Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de marzo de 2012 Num: 890

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Martí y la emancipación humana
Ibrahim Hidalgo

La literatura como medicina
Esther Andradi entrevista
con Sandra Cisneros

Fantasía y realidad en
La edad de oro

Salvador Arias

A 130 años de Ismaelillo
Carmen Suárez León

La fundación del pensamiento latinoamericano
Pedro Pablo Rodríguez

Breve nota para Moebius
Xabier F. Coronado

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Enrique López Aguilar
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Vladimiro Rivas, el visitador (I DE III)

Vladimiro Rivas, nacido bajo el signo de los Gemelos el 5 de junio de 1944 en Latacunga, Ecuador, ha escrito cuatro libros de cuento: El demiurgo (1968), Historia del cuento desconocido (1974), Los bienes (1981) y Vivir del cuento (1993) –este último fue, a la vez, antología de los tres volúmenes precedentes y reunión de nuevos materiales narrativos–, además de haber traducido del inglés El cómplice secreto, de Joseph Conrad, y la Oda a un ruiseñor, de John Keats. Ha publicado dos novelas: El legado del tigre (1996) y La caída y la noche (2000) y tres libros de ensayo: Desciframientos y complicidades (1991), Mundo tatuado (2003) y César Dávila Andrade: el poema, la pira del sacrificio (2008). Ha sido antologado y traducido a diversas lenguas y, no en balde, es un narrador indispensable en la historia literaria ecuatoriana, aunque también en la mexicana, puesto que como Monterroso y otros muchos escritores que han llegado a este país para avecindarse en él –sin negar la cruz de su parroquia–, también acaban por dejar huella en el lugar de destino.

Es posible que el lado Pólux de Rivas Iturralde (es decir, el del gemelo atribuido por la tradición de la antigua Grecia a la paternidad divina de Zeus quien, bajo la forma de un cisne, dejó su semilla en el vientre de Leda) sea responsable de que este escritor se haya empeñado en la forja de un estilo depurado y cuidadoso: si la influencia precisa de uno de los Dioscuros sobre la personalidad de Vladimiro Rivas debiera dejarse a quien se considere experto en cartas astrales e influencias cósmicas y mitológicas, lo segundo se puede comprobar no sólo con la lectura de los materiales narrativos y ensayísticos del autor ecuatoriano, en la elegancia de sus traducciones y en la exigencia que impone en todas las actividades docentes, sino en lo que él afirmó a través de sus propias palabras en una entrevista concedida en Quito a Diego Araujo Sánchez: “El trabajo de traducción me ha hecho amar la palabra justa, la palabra exacta. Los escritores de lengua española tendemos con naturalidad a lo barroco […] Yo admiro el poder de síntesis de la lengua inglesa, su capacidad para crear voces nuevas, compuestas.”

Este narrador inteligente tiene otro cauce al que llamaré, no obstante la temeridad astrológica, el lado Cástor de Vladimiro (es decir, el del gemelo atribuido a la paternidad humana de Tindáreo), que lo ha llevado por los amplios universos de la música, no sólo en el nivel de un competente melómano, sino como pianista aficionado y parte del coro Convivium musicum, del que ha formado parte en la sección de bajos; no sería imposible agregar a la responsabilidad de Cástor su afición por el futbol, sostenida gallardamente contra viento y marea, además de algunos pecadillos gastronómicos… No se sabe quién alimentará a quién, como lo interroga Borges en su magistral “Borges y yo”, pues los legos sólo podemos apreciar a un solo Vladimiro Rivas que escribe, se apasiona con casi todas las versiones de Klemperer, es capaz de retar a duelo a tota ultranza a quien ofenda la memoria de Von Karajan, detiene al universo el día en que se desarrolla algún partido crucial dentro del panorama futbolístico y es capaz de engullir procelosamente tostadas de ceviche, chiles chipotles rellenos y capeados, tortas de venas, un caldo largo de camarones, frijoles negros chinos con guarnición de plátano macho frito y, para desempance, un poco de manchamanteles antes de decir: “he terminado”.

Esa misteriosa suma de elementos que, como toda persona, es Vladimiro Rivas, ha realizado su quinta incursión en los caminos del relato: Visita íntimaUAM-a/Terracota–, volumen que recoge varios cuentos publicados previamente, así como La caída y la noche, todos ellos revisados y corregidos concienzudamente. Se trata de veintiún trabajos en los que el otro propone nuevos materiales, a la vez que replantea otras cosas ya ofrecidas por el mismo.

No todo escritor evade sus influencias, aunque la forma de hacerlo sea diversa. En el caso de Rivas se puede decir que ha convertido las maneras ajenas en los hábitos de un discurso personal donde su lenguaje literario es un discurso que ha asimilado a los autores por los que ha curioseado y aprendido hasta el grado de volverlos algo distinto de lo que eran antes, transformándolos en un modo propio de escribir. Por esa vía se cumple lo que Borges dice de Kafka: cada escritor crea a sus precursores desde una obra que no repite lo dicho por ellos, pero los asume.

(Continuará)