Opinión
Ver día anteriorJueves 5 de abril de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La prueba de las promesas
J

uan Ruiz de Alarcón escribió en 1618 esta comedia moral que trata entre otras cosas de la magia, basada en el Ejemplo XI de El conde Lucanor, como lo asienta el gracioso Tristán al dar las gracias finales, aunque a la vieja historia narrada por Patronio añade personajes y circunstancias que le otorgan originalidad. Dirigida por Juan José Gurrola en 1979 para inaugurar el teatro universitario que lleva el nombre del dramaturgo novohispano, ahora la presenta la Compañía Nacional de Teatro con dirección de Carlos Corona que la adapta para jugar con la similitud entre magia y teatro a través de ese personaje andrógino que recorre el escenario con excéntrico vestuario, incorporado por Rosenda Montero –quien estuvo en el elenco del montaje de Gurrola– y que es una especie de espíritu que une magia y teatro en el añadido epílogo en que hace un estupendo collage con textos de autores tan dispares como Shakespeare, Corneille, Peter Brook y Antonio Machado. También inicia con un prólogo en que toma una escena de La cueva de Salamanca de Ruiz de Alarcón que muestra posturas a favor y en contra de la magia. El brillante director es una mezcla de cultura teatral y ludismo escénico a la que añade la honestidad intelectual de enunciar en el programa de mano los materiales en que finca su adaptación.

La historia es muy conocida. La bella Blanca, hija del nigromante Don Ilán, es pretendida por Don Juan, por el que se inclina la dama, y el serio Don Enrique predilecto del padre para poner fin a una serie de desaveniencias sangrientas entre Toledos y Vargas. Para ponerlo a prueba, don Ilán realiza un encantamiento para que Don Juan goce cada vez más de privanzas reales y le pide una promesa que el galán, conforme va ascendiendo, olvida cada vez más, mudando su conducta con Blanca hasta ofenderla gravemente. Finalmente, el hechizo se deshace y Don Juan queda como al principio, pero sin esperanzas de conquistar a su amada. Los enredos de la criada Lucía y la presencia de los otros criados dan algo de complejidad a la sencilla trama.

La escenografía de Patricia Gutiérrez Arriaga diseñada a partir de una idea de Juliana Faessler consiste en varios paneles removibles que se abren para conformar diferentes escenarios incluida una casa con puerta y ventana y con el bello corcel estilizado, a base de líneas metálicas, que identifica la plaza madrileña; para el epílogo se añade una mesa con esferas giratorias que usa el espíritu mientras dialoga con Andrés Weiss que ya no es Chacón sino él mismo, el actor que lo interpreta y con la máscara que incorpora Carmen Mastache. Corona añade varios chistes escénicos como esas miradas de doña Blanca a las pantorrillas de don Juan tras las mentiras de Lucía, la galanura que ostenta Tristán cuando es secretario con el vestuario de Jerildy Bosch o la borrachera de un Don Juan enamorado víctima de su ambición. También maltrata un tanto la seriedad de Don Enrique, sobre todo cuando es ocultado en la trampilla, y pone de relieve lo chispeante de Lucía, así como dota al sabio mago de una leve joroba que recuerda al corcovado autor. Convierte en dos los tres actos originales y los cambios de escena son dados por músicos (Ana Isabel Esqueira, Américo del Río, Carmen Mastache y Alberto Rosas) que recorren el escenario con la música de Leonardo Soqui. En el desenlace, Doña Blanca muestra resignación al dar su mano al desdeñado Don Enrique mientras lanza una elocuente mirada –que es correspondida– al traicionero Don Juan, lo que de ninguna manera es un final feliz.

Diego Jáuregui encarna con su sabida eficacia a don Ilán. Mariana Gajá es una encantadora doña Blanca a la que presta, además de los matices requeridos, algún rasgo cómico. La Lucía de Yulleni Pérez Vertti resulta muy graciosa en sus desplantes, sus apartes y la arrogancia de maja. El personaje del gracioso de la obra, Tristán es encarnado con una seriedad que lo vuelve más cómico por Héctor Holten. Everardo Arzate es un Don Juan presa de encontrados sentimientos, su pasión por doña Blanca y su ambición de trepador. Arturo Reyes es el enamorado pretendiente que en esta escenificación es sometido a diversos agravios. Andrés Weiss es un estólido criado, Chacón, mientras los músicos ya mencionados son además actores en diversas escenas.