Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de abril de 2012 Num: 891

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

En la colonia astral
Aristóteles Nikolaídis

La verdad sobre
Sancho Panza

Ricardo Bada

Un escritor llamado Groucho Marx
Ricardo Guzmán Wolffer

Artemio Cruz, antes
de la última batalla

Antonio Valle

Carlos Fuentes: libros
y convicciones

Paula Mónaco Felipe entrevista
con Carlos Fuentes

Aura o el deseo de sí
Antonio Soria

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Rolando el Negro Gómez

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Conjurando a los demonios

Jorge Alberto Gudiño Hernández


Canción de tumba,
Julián Herbert,
Literatura Mondadori,
México, 2012.

Existen temas que, en sí mismos, despiertan el interés de los lectores. La industria editorial sabe de ello tanto como las editoriales y los propios autores. Es por esas razones que, de pronto, se encuentran libros similares en los anaqueles de las librerías. No es gratuito que a una saga de vampiros siga otra y que existan varios libros en los que las protagonistas han muerto y buscan reparar los daños. Más allá de esas modas, también hay temas que llaman la atención por lo que son. Suelen ser difíciles, peliagudos. Hasta podría considerárseles ponzoñosos en el sentido de que terminarán infectando a los lectores. En esa categoría caben la violencia extrema, la mal llamada literatura del narco y todos aquellos que cargan con el lastre del dolor. Y llaman la atención porque despiertan, de inmediato, una delectación morbosa contra la que parece imposible luchar. Es como acercarse a la jaula de los depredadores desde la seguridad de la reja. Sólo que en la lectura no hay rejas que valgan.

Julián Herbert (Acapulco, 1971) sabe de eso. En Canción de tumba un hombre joven está velando la agonía de su madre. Ella se encuentra en etapa terminal y él no duda cuando se trata de quedarse a su lado setenta y dos horas seguidas o lo que haga falta. Ha decidido escribir la novela de su propia vida. Una novela que sólo tendrá sentido si ella muere, porque será hasta entonces que pueda terminarla.

Así pues, mientras acompaña esa respiración incierta y se ocupa de ser testigo de cómo su madre se despoja de toda dignidad, recuerda. Sobre todo el fin de su niñez y su adolescencia. Es, durante ese período, que podía ser calificado con el peor de los epítetos: era el hijo de una prostituta. La misma que agoniza a su lado. Como se puede suponer, el periplo es largo y cargado de intensidad. Sin embargo, la sorpresa llega cuando se confirma la sospecha: el protagonista de la novela y el autor comparten nombre, se parecen, son casi la misma persona, el mismo escritor que sabe no acabará la novela hasta que muera su madre. La novela que tenemos entre manos.

He ahí el tema: difícil y pesaroso; cargado de connotaciones y posibilidades. Pero un buen tema no garantiza una gran novela y Canción de tumba lo es. Julián Herbert no se hace la víctima ni crea un melodrama. Además, otro Julián Herbert ahora investido de autor sabe manejar el lenguaje, no por nada es poeta. Cada una de sus palabras está cargada de sentido. Tanto, que en la fantasiosa vorágine de la segunda parte de la novela podemos tocar fondo con él, con su personaje, con sus perversiones, para luego recomponernos hacia una última parte que nos sacudirá por completo.

Y no será sólo por el tema porque, en verdad, no es suficiente. Sino por la capacidad que tiene Herbert de contagiarnos de esa historia, de esas palabras, de ese conjuro que hace para con sus demonios. Ahí es donde nos afecta y se vuelve grande: en el momento en que se vuelve un asunto personal para cada uno de los lectores.


Visión sobre la literatura mexicana

Raúl Olvera Mijares


México: visitar el sueño,
Philippe Ollé-Laprune,
FCE,
México, 2011.

