Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de marzo de 2012 Num: 890

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Martí y la emancipación humana
Ibrahim Hidalgo

La literatura como medicina
Esther Andradi entrevista
con Sandra Cisneros

Fantasía y realidad en
La edad de oro

Salvador Arias

A 130 años de Ismaelillo
Carmen Suárez León

La fundación del pensamiento latinoamericano
Pedro Pablo Rodríguez

Breve nota para Moebius
Xabier F. Coronado

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Alonso Arreola
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Notas de Mali (III Y ÚLTIMA)

No somos tan ingenuos como para menospreciar el propio desarrollo en pos de una “cuna perdida”. Las comparaciones entre la forma de hacer y vivir la música en el oeste africano y nosotros no intentan concluir que estamos perdidos. Otros derroteros han puesto nuestra música en la vitrina, sin que ello sea necesariamente malo. Otras influencias han convertido muchas formas populares en productos huecos con fines utilitarios, y tampoco es necesariamente malo. Lo que intentamos con esta analogía es recordar el origen natural en que nacieron los primeros ritmos, cuando estaban distantes del espectáculo. Desde luego ello no cancela que esta forma del arte pueda ser, además, placentera y divertida (lo que menos distingue a los africanos es, justamente, la solemnidad). Continuemos.

Dijimos que abandonaríamos la ciudad de Bamako, en Mali, hacia el norte. Asistiríamos al festival Sur le Niger (Sobre el Río Níger), adonde finalmente llegamos para encontrarnos con el bar restaurante Cora (nombre de un instrumento tradicional de cuerdas). Allí comimos y escuchamos a un conjunto notable liderado por un griot de voz poderosa y original (repetimos que los griot son una casta endogámica de África occidental que se reconoce por transmitir la historia con canciones poéticas e improvisaciones). Fue el preludio perfecto para llegar a un evento de producción decorosa, complemento del famoso Festival del Desierto que se lleva a cabo en Timbuktu y que ahora sufre por acontecimientos bélicos entre grupos separatistas y el gobierno. Ambos presentan a artistas de distintas regiones con la intención de generar vínculos e integración. De entre ellos llamaron nuestra atención Neba Solo, Kar Kar y Saramba Kouyaté (a quien ya habíamos visto en un bar de Bamako); claro, la estrella indiscutible era Salif Keita. Lo que más nos impresionó, empero, fue un maravilloso conjunto del Sahara: Tamnanna.

En él una mujer octogenaria golpeaba –chancla en mano– una calabaza flotante en palangana con agua, al tiempo que otras aplaudían polirritmias sobre el canto de un hombre con turbante. Completando el cuadro, el encargado del ngoni (instrumento escarbado en madera cuyo mástil es una rama con dos o cuatro cuerdas) ejecutaba frases imposibles para que dos bailarines saltaran y extendieran sus piernas en el aire como en cámara lenta. Por si fuera poco el sonido salía pobremente amplificado por una corneta metálica dándole texturas que envidiaría Jimi Hendrix. Algo inefable, indescriptible, inolvidable.

Lo más decepcionante, por otro lado, fue Baba Sissoko, famoso tocador de talking drum (pequeño tambor bajo la axila), quien hizo un show engañoso, como para turistas, que terminó por desesperarnos. Allí lo que causa el estrellato en quienes olvidan sus orígenes. En fin. Segou también nos permitió clases de tambor djembe. Fue en una escuelita que enseña a niños pobres. Su maestro y fundador, cuyo nombre no pudimos retener, es un virtuoso de manos gigantescas. Fue él quien terminó por recordarnos la forma como se transmite la información en esas tierras: paciencia y repetición. Tan ocupados estamos pensando que la información es producto per se, que damos la espalda a esta lenta sabiduría. Cuarenta y cinco minutos tocando un mismo ritmo, marchando sin movernos de lugar, fueron suficientes para que la mente, el cuerpo y el espíritu se sintieran felizmente descolocados.

Al día siguiente partimos al Dogón, experiencia extrema en todo sentido. Caminando a la orilla del desierto conocimos nuestra incapacidad física. A lo largo del trayecto, vacas, burros y mujeres con cestos en la cabeza tuvieron que ayudarnos a transportar la carga. Así pasamos por Bandiagara, Sangha, Banani, Ireli, Tereli, Nombori, Dourou y Begnimato. Entre estos dos últimos pueblos conocimos a Abraham, dueño de un pequeño camping que nos dio una primera lección de ngoni. ¡Qué manera de cantar! En Begnimato, la más encantadora de estas villas de lodo azotadas por el viento, aprendimos mucho de François, otro ngonista solvente y generoso.

Los dos sonrieron curiosos ante nuestra intención de aprender. Los dos ofrecieron su música sin pedir nada a cambio, haciéndonos partícipes de un aire común. Con ambos entendimos que los instrumentos requieren siempre de niños que bailen y canten la historia familiar. De hecho, la experiencia musical más relevante sucedió en Banani, al caer la noche en un profundo acantilado, rodeados por grandes y erráticos murciélagos, cuando cuatro niñitas se nos acercaron en la oscuridad para escucharnos tocar el ukulele. De la nada, impulsadas por una fuerza milenaria, se pusieron a bailar y cantar con tono y tiempo perfectos. Conmovidos como nunca, pensamos: “Todo tiene sentido. Este sería un buen momento para poner punto final”