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En recuerdo de Antonio Tabucchi (1943-2012)
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a primera y única vez que me referí por escrito al autor nacido en Pisa fue con Jorge Alberto Manrique en una de las cartas que nos escribimos entre 1989 y 1993, publicadas por el Grupo Editorial Azabache, hoy día en vías de ser recuperadas quizá para posible redición.

A partir de una de las entradas de Sogni di sogni (Sellerio, Palermo reimpresión de 1992), aparecido en el suplemento cultural La Jornada Semanal, publicado en forma de revista cuando lo dirigía Roger Bartra, Manrique me comentó el sueño de Caravaggio, pintor y hombre iracundo. Se sorprendió con Antonio Tabucchi; yo antes me había fascinado con I volatili del Beato Angelico (Salerio 1987), que es igualmente una ficción narrada a manera de relato de un sueño o de estravaganza alucinada.

Fray Angelico se encuentra recogiendo cebollas que lo hacen llorar en el jardín de San Marco, cuando escucha que lo llaman desde arriba. Alza la vista algo deformada por las lágrimas y ve una criaturita rosada, de aspecto mórbido con cara de niño viejo, agita sus alas que son transparentes, como las de las libélulas, sus bracitos son diminutos y necesita cuidado. Es medio enjaulado al aire libre (no soporta los interiores porque desconoce la geometría) y dos volátiles más que buscan a su compañero comparten su suerte antes de ser liberados.

Fray Angelico se apresura a tomarlos como modelo. Es así como el literato traspone un motivo figurativo: los querubines y serafines del pintor de Fiesole son convertidos en volátiles, no propiamente en ángeles, pues no lo son.

Este trasunto y otros más, como lo fue en el caso de Caravaggio la escena de Cristo extendiendo el brazo para señalar a San Mateo en San Luis de los Franceses, o las Batallas de Uccello toman el lugar de musas que se le manifestaban en sus insomnios, hipocondrias y extrañezas provocándolo a escribir esos racconti como si le pidieran darles cuerpo a través de la escritura. Probablemente el acto de escribir era para él, además de creativo, curativo, como suele serlo la escritura.

Traducido como es consabido a un titipuchal de idiomas, Tabucchi alcazó fama universal con obras de mayor envergadura novelística, entre otras con el hermosísimo Notturno indiano y sobre todo con Sostiene Pereira, llevado al cine con Marcello Mastroianni interpretando en el filme de Roberto Faenza (1995) al inolvidable periodista en el ambiente de la dictadura de Salazar.

Esos relatos breves, entre otros el que trata de Goya visitado en 1820 durante su “intermitente pazzia”que genera el famoso cuadro del perro enterrado en la arena, indican el modo como el escritor trasume motivos plásticos en la literatura, dándoles otra dimensión.

Así transcurren artistas, poetas (no falta el opiómano Coleridge), Rimbaud que llevaba bajo el brazo su propia pierna amputada envuelta en una hoja de periódico o Toulouse Lautrec, pintor y hombre infeliz. Debussy y el mar se le constituyen también en motivo.

En una sección de la larguísima entrevista que le hizo Carlos Guimpert: Conversaciones con Antonio Tabucchi (Anagrama 1995), con lengua más suelta de la que podría suponerse en un académico, profesor en la Universidad de Siena, que es además uno de los principales especialistas en literatura portuguesa (no sólo en Pessoa, como es archisabido), hace gala de su peculiar humor al afirmar: no me gusta hablar de los artistas vivos, prefiero hablar de los muertos. A menudo los vivos son susceptibles, mientras que los muertos no lo son tanto, o por lo menos, si lo son, al ser más silenciosos, no se les nota.

Afirma rotundamente creer en la inspiración. Hay personas visitadas por voces internas. Él era una de esas personas, aunque advierte que por fortuna eso no ocurría todo el tiempo sólo de vez en cuando, porque si no, estaría encerrado en un sanatorio.

Tabucchi prestó profunda atención a las artes: pintura, arquitectura y música, sin por ello crear personajes artistas, sus recreaciones son con las obras mismas como ocurre igualmente en el magistral relato Réquiem, escrito en portugués. Es una bitácora que se desenvuelve a lo largo de 12 horas en Lisboa. Allí se adentra en el Museo de Arte Antiguo, donde se topa con un copista de las Tentaciones de San Antonio del Bosco, obra que ejercía sobre él enorme fascinación, por lo que durante su periplo se adentra en el recinto de la calle de las Janelas Verdes, donde se toma un coctel del mismo nombre en el silencioso bar del museo, mientras platica con el bar man que le proporciona la receta de esa bebida de su propia invención, antes de penetrar en el ámbito donde se encuentra el copista que capta en formato enorme sólo detalles del tríptico de Bosch.

Ente lo real y lo fantasmagórico, el escritor, sedicente agnóstico, es a la vez crítico y desde cierto punto de vista, hasta profético, cosa propia de ciertos autores.

Su partida es una pena, como si se hubiera despedido de lectores lejanos que le fuimos afectos, un amigo que nos acompañó a lo largo del tiempo a través de sus misteriosas experiencias que revelan una especial y poco común sabiduría en alta medida recabadas a través de la atención depositada en experiencias cotidianas.