Philippe Ollé-Laprune (París, 1962) es un diplomático, promotor cultural y ensayista francés con veinte años de residencia en México. Durante 2009 fungió como comisario consejero por parte de la legación mexicana en el Salón del Libro. Autor de una antología de literatura nacional aparecida en Les Éditions de la Difference, la cual reúne a ochenta escritores. Desde 1998 dirige la Casa Refugio Citlaltépetl. No deja de sorprender el riesgo que representa editar una traducción de una obra sobre México y sus letras. En un centenar de páginas es casi imposible mencionar todos los nombres de autores y libros que resultan imprescindibles. Para unos la tentativa se ha de quedar corta, por las numerosas exclusiones, y sobre todo las generalizaciones un tanto apresuradas acerca de la dependencia que en México tienen los escritores respecto del poder. Se señala al Estado como principal mecenas o impulsor de la cultura, con la consiguiente connivencia entre los creadores y los políticos.

Estos y otros problemas del panorama literario mexicano se ponen de relieve, aunque también se hacen señalamientos halagüeños en torno del carácter y la calidad de las letras de México. En un rápido repaso, con ecos de Deleuze, el autor pretende caracterizar tres tendencias fundamentales en el escritor mexicano: el sacerdote, el soldado y el docto. “El sacerdote representa la voluntad de revelar una verdad oculta, expresar mediante lo escrito un deseo de trascendencia. Puede pensarse en Paz y en sus libros formidables sobre la palabra poética; en Rulfo y su deseo de ubicar el rencor en el centro del universo mexicano, de romper el muro de la muerte y escuchar las voces de los desaparecidos.” Proteger y conquistar es lo propio del soldado. Las querellas entre grupos culturales antagónicos, como el de Vuelta y Nexos, ejemplifican este temperamento. “El docto administra el patrimonio, la herencia, y fija las reglas. Se comprende mejor, por ejemplo, por qué la obra de un Alfonso Reyes, en el que la dimensión de docto es ejemplar, no tiene ninguna presencia en otras lenguas. El tono apacible y el aspecto prudente de su estilo están más conformes con la pluma de un diplomático que de un insumiso.”

El autor también menciona los escritores de su patria, como Antonin Artaud y Benjamin Péret, que alguna vez visitaron México y dejaron testimonio por escrito, así como la pléyade de escritores anglosajones encabezados por Aldous Huxley, Graham Greene, D. H. Lawrence, Malcolm Lowry, W. S. Burroughs, Howard Fast o David Lida. En los extranjeros domina el gusto inicial, luego viene el desencanto con la aurea mediocritas de los nacionales, para rematar con el ensueño de cada cual al que los lanza el ambiente exótico. Visión socorrida y sincera de la de este autor, la cual en la traducción permite ver, a quien no lo sabe de antemano, cómo es que se ve al escritor mexicano en el exterior.


Permiso para vivir

Juan Gerardo Sampedro


Pánico al amanecer,
Kenneth Cook,
Seix Barral,
México, 2011.

Editada originalmente en 1961, bajo el recurso de una sorprendente voz narrativa omnisciente, Pánico al amanecer resulta ahora una agradable novedad en su versión al castellano. Hacia 1971 se convirtió en un éxito cinematográfico y, a cincuenta largos años de la primera edición y de su éxito editorial a varias lenguas, permanece como “una vertiginosa novela de culto, un clásico moderno”. Se convirtió, asimismo, en culto a la tragedia, en lo que tiene lo trágico de más humano. En palabras del novelista: la capacidad que se puede lograr para que alguien se convierta en ruin o grandiosa en idénticas circunstancias. 

El horror que se despliega y se percibe en las páginas de Pánico al amanecer logra  ahora el mismo efecto devastador que siempre tuvo en la sensibilidad de los lectores.

El personaje de la novela, John Grant, un joven profesor de Tiboonda, decide pasar unas vacaciones en Sydney después de doce meses de ininterrumpido trabajo. Deberá entonces hacer una breve escala en Bundanyabba, ciudad minera, desértica y polvorienta al Oeste de Australia. John Grant no encuentra diferencia entre ambas y sí una similitud: la versión del infierno.

Australiano de la costa, Grant sólo piensa en Robyn, la mujer que ama y en Sydney, “con sus mareas subiendo y bajando”.

