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No toquen a Toledo
E

n diciembre de 2006, el escritor Jacques Bellefroid, el artista Iván Alechine y yo lanzamos un llamado de apoyo a Francisco Toledo en Francia cuando su casa de Oaxaca fue balaceada. La carta, firmada por una cincuentena de intelectuales, artistas y escritores franceses o residentes en este país, fue publicada en el Correo Ilustrado de La Jornada. La vasta difusión de esta sección en México y, a través de Internet, en el mundo entero, nos hizo llegar alrededor de cuatrocientos y pico de correos electrónicos de personas deseosas de sumarse a los primeros firmantes. El alud de estas protestas me hizo imposible reunir todos los nombres, pues llegaban día tras día y semana tras semana, lo mismo de Suecia que de Japón, del continente europeo o del americano. Lo único que pude hacer fue conservar todos esos mails, entre ellos los de Tomás Segovia y Jorge Semprún venidos de España.

El pasado jueves 15, durante la inauguración del Salon du livre de Paris, me encontré con muchas personas indignadas por las amenazas de muerte y las insinuaciones calumniosas contra un artista conocido, admirado y querido en Francia y Europa. Toledo es, me convencí esa noche, el artista mexicano, la personalidad viva de nuestro país, más célebre tanto entre la intelectualidad francesa como entre el gran público. Acaso porque, después de Juan Rulfo, es el creador que mejor representa hoy la mexicanidad, la encarnación del enigma abierto ante nosotros, el de nuestra identidad. ¿Quiénes somos los mexicanos?, cuestión que Octavio Paz se planteó a lo largo de su vida y a la cual trató de responder en El laberinto de la soledad, en Sor Juana o las trampas de la fe como con su poesía.

La mayoría de las numerosas personas con quienes me crucé en los corredores del Salón del Libro deseaban hacer de nuevo una carta de apoyo a este pintor y de protesta contra amenazas y calumnias. Los días siguientes recibí múltiples telefonemas de amigos que me mostraban su cólera, su perplejidad, su incomprensión antes tales amenazas de muerte y, más aún, ante las insidia con que se pretende ensuciar su imagen incorruptible. Peter Bramsen no hallaba las palabras para expresar su emoción. Pierre Soulages, Georges Sebbag, Nicolas Topor, entre los más cercanos y tantos otros.

El sentimiento de perplejidad de algunos se expresaba al preguntar si eran los narcos los agresores de Toledo. No. Son los tiburones y rapaces de las finanzas, promotores inmobiliarios, mercaderes de autopistas, especuladores del cemento, politiquillos de baja calaña, la más sórdida ralea de miserables que amenazan para intimidar, y pueden pasar al acto. Gentuza convencida de que algo del lodo de sus calumnias salpicará a su víctima. Y, sin embargo, México es todavía un país libre y una nación independiente. Una república democrática cuya población sabrá seguir defendiéndose y defendiendo la vida de sus ciudades.

Debo decir que, como otros millones de habitantes, nací en México, Distrito Federal. Que ese misterioso laberinto, donde uno no puede sino extraviarse sin desear hallar la salida, es el personaje principal de las novelas que he escrito. Y, sin embargo, debo también agregar que, durante toda mi vida, me he visto obligada a asistir a los intentos de destrucción de mi ciudad natal. Hoy vivo en París, lo cual no significa que haya dejado mi ciudad, esa ciudad que, a cada regreso, encuentro cambiada. A veces, las metamorfosis le arrancan pedazos de su belleza. Cuando arrasaron sus árboles para construir los primeros ejes viales, en la segunda colonia del Periodista, una marcha de niños, entre ellos mi sobrino Iván, mi hija Tania, Erica, hizo frente a los tractores para defender el arbolado camellón de Cumbres de Maltrata. Ganaron, como siguen ganando los árboles que han vuelto a crecer. Comprendo que Toledo se niegue a ver asesinar su ciudad. Hoy, es él a quien quieren asesinar. De la agresión a uno solo de sus cabellos depende la imagen de México: no lo toquen.

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