Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de marzo de 2012 Num: 889

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
RicardoVenegas

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Cinco décadas contra
la ignorancia

Paula Mónaco Felipe entrevista con Manuela Garín Pinillos

Despedirse de Livinus
Roger van de Velde

La farsa
Luis García Montero

Una canción para
la noche nigeriana

Emiliano Becerril Silva

Los 45 de Cien años
de soledad

Luis Rafael Sánchez

Fin de la migración mexicana
Febronio Zataráin

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Enrique Héctor González

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Alonso Arreola
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Notas de Mali (II DE III)

Llegamos al Wasamba, pequeño bar en la periferia de Bamako a las faldas de un monte coronado por constelaciones que brillan intensamente. La ciudad regala un cielo distinto gracias a su paupérrima iluminación. Cuesta trabajo creer que se trate de la capital. Son las 9:30 pm. A ras de piso, sin reflectores, perdida la piel oscura entre las sombras, un sexteto hace prueba de sonido. Balafón, bajo, guitarra y percusiones suenan a un mismo tiempo, sin concierto alguno, ajenos a las pocas personas que ocupan la quinta parte del lugar. Decidimos sentarnos justo enfrente de ellos, sedientos de ritmos locales. Estamos en Mali, África del oeste.

Los amplificadores suenan distorsionados. La guitarra supera en volumen a los demás instrumentos. Su ejecutante es un verdadero virtuoso. Llama la atención que utilice un modelo Flying v, de acrílico transparente, propio de banda metalera californiana. Incómoda como pocas, no está hecha para descansar sobre la pierna (la gran mayoría de los músicos africanos, si no está en un gran escenario, toca sentada). La explicación que suponemos para tal imagen nos parece la única: se toca la guitarra en posición de ngoni, ese primitivo y expresivo instrumento de cuerda emblemático del Sahara que debe ponerse sobre el muslo. Sobra decir que la reverberación es excesiva. Todos abusan del efecto a un punto en que deja de colorear el aire para volverse eje mismo de la tímbrica general. Y gusta.

Sigue el “ruido” de los músicos por un largo rato mientras el local queda completamente abarrotado. Risas, conversaciones y gritos inundan el ambiente combinándose con esa prueba de sonido que en otros países sería inconcebible. Nos enteramos de que los intérpretes están esperando a su cantante. Se trata de Saramba Kouyaté, estrella entre los griots locales. Es miembro de una casta que le permite cantar la historia de apellidos y lugares pasada de boca en boca a través de innumerables generaciones. Su carácter de diva le permite llegar tan tarde como quiera (“ustedes tienen los relojes, nosotros el tiempo”, nos ha dicho alguien horas antes). Finalmente el grupo se decide a comenzar en plan instrumental.

Es magnífico. El balafón (marimba de madera con resonancia en calabazas) solea con una soltura que impresionaría a Lionel Hampton. El bajista se compromete hipnóticamente con una línea febril, cíclica, sin vanidosas variaciones. La sección rítmica (batería, dundun y djembe) flota con una doble convicción: hay juego y libertad pero en contraste con el pulso constante de un bombo que no se detiene. Golpe tras golpe, es su estabilidad lo que permite el misterioso y complejo contraste polirrítmico que distingue a estas ternarias tierras. Es la herencia de la calabaza tocada con el puño en la siniestra y el anillo en la diestra. El primero no se detiene, el segundo brinca en patrones sincopados.

Acompañada por dos mujeres más, portando un colorido m’boubou (vestido tradicional de Mali), la voluminosa Saramba Kouyaté entra entonces, lentamente, para sentarse en una mesita a un costado de los músicos con quienes prácticamente no tendrá contacto. Micrófono en mano, aguarda paciente a que otro miembro de su familia desarrolle discursos sobre ella y los presentes. A partir de ese momento cada canción dura cerca de 15 minutos. Kouyaté nos pone la piel de gallina con su canto portentoso. Narra el pasado de los presentes, se acerca a cada mesa y dialoga etérea mientras los aludidos le ofrecen regalos en efectivo (antes eran frutas, cabras; hoy es dinero).

Ni duda cabe: en nuestro lado de las cosas los músicos nos hemos hecho demasiado “profesionales”. También cobramos, pero forzamos a la música para que sea espectáculo a ultranza. Obligamos a quienes le dan vida a que se vistan, se posicionen y se mueven pensando en un espectador a quien también obligamos a comportarse “apropiadamente”. En el Wasamba sucede todo lo contrario; eso que llamaríamos “errores elementales”. Precisamente por ello la música toma forma de mujer, se encarna y camina entre nosotros, compañera verdadera, humilde, recordándonos cómo fue que empezó todo, entre risas desatentas, mucho antes de que la belleza tuviera un precio en papel moneda.

En pocas horas partiremos a Segou, al Festival Sur le Niger (Festival sobre el río Níger). Allá tomaremos clases de djembe y nos despediremos de las pocas “comodidades” que ofrecen las pequeñas ciudades de Mali. Luego iremos a Mopti y Sevare, nos internaremos en el Dogón. Las cosas cambiarán, pero la música seguirá presente encabezada por el Harmattan, poderoso viento del desierto.

(Continuará)