funciona en el reino de los órdenes simbólicos, aun cuando nadie crea que puede funcionar realmente, es bastante antiguo. Pero en el mundo de hoy se ha convertido en una regla casi rectora de ciertas formas emocionales de socialización. Los Reyes Magos, por ejemplo. ¿Quién cree en los Reyes Magos? Prácticamente nadie. Pero el padre que regala juguetes a sus hijos ese día hace como si creyera en ellos. Los hijos, por su parte, que tampoco creen en ellos, hacen como si creyeran para recibir los regalos y acaso no defraudar al padre. Y nadie cree en ellos, pero los Reyes Magos funcionan perfectamente para mantener un lazo que tiene poco o nada que ver con la tradición a la que responden.

En las religiones de hoy este efecto de desplazamiento es absolutamente central. Ser religioso en la actualidad, es decir, profesar un credo específico con sus reglas y sus rituales, tiene sentido siempre y cuando exista alguien más que ponga a funcionar esa fe en un principio de delegación. Cuando hoy se habla del retorno de lo religioso, no se habla de que los creyentes actuales sean más devotos que antes (aunque los hay, por supuesto), ni nada por el estilo (más aún: las devociones explícitas y dedicadas a sostener iglesias pierden cada día un cuantioso caudal demográfico); se habla más bien del retorno del poder de las instituciones religiosas y de las diversas formas del clero en particular. En la mayoría de los casos, estas instituciones actúan precisamente como la ironía de la herradura de Bohr. Alguien delega en ellas algo de lo que un tercero no está muy convencido. Pero el símbolo sirve magníficamente para fijar un lazo que sólo enlaza una identidad que no tiene costos ni cargos.

¿Más allá del Estado y la sociedad?.- Este retorno de lo religioso se despliega en diversas latitudes de maneras muy distintas. En los países occidentales, su origen social es sin duda el flujo de migraciones que han islamizado una porción del viejo continente. La respuesta de los estados europeos a este fenómeno ha sido muy clara y muy tajante: hacer al Estado laico más laico (valga el pleonasmo). En Francia, se prohíbe a las mujeres hoy el uso público de la burka islámica, pero (al menos teóricamente) también el uso de cualquier otro símbolo religioso. En Estados Unidos se ha llegado, en Nueva York, al extremo de prohibir la exhibición del árbol de Navidad, porque es singular a la tradición cristiana. Excesos delirantes, se podría decir. No lo son en absoluto. Contestar al nuevo retorno de lo religioso exige una política que contenga a sus rituales efectivamente en el territorio de los órdenes de lo privado.

El fenómeno contrario se observa en los países del Cercano Oriente. Uno puede decir que las revueltas de Túnez y Libia fueron todo un éxito al derribar dictaduras ancestrales, pero no lo son si se examina que el viejo poder autoritario está siendo sustituido por un nuevo poder más amenazante aún: ese que logra reunir en una sola mano al poder de la fe con el de la política. En el mundo árabe lo que observamos es la pulsión de un clero convencido de que la Iglesia está más allá del Estado y la sociedad mismas.

La reforma que se halla en curso en el Senado mexicano a los artículos 24 y 40 de la Constitución acerca al país más a la fisonomía de una república islámica que a la tradición occidental en la que se inspiró la consolidación de la república civil y laica de 1857. Sólo que los ayatolas en el caso mexicano se encuentra ya en el seno del Estado mismo.

El liberalismo vacante.- Se trata de una reforma, y hay que decirlo con toda claridad, que cancela la vigencia del Estado laico en México. Abrir las plazas públicas, las escuelas y los medios a la propaganda religiosa de una Iglesia tan omnímoda como la mexicana es dar pie a la formación de un orden que reúna en una sola mano al poder de la fe con el poder político. México salió de esta pesadilla gracias a la revolución mexicana. Hoy el fracaso de los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional en su capacidad de modernizar y actualizar al país, de democratizar sus estructuras políticas y hacer más justas sus relaciones sociales, ha tomado el derrotero de un atrincheramiento en un poder que no da trámites a ninguna forma de pluralismo. No es un simple regalo al Papa que vendrá en los próximos días. Es un camino desesperado para proteger algo que ya es indefendible: una forma de ejercicio de la política que caducó hace más de una década, pero a la que ambos partidos se niegan a renunciar.