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Au revoir, Maurice
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Maurice André
S

u vida y su destino quedan como prueba viviente de que el trabajo y el talento lo pueden todo. Maurice André logró aliar de manera incomparable la más alta exigencia artística y la voluntad indeclinable de popularizar su instrumento y, más allá, la música clásica, para el público más grande posible. Él, que fue reconocido como el más grande trompetista del mundo, deja un inmenso vacío en millones de hogares franceses en los que, gracias a su talento y a su sencillez, hizo entrar, quizá por vez primera, la música clásica.

No tengo manera de saber si estas palabras fueron escritas personalmente por Nicolas Sarkozy o por el encargado de redactar sus discursos. Sólo sé que forman parte del comunicado oficial del Palacio del Elíseo con motivo la muerte reciente (25 de febrero de 2012) de Maurice André, trompetista incomparable, músico de altos vuelos y, sobre todo, un buen hombre.

De familia minera, las circunstancias lo llevaron a trabajar en las profundidades de la tierra durante su adolescencia. Ya famoso, André solía decir que el esfuerzo físico del trabajo en la mina de carbón le había dado la resistencia que le permitió convertirse en un virtuoso de energía y aliento aparentemente inagotables. Ganó los premios importantes que podía ganar (Conservatorio de París, Ginebra, Munich) y desde muy joven desarrolló una carrera que lo llevó al pináculo de la ejecución de la trompeta y, a la vez, a convertirse en el sólido cimiento de una poderosa y extendida escuela francesa de la trompeta, como maestro de intérpretes de primer nivel como Eric Aubier, Jacques Jarmasson, Bernard Soustrot, Thierry Caens y Guy Touvron, probablemente su alumno más destacado. Al iniciar su deslumbrante trayectoria, Maurice André se encontró con un repertorio relativamente limitado de música concertante para trompeta. Durante años, se dedicó con energía singular a corregir ese estado de cosas, transcribiendo para la trompeta una cantidad asombrosa de conciertos (particularmente barrocos) escritos originalmente para otros instrumentos, especialmente el violín, la flauta y el oboe, así como algunas famosas arias de ópera. (¡Vaya que podía hacer cantar a su trompeta!). Decenas y decenas de conciertos para trompeta que hoy circulan por el mundo, especialmente en sus cerca de 300 grabaciones, existen como tales gracias a su arduo trabajo. He escuchado, absorto y con gozo, muchas de esas grabaciones, para descubrir que, en efecto, no había nada que Maurice André no pudiera tocar en sus trompetas de tesitura diversa, desde el infernal Segundo Concierto de Brandenburgo de Bach hasta la formidable y agotadora Toot Suite de Bolling. Delicia y asombro he obtenido, también, al escuchar sus grabaciones de cierto repertorio ligero de salón que en sus grandes manos y su embocadura privilegiada adquirieron niveles insospechados de refinamiento. Plenamente consciente de su estatura como intérprete, André valoraba tanto el talento como el trabajo y el estudio, con la certeza de que sin la chispa del genio era imposible llegar a las alturas que él llegó. Y cuando hablo de alturas me refiero no sólo al nivel de su virtuosismo asombroso, sino también a los registros más agudos de las trompetas piccolo, que supo explotar con claridad y afinación insuperables. Nunca hubo en él, sin embargo, el afán del virtuosismo pirotécnico per se; siempre hubo música y musicalidad detrás de cada una de las notas que Maurice André tocó y grabó. Palabras suyas: La trompeta es un instrumento difícil. Suscita reacciones ambivalentes, ella que ha conservado su uso guerrero, el sabor del triunfo y el desfile, sus orígenes bíblicos en la imagen del Apocalipsis. Pero puede también hacer danzar a las muchachas en los bailes populares.

No lamento tanto la muerte de este admirado músico, porque se fue en buena hora, de buena manera, y habiendo cumplido cabalmente su encomienda en este mundo. Lamento que Maurice André no se haya involucrado más a fondo con la música contemporánea, a la que sin duda pudo haber enriquecido notablemente. Y lamento, sí, no haber podido escucharlo nunca en vivo. No siempre nos es permitido el acceso directo a los héroes tutelares. Au revoir, Maurice.