Y es entonces que a John Grant lo esperan una serie de acontecimientos en los que se ve envuelto involuntariamente y que cambiarán su vida de manera sorpresiva.

La forma en que se van concatenando los hechos puede parecer un fácil recurso para el autor del texto: un mal momento en la vida de John Grant da paso a otro y luego a otro. Pareciera que la vida para él se ha convertido en una gran nube opaca sobre sus pasos. Pero aquí, en el argumento, todo debe ser así porque hay veces que al hombre le es permitida la vida quizá con el objeto de ver claramente –lo piensa el personaje– que “los acontecimientos que desencadena una persona pueden (...) tornarse en una forma de cordura”.

En efecto: el personaje Grant transita un temible recorrido donde no intenta oponer resistencia, no trata de cambiar nada: bebe y lo pierde todo en un juego de azar, se topa con personajes verdaderamente siniestros que lo invitan a seguir bebiendo y a la caza de canguros donde él conoce de cerca la sangre y –como lo marca la cuarta de forros– el “infierno de su propia destrucción”.

Pánico al amanecer se ha convertido, como lo señala J.M. Coetzee, en un clásico de la literatura australiana. En sus páginas está contenido el horror que sólo es posible percibirlo si hay una extraña y dura sensibilidad.

El horror está en todos, sólo hace falta el permiso para vivirlo.



La Otra, Revista de Poesía, Artes Visuales y Otras Letras,
México, año 3,
número 13,
octubre-diciembre de 2011.

En esta entrega, la publicación dirigida por el colega y poeta José Ángel Leyva ofrece, entre muchos otros materiales, un interesante artículo de Guadalupe Flores titulado “Introducción al cuento chipriota”, así como un fragmento ensayístico sobre artes plásticas, obra del recientemente desaparecido y gran amigo Daniel Sada. Cuatro textos se encargan de ensalzar la memoria de otro fallecido en tiempos recientes que, como a Sada, nadie ha de olvidar: el poeta Tomás Segovia. Ocho poetas, entre ellos Amalia Bautista, Rodolfo Mata y Rodolfo Alonso –este último colaborador de LJS–, son parte del poetariado que se incluye y, finalmente, el número incluye un dossier del fotógrafo Pascual Borzelli, acompañado por un texto de Óscar de la Borbolla.



Interfolia,
año 3,
número 9,
México, mayo-septiembre de 2011.

Editada por la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria de la Universidad Autónoma de Nuevo León, esta revista concebida, diseñada e impresa con evidentes gusto y recursos –cualidades de las que desgraciadamente suelen adolecer otras publicaciones culturales– destinó para su noveno número una nómina de todo punto irreprochable: abre con Borges, continúa con Alfonso Reyes, se sigue con Antonio Gamoneda, pasa por Gonzalo Rojas, recala en Vargas Llosa, visita a Ramón López Velarde, prosigue con Hugo Gutiérrez Vega, y no paran ahí los autores de autoridad incontestable. Verifíquelo el lector a través de la personal y sin duda gozosa constatación.



Estudios Cinematográficos. Revista de Actualización Técnica y Académica del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos,
año 17,
núm. 34,
México, octubre 2011-enero 2012.

Siempre bienvenida, siempre también –y por desgracia– esperada algo más de lo que uno quisiera dadas las demoras recurrentes por las que llegan a sufrir editores y lectores, la revista del cuec aborda esta vez, y desde las más diversas perspectivas, uno de los temas más álgidos e infortunadamente actuales que en materia cinematográfica puede haber: la censura y, como reza el título del número, “otros inconvenientes”.  A pesar de que entre los especialistas que se incluyen hay voces más que autorizadas dando cuenta, en seis ensayos, de los cómos y los porqués de los sempiternos ataques a la libertad de expresión y creación cinematográficas en México, ninguno de ellos tan valioso como el firmado por Andrzej Wajda, “Censura y libertad. Una mirada del Este”, auténtica joya de esta corona editorial con la que Estudios Cinematográficos refrenda su primerísimo lugar en el espectro de las publicaciones especializadas en cine.